Me regaló la Luna

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Faltaban dos días para la boda de María Beatriz Valencia, y esa misma mañana llegarían sus papás. Luna jugaba tranquila junto a la presidencia, como cada mañana, la acompañaba Oriana, la hija de Berta, solo unos meses mayor que Luna. Se habían hecho íntimas, desde aquél día que Armando supo que Berta, debía faltar al trabajo porque no tenía con quien dejar a la nena, que andaba con la barriguita mala y no podía ir a la guardería. Le ofreció a la secretaria que llevase a la niña a Ecomoda, que podía pasar la mañana con su hija, y así ella podría vigilarla.

Las dos niñas se hicieron tan amigas, que Armando convenció a Berta que la llevase a diario, para que Luna no estuviese sola, y la mujer que se dejaba un buen dinero en la guardería, aceptó encantada. De todos modos, hasta el curso siguiente, la niña no iría a la escuela con sus hermanos, y como era pública, era gratuita.

Él andaba preocupado, se debería enfrentar a sus papás y a Marcela, gracias a Dios, que Daniel tenía no se sabe que reunión en el ministerio y no le tendría que ver la cara. Además, acababa de recibir el último informe del detective, después de casi un mes, no encontraban rastro de ella, como si se la hubiese tragado la tierra.

Todo parecía confirmar, que como cada mañana llegó puntual a la factoría de café, había testigos que lo confirmaban, pero después de aquello, nada, si salió a hacer alguna diligencia o si estaba dentro cuando el pavoroso incendio, no se sabía.
Su esperanza estaba, en que se habían encontrado evidencias de los otros desaparecidos, algunos restos carbonizados que habían permitido hacer pruebas de ADN, a la policía científica, pero todos estaban identificados, la única que continuaba desaparecida era Betty y sin rastro.

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Mariana, secretaria de presidencia, desde que la “peliteñida” se marchó detrás de Marcela, le anunció por el teléfono interior que sus papás, acababan de llegar y subían en el elevador. Respiró hondo, se colocó bien la corbata y salió a recibirlos.

Lo mismo que las pocas veces que se habían visto, en los últimos cuatro años, el encuentro fue frío. Más por parte de su mamá, que de don Roberto, pero aún así, nada que ver con el cariño que él recordaba, necesitaba y añoraba. Aún no le habían perdonado que terminase con Marcela, apenas una semana antes del matrimonio y mucho menos del modo que lo hizo.

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Aquella mañana, cuatro años atrás, acababa de leer la carta de renuncia de Betty, adjunta a los documentos de cesión de Ecomoda y de disolución de Terramoda. Al principio se sintió desesperado, pero luego cuando releyó las palabras de ella, renació en él la esperanza. Lo único que debía hacer era terminar definitivamente con aquella farsa del matrimonio y correr a buscarla, sólo eso.

Armando.- Marcela, yo preferiría que esta conversación fuese privada, no creo que nuestra intimidad, deba discutirse delante de mi mamá.

Doña Margarita.- ¿Qué dices Armando?... ¿de que intimidad hablas?. Nosotras venimos a recogerte para ir a la joyería, debemos elegir los anillos, no se puede demorar más.

Armando.- Mamá, mejor que nos dejes a solas ¿sí?

Marcela.- ¿Acaso me vas a terminar, Armando?... ¿Vas a suspender el matrimonio?... jajajaja... no lo puedo creer, ¿serías capaz de hacerme algo así?

Doña Margarita.- No digas tontadas mi amor, ¿como que te va a terminar?, eso es absurdo a estas alturas, ni pensarlo, no lo vamos a consentir.

Armando.- ¡¡¡Mamá por favor, esto no es fácil!!! No es precisamente ésta la charla que yo quiero tener con Marcela, no son los términos en los que quiero que hablemos.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora