Observando la nieve

1.9K 317 48
                                    


La casa estaba como la recordaba. Vieja, con muebles desgastados y con muy poca luz. Incluso su cuarto seguía con el candado en la ventana. Nada había cambiado. Dejó su maleta en una esquina y se dispuso a volver a la cocina para charlar con su madre sobre la escuela.

—Severus, he hecho galletas por tu llegada. —Eileen mostró una bandeja con unas galletas que habían perdido su forma de abeto de Navidad. El chico tomó una, agradeciendo el gesto, sin importar lo feas que estuviesen.

Se sentó en su sitio de la mesa, mirando de reojo la silla que ocupaba su padre. No quería preguntar por él, su madre parecía tranquila en ese momento. Ella le sirvió un vaso de chocolate caliente, aunque hecho con agua porque había vuelto a olvidar que debía comprar leche.

—Cuéntame, hijo. —invitó ella sentándose en frente, comiéndose una galleta con una sonrisa.

—Fui seleccionado en Slytherin. —Eileen le sonrió aún más, recordando su sala común con gran cariño—. Y bueno... No sé. Las clases van bien. El profesor Slughorn suele felicitarme por las pociones realizadas en su clase.

—Me alegra que te esté yendo tan bien. Seguro que fue muy emocionante ver Hogwarts por primera vez. —Severus asintió—. ¿Has hecho ya muchos amigos?

—Algunos. Lucius Malfoy es uno de los prefectos de Slytherin. Me llevo bien con él. —La imagen de una chica pelirroja pasó por su mente—. Lily, la amiga que vive por aquí, acabó en Gryffindor, así que no podemos compartir muchos momentos.

Madre e hijo se quedaron charlando durante un tiempo. Eileen le contaba su experiencia allí, como solía hacer cuando era más pequeño y Tobías no se encontraba en casa. Su mirada y sus palabras demostraban lo mucho que echaba de menos aquella vida. Ahora apenas usaba la magia para alguna tontería y no iba a ningún lado por estar casada con un muggle que le repugnaba el tema.

De pronto se escuchó la puerta de la entrada y unas llaves en el pequeño cuenco que se encontraba en el recibidor.

—Ya estoy en casa, Eileen. —dijo Tobías.

Severus vio como su madre se dirigía a saludarle, aunque el ambiente se había tensado en cuestión de segundos. Le dieron ganas de salir corriendo, pero sólo se quedó allí sentado, con la mirada perdida al frente.

—Vaya, estás aquí. ¿Te han expulsado ya? —preguntó con una muesca de asco.

—Severus ha vuelto a casa por las vacaciones de Navidad. —explicó Eileen poniendo una cafetera en el fogón.

Tobías bufó con desagrado, farfullando algunas cosas sobre la Navidad y lo absurdo que era celebrarla. Así era, Severus jamás había podido decorar la casa o haber tenido algún regalo.

—Dame tu varita mágica. —Ordenó su padre estirando la mano—. La magia en casa está prohibida.

—No puedo hacer magia fuera del colegio. —comentó en voz baja, sin llegar a mirarle, deseando que con eso quedase satisfecho.

—Dámela. No te lo voy a volver a repetir. —Su tono resultaba sumamente amenazante. Sabía que no era un farol y que si no obedecía, se llevaría una paliza.

—La he dejado en el cuarto con el resto de cosas. ¿Puedo subir a buscarla? —pidió sin atrever a mover ni un músculo sin permiso. Su padre le hizo una seña para que fuese, por lo que rápidamente subió los escalones. «Mi varita... Ojalá pueda volver a recuperarla», pensó volviendo a dirigirse a la cocina ya teniendo su preciada pertenencia. Sin pensarlo mucho se la dejó sobre la mesa. Era mejor hacerlo así, dolía menos separarse de ella.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora