Más cercanía que una simple amistad

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Regulus no sabía cómo abordar el tema, porque si decía algo que le hiciera sentir rechazado, lo estropearía todo, pero si no lo hacía, corría el riesgo de que el castaño creyera que quería algo más con él, lo que también podía joderle la amistad si le rechazaba.

—¿Puedo hablar primero? —pidió Remus al notarle tan nervioso, recibiendo un mudo asentimiento—. Antes que nada quiero dejar claro que no me gustaría perder nuestra amistad y tampoco quiero que te sientas mal por lo que voy a decirte.

—Está bien. A mí tampoco me gustaría perderla. —Le regaló una sonrisa para que comprobara que la charla iba por buen camino.

—No estoy preparado para mantener una relación seria con nadie. Ni siquiera sé si un día lo estaré —confesó, mirando el paisaje.

Regulus se sentía aliviado por una parte. No estaba loco. Severus había hablado con él, quizá no de forma directa, pero entendía que le había animado a que le contara aquello sabiendo que era justo lo que él quería. Seguir la amistad aunque un par de besos estuvieran en ella, no era un motivo para dejar de verse.

—Yo tampoco lo estoy, Remus. —El aludido le sonrió, sintiéndose muy relajado en ese ambiente, por mucho que fuera un tema algo extraño que tratar con el hermano de uno de sus mejores amigos—. Pero...

El cuerpo de Regulus se pegó al suyo, posando sus frías manos en las mejillas llenas de cicatrices del hombre lobo, quien no quiso apartarse. Sus labios estaban muy cerca, aunque no llegaban a tocarse.

—¿Crees que podemos continuar con esto sin que afecte a nuestra amistad? —dudó por unos instantes sobre los sentimientos reales de Regulus.

—Sólo si los dos estamos de acuerdo y paramos si lo consideramos necesario. —Acarició la cicatriz que atravesaba parte de su labio—. Yo lo estoy.

Remus acortó los pocos centímetros que les separaban, alcanzando su boca que le reclamaba más intensidad, sin tardar en notar que la situación comenzaba a tornarse más fogosa, aunque no pensaba pasar de unos besos.


Sacudió ligeramente el cuerpo del Gryffindor para que se despertara de su siesta, escuchando ligeros ruiditos de la boca de su pareja, que parecía que se negaba a abrir los ojos. Si fuera por él, le dejaría allí descansando mientras él se iba a la lechucería, aprovechando para pasear un poco, pero le había dicho que le despertaría en ese caso, no quería que después se negara a dormir por no fiarse.

—Sirius, ¿te apetece tener una cita? —susurró cerca de su oído.

—¿Hm? —Abrió uno de sus ojos, mirándole desconcertado—. ¿Qué has dicho?

—Estoy seguro de que me has oído. ¿Me acompañas o voy solo? —El de rizos rápidamente se negó a dejarle, estando a punto de incorporarse de golpe, pero la mano de Severus se posó en su pecho, parando su movimiento—. No hay prisa.

Sirius se tomó unos minutos, tomando su extremidad para poder repartir besos por ella, finalmente decidiendo levantarse. Estando de rodillas en la cama, pasó el brazo tras la espalda del Slytherin y por debajo de sus piernas, levantándolo en brazos.

—¡Oye! —exclamó algo molesto, quedándose de pie con su ayuda—. No era necesario eso.

—Lo era para mí. —Besó su nariz y fue a por las capas—. ¿Dónde se supone que vamos?

—A la lechucería.

El Gryffindor tomó su bufanda y la enrolló en el cuello de Severus, intercambiando las prendas. Sonrió ante su ceja alzada, pidiéndole por favor que salieran así. Tras un suspiro sujetó ambos sobres, aprovechando el viaje para enviarle una carta a Lucius, tomó la mano de Sirius y caminó junto a él, sintiendo el aroma de su pareja en la bufanda que le rodeaba.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora