La mirada se me nubla al instante. Todo se vuelve negro.
Pero no es la negrura que amo, que me abraza, que me acoge, que hace que me sienta en casa. Caigo en ella y no sé dónde agarrarme para mantenerme a flote, como si ya me encontrara en un lago tan profundo que la luz no pudiera atravesar. Caigo por un abismo y me asfixio en la caída.
Y al mismo tiempo, voy a la deriva.
Tropiezo con mis propios pies cuando intento mantenerme consciente, despertarme. Parpadeo fuertemente, pero las luces no se desvanecen de debajo de mis párpados. ¿Cómo puedo ver lucecitas si cuando abro los ojos me encuentro en la oscuridad?
¡Despierta! ¡Despierta!
Una voz en mi cabeza me recuerda que si me duermo, no voy a volver a despertar. Intento caminar hacia la salida, a pesar de que una parte de mi consciencia sabe que me encuentro a más de cincuenta pisos de altura. Mis pies se topan con el cadáver del Iluminado degollado, y caigo junto a él. Me percato levemente de que caigo sobre su propia sangre, aún caliente, y me salpica todo el rostro. Se filtra por la tela de mi camiseta, y hace que dude. ¿Tal vez es en realidad mi sangre?
Las entrañas me arden como si estuvieran al fuego vivo, y mi piel parece haber sido salpicada con ácido.
Me miro las manos, con las palmas hacia arriba, rojas, mojadas, inútiles. ¿No tendría que estar mi herida regenerándose por sí sola? Vuelvo a parpadear, y mis ojos se deslizan, casi esquivos, hasta mi herida. Hay tanta sangre que resulta absurdamente impactante. Aún en la oscuridad, reluce, viscosa, cuando sigue saliendo de mi herida.
Veo el mango de un cuchillo saliendo de mi abdomen. Está tintado de rojo, pero puedo ver que la empuñadura está en vuelta en cuero. Deduzco lentamente de que se trata de un arma de Akasha. Me horrorizo al darme cuenta de que tengo una hoja de quince centímetros de largo en mi estómago. Y además de Akasha.
Puedo sentir cómo su poder envenena mi sangre y asciende por mis venas, directo al corazón. Dolorosamente vibrante en mi interior.
Trato varias veces de sacar la cuchilla de la muñeca de mi guante antes de conseguirlo y rasgar la camiseta del Iluminado muerto. Intento quitársela con una mano mientras que la otra la mantengo presionada contra mi abdomen para detener la hemorragia. Sigo tirando frustrado, y al final la espalda del Iluminado se separa del escritorio, se tambalea y acaba bocabajo encima de mis piernas. Me alegro. La camiseta sale fácilmente ahora.
El brazo me arde por el esfuerzo, y una fría capa de sudor comienza a envolverme. Estoy tan cansado, pero no me rindo. Los inestables latidos de mi corazón me marcan el tic tac del tiempo que también corre para Alana y Kayla. Y para la Serafina... y Alejandro, si se encuentra con ella.
Sé que sacar el cuchillo de la herida es una de las peores cosas que puedo hacer. Cuando lo haga, no habrá nada que pueda obstruir el corte, y comenzará a salirme la sangre en mucha más cantidad. Perderé aún más sangre. Pero no tengo otra opción. El Akasha está evitando que mi éter vuelva a regenerarme el tejido. Necesito extraerlo para que la herida vuelva a cerrarse. Cuánto más tiempo pase el Aisha en mi organismo, más prolongado será su efecto sobre mi éter, por lo que tardará más en curarse la herida.
Inspiro hondo, y preparo el trapo ensangrentado en el que se ha convertido la camisa del Iluminado, y separo la mano que me sujetaba el estómago con cuidado. Ambas viajan despacio hacia el mango del cuchillo.
Demonios, sé cuánto va a doler. Aprieto los dientes, y mis dedos se aferran al cuero. Mis brazos comienzan a sufrir espasmos. El aire entra y sale fuerte de mi nariz cuando cojo fuerzas.
Instantes después, mi grito resuena en el edificio vacío.
Por un instante, se me nubla la vista y caigo precipitadamente al vacío. Mis brazos fallan, y tenso los dedos de los pies. El cuchillo repiquetea al caer contra el suelo, y mis manos se lanzan hacia el los jirones de tela. Los presiono directamente contra la herida, porque no me veo con fuerzas para nada más.
Dios.
Dios.
Dame fuerzas.
Ya no puedo más.
Una lágrima se me escapa por la comisura del ojo, solitaria, cuando tengo que hacer el esfuerzo de ponerme de pie. Me arde el abdomen, y sin embargo, mi piel está fría y húmeda. Un viento helado se cuela por el agujero en la ventana, y enfría la sangre caliente, haciendo que tirite. Estoy destemplado. No sé cómo estoy.
Doy un paso, y otro, y otro, arrastrando los pies. Parpadeo profusamente, porque siento que la vista me falla. Me asomo por la ventana rota, y el viento remueve mi flequillo. Observo la altura de cincuenta pisos, y me pregunto si sobreviviría a la caída en caso de que mis alas fallaran.
Suelto un gruñido cuando me obligo a separar la tela que sujeto y atármela en el abdomen. Si quiero volar rápido, necesito tener los dos brazos pegados al cuerpo. En los breves segundos que dura el proceso, sangro tanto que la sangre vuelve a colarse por mis pantalones. Se enfría con rapidez, y vuelvo a tiritar.
El ventanal llega hasta el suelo, y se encuentra ya resquebrajado, así que le doy un par de golpes para derrumbarlo del todo y poder salir sin necesidad de saltar o escalar incómodamente.
Inspiro temblorosamente, débil, destemplado. Me pregunto si lo que estoy haciendo es realmente inteligente o si tan sólo estoy siendo víctima de la fiebre. Soy consciente de que la luna, que comienza a salir tímida entre las nubes, es la única capaz de juzgarme. Porque va a ser la única testigo de esto.
Miro al frente por última vez, y me tiro al vacío.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...