Me regaló la Luna

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Mira a hacia el frente sin dejar de sonreír, le parece mentira que haya salido de ese cuarto de hospital, que fue su casa durante casi tres meses, y aún le sorprende más, el verse sentada en el carro de Armando, en el mismo asiento que usó tantas veces, con él al volante y con su hijita parloteando feliz, en el asiento trasero.

Ella, si sabía que Armando era dulce y tierno, se lo demostró cada minuto que compartieron, después de aquella junta, en la que ella le salvó la vida, volviendo a maquillar los balances. Pero por mucho tiempo, creyó que él la había olvidado, que a pesar de haber sentido algún tipo de amor por ella, al final había optado por seguir su vida, incluso renunciando a su hija, y ahora sabía que no era así. Él le contaba, como podía, pues Luna, siempre estaba delante, que la había buscado, que nunca se casó con Marcela, es más, que nunca supo de su embarazo, pero poco más habían podido hablar. Pareciese que Armando, solo quisiese demostrarle con hechos, atenciones, miradas y tímidas caricias, lo mucho que la amaba, lo importante que ella era para él.

Ahora se vería obligada a vivir en la misma casa, evidentemente no podía valerse por sí misma, y la elección era permanecer en el hospital de Pereira o ir al hogar de Armando y Luna, estaba claro que prefería la segunda opción. No deseaba separarse ni un minuto más de su hijita, se sentía feliz y segura cerca de Armando y sobre todas las cosas, odiaba aquél maldito cuarto de hospital, solo recordarlo le daban nauseas... brrrr...

Llevaban como una hora de viaje, era media tarde y el sol lucía brillante en el cielo, como si de un gran farol se tratase. Luna y Armando, jugaban al “veo-veo” entre risas, y ella les escuchaba, al tiempo que se concentraba en no perderse ni uno solo de los detalles, del paisaje que iba pasando delante de sus ojos. Se sentía extraña, sentada en aquel carro, con su pierna inmovilizada y extendida frente a ella. Armando había desplazado el asiento delantero al máximo, hacia atrás para que tuviese todo el espacio posible. Ambos habían preferido que viajase delante, atrás hubiese sufrido los nervios de Luna, que no había modo que se estuviese quieta. La vocecilla estridente de la chiquilla, la sacó de su ensimismamiento.

Luna.- Papi, papi... pis, tengo muchas ganas de hacer pis.

Armando.- Ya princesa, aguanta un poquito y en unos minutos paramos.... ¿Vas bien Betty?, ¿estás cómoda?...

Betty (con esfuerzo).- Si... gra... gracias.

Unos instantes después, paraban en un área de servicio y Armando, tras sacar del capó del carro la silla de ruedas, que habían comprado en Pereira, abre la puerta delantera y con mucho cuidado carga a Beatriz y la sienta en ella, para colocarle enseguida en el regazo, a la inquieta Luna, que está encantada con el divertimento, que para ella supone, el ir con su mamá “en el carrito”.

Betty necesita usar el baño y sabe que sola no puede aún valerse, la mano que tiene ya sin escayola, aún está muy débil y solo puede sostenerse, con la pierna sana. Hasta ahora, las enfermeras del hospital la han ayudado, pero ¿y ahora?, ¿qué va a hacer?...

Luna.- Mamá ¿tú no vas al baño?. Yo tenía muchas ganas y papá también ha entrado... ¿tú no tienes ganas?...

Betty.- Sola no pu... puedo, hija. Espero a ca.. casa.

Armando llega en ese momento con unos jugos de moras para sus mujeres y un café bien cargado para él. La sonrisa, no se le borra de la cara, ni de la mirada.

Luna.- Papi, mami quiere hacer pis y solita no puede, porque tiene la pierna malita.. tú la ayudas ¿verdad?. Como a mí... papi no me deja sentarme, porque dice que “no sabe quién se ha sentado antes” y que puedo coger cualquier cosa. Solo me puedo sentar en casita y en su baño de Ecomoda.

Armando mira a Betty y advierte que se ha sonrojado hasta la raíz del pelo, es evidente que necesita ayuda para usar el aseo, pero también es evidente, que algo tan íntimo, le cause vergüenza con él.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora