La verdad sobre el perro negro

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Regresaron al cuarto, Sirius bastante satisfecho con el trabajo realizado en pociones, ya que había puesto su mayor empeño en cortar los ingredientes de Severus para sacar una nota acorde a las que solía tener, quien le había agradecido el detalle con una pequeña sonrisa, algo que para él tenía más valor que cualquier otra cosa.

—¿Estás muy cansado? —preguntó viéndole dejarse caer en la cama—. Deberías avisarme antes de hacer esas cosas.

—El problema es levantarme, tirarme puedo hacerlo solo —se burló.

Sirius se acercó a él para darle un beso antes de moverse por el cuarto preparando la bolsa para las próximas clases de la tarde y la mesa para que pudieran comer de una vez.

—¿Quieres comer en la cama? Podrías dormir un rato antes de irnos.

—No, me debes una conversación.

El de rizos se giró hacia él, notando que su pareja no le había perdido de vista en ningún momento. Sabía que a Severus no se le olvidaría, pero a la vez quería dejar pasar que tenía que contarle la verdad, temiendo la reacción.

Fue hacia su mesilla de noche, donde desde el primer día había escondido el regalo que le hubiera gustado darle cuando le contara sobre el perro, quizá para el aniversario de la pareja, aunque no estuvieran juntos.

—Toma, cariño. —Le entregó la caja hermosamente envuelta con un lazo plateado.

—¿Y esto? —Aceptó la ayuda de Sirius para levantarse, mirando el regalo con atención.

—Es algo que quería regalarte desde que lo vi durante las vacaciones de Navidad, aunque lo guardé para una ocasión especial —comentó—. Ábrelo ahora.

Sirius se sentó a los pies de la cama, acariciando las pantorrillas de Severus al introducir las manos en sus perneras.

El Slytherin comenzó a desenvolverlo, extrañado por recibir un regalo en esos momentos. Destapó la caja de joyería, encontrándose con un fino collar con una chapa plateada típica en los collares de los perros. En ella se encontraba grabada una imagen del perro negro que tanto le gustaba.

—¿Cómo es posible? —Dio la vuelta a la chapa encontrándose con un nombre.

—Creo que es hora de que sepas quién es Canuto —musitó centrándose en sus reacciones.

—Él tiene tus mismos ojos. —Sonrió con incredulidad. Por eso el maldito perro se había acercado a él. No era de nadie, no era un perro abandonado ni vivía en Hogsmeade.

Sirius se puso de rodillas al sentir la mano de Severus en su mejilla, cerrando los ojos en el proceso, preparado para lo que fuera a llegar, aunque cruzaba los dedos para que no se tratara de un bofetón.

Sus labios se encontraron en un suave beso que le hacía sentir más seguro.

—Eres un maldito idiota —dijo Severus sin soltarle.

Al abrir los ojos se dio cuenta que sus orbes negros estaban brillantes, como si estuviera a punto de llorar.

—Lo siento mucho. No quería engañarte, pero no podía soportar dejarte solo —reconoció, odiándose en esos instantes por hacerle pasar esos malos ratos por sus decisiones absurdas.

Severus se inclinó ligeramente, dejando el rostro escondido en el hueco de su cuello, sin dejar de abrazarle.

—Gracias por ser tan valiente y salvarme —dijo recordando las palabras de Sirius la primera vez que le había mencionado al can.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora