Tapando el reflejo

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Severus quería salir corriendo al cuarto para poder encerrarse. Intentaba relajar su respiración, pero no podía. Su padre gritaba y él ya no podía escucharle. El ataque de pánico estaba traicionándolo.

—¿Quién te crees que eres para traer gentuza a casa? —Tobías le agarró del cuello, estampándole con la barandilla de la escalera, provocando que los adornos se clavasen en la espalda herida de su hijo.

—No he traído a nadie...

—¿Piensas que puedes engañarme? ¿Era un mago? —Zarandeó a su hijo, golpeándole dos veces más en su parte posterior—. ¡¿Era un mago?!

—No lo sé. No le conozco, por favor... —Pronto comenzó a sentir los fuertes dedos de su padre cortándole la respiración. Llevó sus manos a las de Tobías, intentando liberarse. Sentía que sus fuerzas se iban cada vez más y más lejos. Las lágrimas salían de sus ojos.

Tobías lo empujó hacia la otra pared, dejando que el chico cayera al suelo intentando recuperar un poco de aire, respirando con dificultad. Severus se llevó una mano al pecho, sintiendo el dolor en sus pulmones. Intentó alejarse cuando notó que su padre se movía, pero sabía que poco iba a conseguir. Volvió a ser elevado con mucha facilidad, empujado de nuevo hacia la barandilla, donde recibió un golpe en la sien que le dejó más aturdido aún, dejándole tirado en el suelo. Tobías comenzó a patearle con suma rabia mientras le recordaba lo poco que importaba al mundo, que jamás encontraría a alguien que le tratase mejor que él, que siempre estaría solo. Todo lo que según su padre merecía.


Severus abrió los ojos, percatándose que se había desmayado. Intentó levantarse apoyando sus manos y sus rodillas en el suelo. Escuchaba la bañera llenándose en la planta superior.

Recordó el saquito que le había entregado Lucius y decidido comenzó a subir los escalones para buscarlo en su cuarto y salir de aquella casa, sin embargo Tobías tenía otros planes. La llave del agua se cerró, dejando que una gota cayera en la bañera llena, provocando un ruido escalofriante. Severus aún no había subido todos los escalones cuando Tobías salió del baño y se acercó a él, agarrando su muñeca y estirando su brazo con mucha fuerza.

—Desnúdate. —ordenó Tobías con una voz ronca y aterradora. Severus quedó congelado en el lugar pues era la primera vez que aquello sucedía—. ¡He dicho que te desnudes! —Gritó propinándole un puñetazo en el estómago.

El joven dobló su cuerpo sintiendo el dolor y el terror de la situación. Comenzó a retirar su camisa, pero sus dedos temblorosos no podían desabrochar los botones. Harto de esperar, Tobías le lanzó al suelo y le arrancó la camisa y los pantalones, permitiéndole que se quedase con la ropa interior. Le cogió del pelo, retorciéndoselo para obligarle a levantarse y pegó su mejilla al espejo del baño.

—Eres repugnante, Severus. —Tobías le separó del espejo, obligándole a mirar su reflejo—. ¿Has visto qué asco das? —Severus lloraba en silencio, llenando el cuarto únicamente de su respiración entrecortada. Tembló aún más cuando sintió que el pecho de Tobías se pegaba a su espalda, sintiendo su aliento en la oreja derecha—. Jamás encontrarás a alguien que te aguante como yo lo he hecho. No importa lo que diga tu madre. Ella te miente prometiéndote que todo irá mejor si huyes de casa, pero es mentira. No debes dejarme, Severus.

El joven se estremeció al sentir como su padre lo alzaba y lo metía en la bañera, sintiendo el agua tan helada que dolía. Era como si mil agujas se clavasen en su piel. Pronto comenzó a cambiar de color, mezclándose con su sangre.

—Ahora te quedarás aquí y reflexionarás sobre lo que has hecho. ¿Me has entendido? —Severus asintió con la mirada perdida, sin atreverse a hablar y sin poder dejar de llorar.

La rivalidad que crea la atracciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora