Capítulo 14.

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CAIN.

-Cain- Damian murmuró mi nombre como una promesa sinuosa. Su media sonrisa no revelaba nada-. El nombre del primer hombre que forjó su arma; el nombre del primer asesino de la historia de la humanidad- ladeó la cabeza en un ademán felino-. ¿No te resulta un tanto humillante que decidieran ponerte el nombre de un ser humano mucho más conocido que tú? ¿El nombre de un ser humano pecador que incluso nació antes que tú? Es como si tus padres quisieran anunciar que ya sabían que serías un Oscuro, y además quisieran resaltar tu juventud: "Naciste mucho después de que el primer humano pisara la tierra de Dios."

Levanté el mentón y sonreí, a pesar de que las esposas de Akasha producían un hilillo de humo procedente de mis muñecas, y un ligero olor a piel chamuscada. Intenté no mover los brazos cuando me encogí de hombros en un gesto indiferente. Las lágrimas pugnaban por salir.

-La diferencia entre el primer Cain y yo, es que yo sigo vivo, y él bajo tierra.

Estábamos en su habitación personal, el lugar donde Damian recibía sus visitas. Un tanto irónico. No sé en qué estaría pensando cuando creí que me llevaría a una especie de calabozo o sala de tortura. Aquí él estaba en su territorio, apoyado con indolencia sobre el sofá. Con la certeza de que aquí yo no tenía ni idea de lo que iba a ocurrir.

Damian soltó una carcajada demasiado estridente. Sabía que mis respuestas eran buenas, pero no tanto.

-Lo dices como si lo hubieses matado con tu propia espada. ¿Cuántos años tienes, muchacho?

¿Muchacho? ¿Estaba de coña?

-Mil y uno.

Él hizo un ademán despectivo con la mano.

-A penas un recién nacido-. El Arcángel se echó hacia atrás bruscamente, y se acostó en el sofá cuan largo era, entrecruzando sus tobillos. La espada, que colgaba de su cinto, resbaló lentamente hasta tropezar con el suelo. No se molestó en recogerla. Su Qëlah, un especie de leopardo raro y pequeño, saltó silenciosamente sobre el respaldo. El brillo azulado de los ojos de Damian resaltaba en la luz tenue. Eran unos ojos de Arcángel-. Y sin embargo, un niño que se atreve a venir hasta aquí.

Me balanceé sobre mis pies, impaciente. Aunque sabía que su pose era totalmente estudiada, odiaba cómo indicaba indiferencia. Como si yo no resultara una amenaza en absoluto.

-¿Qué quieres, Damian?

Él hizo un ademán despectivo, como si mi respuesta le hubiera decepcionado. Ni siquiera me miraba; estaba rascando una oreja al felino.

-Me irritáis. Ningún joven parece ser consciente de que tiene toda la eternidad por delante.

Me incliné hacia delante, lo justo para que los dos guardias que custodiaban la puerta se tensaran, pero no me detuvieran. De todas formas, no podía avanzar, ni levantarme de mis rodillas. Las esposas estaban unidas a unas cortas cadenas.

Pero no importaba, me dije. Mantuve mi rostro neutro cuando susurré.

-Y sin embargo... Alana.

Damian se levantó del sofá de un salto, y con un leve impulso de alas aterrizó sobre mí, en un largo y fluido movimiento. Se puso de cuclillas a mi lado, y mi corazón se disparó. notaba su aliento caliente en mi oreja, su mirada perforándome la mejilla. De pronto era consciente de que realmente estaba delante de un Arcángel. De uno de los creadores del Universo. De alguien que podía destrozarme la mente sin siquiera tocarme.

Me obligué a no desviar la vista de enfrente, aunque no pude evitar que mi barbilla temblara.

-Ni se te ocurra meterla en esto- siseó. Me roció con una lluvia de saliva; estaba tan furioso que apenas podía hablar con sus dientes entrecerrados.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora