Un mal augurio

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Escucharon un canto algo tenebroso, como si fuera de un animal entristecido y tembloroso que decidía emitir esa melodía para comunicarse con el exterior. Al acercarse un poco más, pudieron visualizar unos nidos en forma de lágrima en unos espinos blancos.

Hagrid, que alcanzaba todos ellos, metió la mano en uno, tomando un hermoso pájaro negro con reflejos verdes, que seguía cantando sin parar, sin verse asustado por el roce. Bajó sus manos, dejándoles ver a la delgada ave.

—Parece que les ha gustado este sitio para anidar. Hay varios de ellos —comentó mostrando su alegría.

—¡Oh, es un augurey! —Sirius acercó dos de sus dedos para acariciarle la cabeza, notando la suavidad de sus plumas—. Eso significa que lloverá pronto. ¿Ves, Sev? Yo también estudio.

El aludido rodó los ojos, notando cómo algunas crías se asomaban por el nido. Sonrió al ver a las pequeñas aves buscar al que parecía ser su padre, ya que era común en esta especie que los machos se quedaran cuidándoles cuando ya eclosionaban los huevos.

Hagrid dejó al augurey adulto de vuelta en su hogar, pero una pequeña cría saltó a sus manos antes de que las retirara.

—Son realmente hermosos —opinó Severus, sin sentirse afectado por el canto que anteriormente se creía, atraía la muerte—. ¿No correrán peligro tan cerca del bosque prohibido?

—Aunque no lo parezca saben defenderse muy bien. Estoy seguro de que el grandullón les protegerá con todo lo que sea necesario.

Sirius se guardó la carcajada en su interior al escuchar al guardabosques llamar "grandullón" a otro ser, llevándose una mirada reprobatoria de su pareja.

—¿Y a usted no le preocupa? Su cabaña no tiene ninguna separación con el bosque. —Miraba la zona sin poder creer que el semigigante pudiera dormir tranquilo, ya que conocía que no había ninguna barrera mágica que estuviera proporcionándoles un lugar seguro. Los seres que habitaban las zonas más profundas podían salir en cualquier momento.

—Yo visito el bosque en muchas ocasiones y aunque sé que es muy peligroso, tanto que jamás debéis ingresar —advirtió alzando uno de sus dedos—, controlo a bastantes criaturas que viven allí, de hecho...

—¿Qué? —preguntó Sirius al percatarse de su silencio repentino.

—No debí decir eso, olvidadlo. —Caminó hacia su cabaña, perseguido por el Gryffindor que ya había sujetado de nuevo la mano de su pareja.

—¡Dínoslo, podemos guardar tu secreto! —Se moría de curiosidad por saber lo que Hagrid escondía—. ¿Es algo ilegal?

—Señor, es un cotilla, no va a parar hasta que le cuente algo —musitó Severus, casi esperando que le contara cualquier tontería para poder marcharse de allí.

—Hay una cría de la que me ocupé yo solito. La nombré Aragog, pero esto no debe salir de aquí —confió mirando hacia los lados—. Es una hermosa acromántula.

La mirada de Severus pasó a su novio, que también parecía un poco sorprendido con la noticia.

—Eso es increíble, Hagrid. —El semigigante pareció lleno de orgullo ante el comentario de Sirius, pero poco después despidió a los chicos para continuar sus labores con las hierbas.

Con pasos apresurados se distanciaron un poco, viendo el bosque desde otro lugar. La mirada de Severus se dirigió a él, frunciendo el ceño. Sabían que era peligroso, pero nunca hubieran imaginado que una maldita acromántula se encontrara allí.

—¿En serio le has dicho que eso era increíble? —preguntó tras unos breves segundos en silencio.

—¡Lo es! ¡No esperaba esa revelación!

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora