Me regaló la Luna

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Doña Julia, cayó de rodillas frente a él. Mientras sin dejar de llorar, repetía :”Mi Betty, mi Bettica, mi niña”

Luna se pegó asustada a la pierna de su papá, aquella señora la llamaba como a su mamá y además lloraba, a ella no le gustaba ver a la gente grande llorando, no le gustaba nada.

Armando se inclinó hacia doña Julia y la ayudó a ponerse en pie, mientras le decía suavemente:

Armando.- Doña Julia, tenemos que hablar, por favor tranquilícese, está asustando a la niña.

Doña Julia.- Claro doctor, disculpe, son tantas cosas, tantas cosas, pero pasen, pasen. Gracias a Dios, Hermes no está y no vendrá hasta la noche.

Armando cargó a Luna en sus brazos, la pequeña miraba asustada aquella vivienda, repleta de muebles antiguos y pasados de moda, que olían a rancio. Su papá sin embargo, recordó con ternura, los objetos, sillas, sillones, cuadros y aparadores de la casita del barrio de Palermo, que alguna vez había visitado.

Armando.- Mira Luna, no debes tener miedo, esta señora es tu abuelita Julia, la mamá de tu mamá.

Doña Julia.- ¡Ay Dios mío!... ¿ella es la hijita de mi niña?, ¿la hija de mi Betty?....Ahora lo entiendo, ahora lo entiendo, por esto Hermes... ¡Dios mío!, ¡Dios mío!... ¿Y mi Betty?, está en la calle ¿verdad?... ¡pobre hija, no ha querido venir por el bruto de su papá!... pero yo salgo doctor, yo salgo ya mismito a buscarla...

Armando.- Si doña Julia, Luna es hija de Betty y mía, de los dos.... pero Betty... Betty no está, ella se nos fue doña Julia… (se le quiebra la voz)… se nos fue, pero nos dejó a Luna.

Doña Julia llorosa abrió los brazos a la niña, y ésta algo más confiada se acercó a ella. Enseguida la buena mujer, la abrazó y comenzó a besarla, mientras le miraba la carita y la acariciaba. Luna poco a poco, fue perdiendo el miedo y se dejó querer, mientras su papá la miraba sonriente, aquella chiquilla era como él, de natural afectuoso y zalamero.

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Pasado el primer impacto, la buena de doña Julia, se limpió la cara y corrió a la cocina, para traer unos jugos de mora y unos pasabocas, después de dejarlos servidos sobre la mesa, volvió a salir para regresar con un viejo muñeco que le entregó a la niña.

Doña Julia.- Mira mi amor, este es “Betto” de Plaza Sésamo, el muñeco preferido de tu mamá, cuando vivió en la casa, siempre dormía abrazada a él, desde que era chiquita como tú, ahora debe ser para ti... ¿lo quieres?...

Luna sonriente, abrazó el muñeco y asintió con la cabeza, en un gesto muy de su mamá, que emocionó a los dos adultos. Enseguida, siguiendo las indicaciones de su papá, la niña se sentó en un rincón a colorear en el cuaderno que llevaba en su mochila, mientras Armando y doña Julia, se hacían a un lado, para en voz baja hablar sin que la pequeña pudiera oír, más de lo conveniente.

Doña Julia.- No doctor, mi Betty no se ha muerto, no Señor... ¡yo lo hubiese sabido!, yo lo hubiese sentido acá dentro (señalándose el corazón)... puede que esté herida, que no nos recuerde, que no se pueda comunicar con nosotros, pero ella sigue viva en algún lugar, esperando que vayamos a buscarla.

Armando.- ¿Está segura de lo que me dice, doña Julia?... Porque yo también me niego a creer, que se me haya ido para siempre... pero fue un incendio horrible, en una factoría de café de Marsella, la parte más afectada fue la zona de oficinas, todos murieron allí, algunos quedaron tan carbonizados, que no se encontraron los cuerpos, como un crematorio, doña Julia... sólo cenizas.

Doña Julia.- Pues con más razón, doctor, si mi Betty hubiese tenido esa muerte tan horrible, de tanto dolor y sufrimiento, yo lo hubiese sentido. Ella no ha muerto, debe estar herida, ¡búsquela doctor!, ¡búsquela!... tiene que encontrarla. Si yo no lo he hecho antes, es porque dentro de mi, sabía que ella estaba bien, en estos años, he sabido de ella por doña Eugenia, la mamá de Nicolás, ella me escribía allí, alguna tarjeta, solo para decirme que estaba sana y era feliz, nunca me habló de la nena, nunca me dijo dónde vivía, pero no me tuvo sin noticias.

Historias de Betty, la feaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora