Prólogo.

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"¿Cómo sabes si la tierra no es más que el infierno de otro planeta?"

Aldous Huxley.

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Ya nadie cree en los ángeles.

O los recuerda, si quiera.

Y no me refiero a esa escena en el Nuevo Testamento en el que aparece Gabriel diciendo "Hey, María, no te asustes que vas a ser madre, ¿vale?" , porque ese trozo todo el mundo se lo conoce. Porque vamos a ver: ¿alguien se acuerda del nombre de otro ángel que no sea el de Gabriel? ¿Aún hay gente que cree que un ángel va a bajarle del cielo?

No.

La imagen que todos tienen de ellos es la de un bebé rechoncho con unas alitas blancas pintado en el techo de la iglesia.

Me refiero a los ángeles de verdad. Tal cual: con espadas, un aro en la cabeza y un taparrabos como vestimenta, repartiendo justicia y castigando a los impuros. A esos a los que antes rendían culto con un montón de comida que se podría por no guardarla en la nevera, y con plegarias tipo "Por favor, Tutankamón, haz que no coja el tifus."

Bueno, Tutankamón no, pero ya me entendéis.

Ya nadie cree en ellos, tal vez porque resulte más práctico mirar el tiempo en la tele para decidir si celebrar tu fiesta tal fecha, que suplicarle al techo acertar el día soleado.

Vale, sí. Ya sé que se nota que soy atea. O agnóstica. Sea lo que sea eso. Pero lo cierto es que yo sí que creo en los ángeles. Y sé que están cabreados.

No estoy segura de cómo funciona todo esto, pero desde luego tengo claro que no es nuestra culpa, para empezar. El cómo empezó todo. El cómo comenzó el fin del mundo, supongo. Fueron ellos quienes nos abandonaron y no volvieron a darnos un discursito desde tiempos de Jesús. Quienes permitieron que nos descarriláramos. La humanidad no tenía ni idea de lo que hacía: no sabía hacia dónde se dirigía, no tenía ningún guía que le dijera "¡No, cariño, hacer una Segunda Guerra Mundial no es una buena idea!"?

Y es que está en nuestra naturaleza: pecar.

Está tan arraigado en nuestro comportamiento, en nuestro día a día, que lo hacemos inconscientemente. Es decir, vamos, es inevitable si el 95% de la población no se acuerda de los Siete pecados Capitales de cuando tomó la Primera Comunión. Supongo que la expectativa del regalo de la X-Box de después de la misa molaba más que la misa en sí.

Así que sí. Pecamos. A todas horas. Pecamos al mentir, al sentir avaricia, al sentirnos orgullosos, o tener la imperiosa necesidad de enrollarte con tu vecino cada vez que lo ves sin camiseta cuando riega los arbustos de su jardín. Lo que no está tan mal, ¿no? Una mentirijilla por ahí, un caramelito mangado por allá. "Total, a Carrie le sobran esos kilitos de más", pensaréis.

Pero seamos francos. Ya hace tiempo que esas mentiras acabaron convirtiéndose en corrupción, y aquel dulce robado de las manos de tu prima odiosa, en el dinero de una caja automática.

Vivimos en una sociedad acabada. Destinada a ir al infierno. Estamos gobernados por políticos comprados, unos nadando en dinero y otros mendigando por él. En un planeta moribundo, respirando nuestra propia basura y comiendo de los animales maltratados que embutimos en granjas sobreexplotadas. Vivimos entre ladrones y estafadores, y probablemente tú seas uno de ellos.

Vivimos en una sociedad basada en el pecado: vivimos en él, y de él.

Así que sip, no me extraña que los de allá arriba hayan decidido que ya era hora de hacer borrón y cuenta nueva con nosotros. Supongo que lo decidió Dios ya hace tiempo, si es que acaso existe. Lo demostró cuando nos envió toda aquella horda de ángeles que cayeron del cielo como meteoritos en la víspera a de Navidad.

"Allá va el regalito de Papá Noel, humanos."

Por si os lo preguntáis: sí. Dios decidió que el día de Navidad era un buen día para mandar toda la raza humana al infierno.

Pero creedme. Si voy yo, arrastraré a todos los que pueda conmigo.

Llenaré el infierno de ángeles.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora