La noria

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Sirius pidió un algodón de azúcar verde, aunque la tonalidad distaba mucho de Slytherin.

—¿No odiabas el verde? —preguntó Severus con disimulo.

—Sí, fui un idiota que odió el verde pensando que tenía un significado. Regulus y tú me enseñasteis que no es así —contestó cogiendo varias servilletas.

El Gryffindor fue el primero en tomar un pedazo, sentándose en una banca cercana que les permitía ver el trayecto de la montaña rusa. Frunció el ceño al ver al grupo de chicos del tren. Seguía pensando que darles un par de tortas no hubiera estado tan mal, aunque estaba de acuerdo con las palabras de Severus.

—Ya podrían saber todas las... "medicinas" así. —Sirius tomó otro pedazo y lo observó, notando como el algodón se iba difuminando con cada fina capa.

—¿Has tenido que tomar muchas? —preguntó Severus. El no estaba muy familiarizado con los sabores, ya que su padre usaba medicamentos muggles y tampoco es que le proporcionase muchos. Únicamente había tomado las pociones que Lucius le había conseguido.

—Me he partido varios huesos en mi vida. Heridas, enfermarme por andar como no debía... Siempre voy encontrándome problemas.

—De esa forma me encontraste a mí.

Sirius giró su rostro, aunque Severus miraba a las personas que pasaban por allí, intentando evitar sus ojos.

Era cierto que todo había empezado con problemas, tanto cuando se conocieron como cuando su acercamiento empezó, pero no sabía por qué aquello no le resultaba agradable de oír.

—¿Y si estamos hechos el uno para el otro? —Severus le miró de reojo al escuchar sus palabras—. Tú no buscas los problemas, llegan a ti y yo no hago más que andar a la caza de ellos. Quizá estábamos destinados a acabar juntos.

Severus sonrió negando con la cabeza. No esperaba una respuesta tan... ¿cursi? Y aunque le costara admitirlo, le había encantado. Tomó un nuevo pedazo de algodón de azúcar, dándose cuenta que ya no podría recordarlo como antes. Sirius había borrado el recuerdo de su padre negándolo para crear uno nuevo en el que él le decía esas maravillosas palabras.


Decidieron levantarse después de charlar un rato al terminar el algodón de azúcar, dejando que el cuerpo lo digiriese un poco antes de volver a montar en alguna atracción.

El sol ya se estaba poniendo y la luz anaranjada se reflejaba en el cabello rizado de Sirius, dándole una tonalidad algo distinta, al igual que sus hermosos ojos grises.

Visitaron algunas casetas de juegos, donde Sirius entabló conversación con un chico que iba acompañado por su novia, dándole consejos para disparar con aquella escopeta casi de juguete. Él estaba acostumbrado a jugar a esas cosas en las pequeñas ferias que visitaba cuando Regulus era más pequeño, donde siempre le ganaba peluches y juguetes muggles. Después se dedicaban a esconderlo de sus padres, aunque en algunas ocasiones encontraron alguno y Kreacher se culpó de haberlos recogido en la calle. El chico disparó teniendo en cuenta sus palabras, acertando en el premio de un pequeño tigre que parecía sumamente suave.

Ambos le dieron las gracias a Sirius, invitándoles a comer algo, pero el Gryffindor se negó de forma amable.

Severus se sorprendía por la facilidad que tenía para entablar conversación con otras personas, además de aquella preciosa sonrisa que usaba para no molestar a los demás con sus negativas.

Las luces de las atracciones ya empezaban a notarse más y aquello llamó la atención de Severus, centrándose en un pulpo sumamente iluminado, acompañado de luces moradas, azules y amarillas en cada uno de sus tentáculos que sujetaban los asientos dobles.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora