Harto

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Disfrutó de la magnífica velada que había preparado junto a Remus para recibir a Lyall y Hope que llegaron muy cansados del trabajo. Ayudar en la cocina y preparar la mesa había resultado agradable, porque sabía que lo hacía para unas personas maravillosas. Además, había preparado los panecillos de leche que Severus le había mostrado, así sólo tendrían que hacer café y/o zumo por la mañana para tener el desayuno listo.

—¿Tu novio te ha enseñado a cocinar así? ¡Qué chico tan aplicado! —comentó la mujer que no había podido evitar coger uno para el postre.

—Sí, es maravilloso... —musitó perdido en sus pensamientos—. Seguro que le caerían muy bien.

—Remus nos contó que su padre es muggle. Imagino que está bastante relacionado con ambas maneras de vivir.

El licántropo pareció un poco incómodo ante la suposición. Conocía los pensamientos de Snape sobre los muggles. Realmente pensaba que deberían ser considerados inferiores, aunque comprendía que el odio que tenía provenía únicamente de su maltratador, pues luego nunca trataba de forma negativa a hijos de muggles o mestizos, como él.

—Bueno... Él ha tenido problemas con sus padres que le lleva a generalizar, pero estoy seguro de que sabrá tomar el camino correcto. —Quiso ser muy sincero con ellos.

Lyall comprendió sus palabras. Si el chico estaba en Hogwarts sería por un motivo de peso.

—Estoy segura de que así será. Aún tiene que conocer todas las cosas buenas de la vida —respondió Hope de una manera dulce.

La cena quedó en buenos términos. Los adultos recogieron la cocina como agradecimiento y tras eso, se marcharon al piso de arriba. Necesitaban recuperarse para un nuevo día de trabajo.

Remus se quedó sentado en el sofá con la televisión a un volumen razonable. No quería molestarles mientras dormían, de reojo notó que Sirius tomaba el espejo doble.

—Severus Snape —susurró.

—¿Quieres que me marche al cuarto? —preguntó amable.

Su amigo no le respondió, sólo se quedó mirando fijamente su propio reflejo. Nada aparecía allí.

—¿Qué hora es? —No alzó la vista, no lo necesitaba. Sentía un enorme peso en su pecho que le impedía respirar con normalidad.

—Ya son las diez y veinte —respondió Remus—. ¿Pasa algo?

—Severus debería estar esperándome desde hace veinte minutos.

—Quizá se ha dormido, Sirius.

Él negó con la cabeza. Volvió a pronunciar su nombre, pero el espejo seguía sin mostrarle su imagen. No podía ser. Severus siempre decía su nombre, aunque tuviera mucho sueño, para conectarse con él y que le despertara cuando fuera. Ya había pasado antes.

Decidió esperar aconsejado por Remus, considerando que quizá había sido llamado con algún profesor o incluso por Dumbledore, pero los minutos pasaban y Severus no aparecía.

Tras una hora dejó el espejo en la mesa porque se estaba poniendo de los nervios y temía que se le cayera de las manos temblorosas. Le pidió a Remus que se quedara unos instantes mirando al espejo porque necesitaba refrescarse el rostro y tranquilizarse un poco.

Remus tomó el espejo, pensando en posibilidades para que Snape faltara a su cita con Sirius. No era la primera vez que le dejaba tirado porque necesitaba pensar, aunque le parecía extraño en esa ocasión. Por lo que le había dicho su amigo, cada día hablaban aunque fueran cinco minutos.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora