La sala común de Gryffindor

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Los exámenes sumados a las próximas vacaciones que tendría que pasar de nuevo en casa estaban llevando su irritación al límite. Sentía sueño todo el tiempo por mucho que durmiera y se sentía desganado, aunque nada le paraba para quedar con Severus o disfrutar con sus amigos.

Bostezó por vigésimo séptima vez, intentando mantener su concentración en clase, aunque era complicado porque tocaba estudiar un pez redondo con patas que era sumamente aburrido.

—Deja ya de bostezar, que no dejas de pegármelos —susurró Remus tomando notas sobre el plimpy. Tampoco había sido una noche fácil para él.

—Ya podrían habernos traído algo más interesante. Un bicho que muerde los pies de los nadadores y encima es feo. Parece un sapo hinchado al que le faltan dos patas —contestó bajando una de sus manos para agarrar la de Severus, que descansaba sobre su pierna.

—¿Ya sabes qué harás en vacaciones? —preguntó el licántropo por lo bajo, aprovechando que el profesor Kettleburn estaba ocupado luchando con aquellos pequeños peces que querían escapar.

Negó con la cabeza, dejándose caer totalmente sobre la silla. ¿Qué podía hacer sin autorización para estar en Hogwarts? Absolutamente nada. Quizá eso era lo que más le desanimaba, que la decisión no estuviera en sus manos.

Sintió un leve apretón en su mano, que le indicaba que Severus escuchaba todo y que estaba ahí para apoyarle.

Remus notó de reojo que Snape tomaba dos apuntes distintos y le pareció extraño, ya que no solía sacar malas notas, por lo que no debía preocuparse tanto por las clases. Probablemente él ya conocía a esa criatura, sabía que era un gran fanático de la lectura. Al final de la clase pudo entender el razonamiento de aquello al ver que ocultaba una de las hojas en el cuaderno de Sirius. Sonrió de forma disimulada. No quería que se sintiera invadido y tampoco que le descubrieran James y Peter, pero tampoco podía evitar que aquel gesto le pareciera tierno.


Sirius se despidió de sus amigos, que se marchaban a la excursión de Hogsmeade, pidiéndoles que le trajeran algunas golosinas de regreso y deseando que lo pasaran bien. Lamentaba no ir, pero le preocupaba su pareja. Le había ofrecido ir con él, aunque tuviera que separarse de sus amigos, sin embargo Severus se había negado rotundamente y aquello no hacía más que aumentar las sospechas del agresor del Slytherin. Esperaba estar equivocado, aunque algo le decía que llevaba la razón.

Subió las escaleras de la torre de Astronomía, un lugar que se había convertido en su nuevo punto de encuentro, ya que el mapa de las mazmorras estaba finalizado.

—Hola, Sirius —saludó al verle entrar. Cerró su cuaderno de dibujo para prestarle toda su atención a él.

—¿Llevas mucho esperándome? —preguntó dando un par de pasos.

Severus negó, aunque en realidad llevaba una hora allí, llegando después de convencer a Regulus de que disfrutara su salida a Hogsmeade. Disfrutó del abrazo de Sirius, aunque sentía que aquello no era igual. Solía verle suspirar, pero cuando le preguntaba si algo le preocupaba, si estaba todo bien, él hacía ver que no pasaba nada. Tampoco estaba tan parlanchín como de costumbre y se le hacía extraño, sin contar que él no sabía sacar temas de conversación, por lo que sus citas se volvían silenciosas.

—¿No me contarás qué te ocurre? —insistió.

—No me ocurre nada. —Sirius frunció el ceño, casi molesto por aquella pregunta.

Asintió sin estar muy convencido. El ambiente estaba cargado y casi se podía oír los pensamientos de cada uno de ellos. Severus quería romper el silencio, pero no se atrevía a dar el paso. Se sorprendió al escuchar la voz seria del mayor.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora