Capítulo 49.

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ALANA.

Kayla temblaba y se estremecía en el rincón donde estaba acostada. Le toqué la frente perlada de sudor.

-Le ha subido aún más la fiebre- le dije a Cain.

Este se encontraba a mi lado con los brazos cruzados, observando impertérrito a Kayla.

-Bueno, lo mejor es que después de esto lo único que podrá hacer la fiebre será bajar- me miró-. Es un ángel, Alana. No vale la pena preocuparse.

La arropé con una manta que había dejado olvidada un vagabundo minutos antes al vernos y marcharse corriendo. Me di cuenta de que Kayla susurraba algo en sueños, pero no alcanzaba a decirlo.

Acerqué mi oreja a su boca, y me la calentó con su aliento enfebrecido.

Era un nombre, estaba segura.

Pero no era el mío ni el de Cain.

KAYLA. Hace 202 años.

Aparecieron un grupo de cinco personas de detrás de la higuera, que parecían haber llegado por el mismo camino que nosotros. Una dama ensillada en un caballo árabe negro dirigía la comitiva, seguida de tres jinetes y la mujer que había hecho pasar por mi carabina. Era la única que iba a pie, aferrando con fuerza la falda que le había regalado yo.

-¡Son ellos! ¡Son ellos!- la carabina nos señaló exultante como si hubiera mucha más gente en aquel prado con la que nos pudieran confundir.

La mujer chasqueó la lengua, disgustada por su alboroto.

-Ya lo sé, Angeline. Conozco el rostro de mi hermano.

Oh, no. Debía ser Kaitlyn. El único descendiente que había heredado el gen Quimérico. Me giré hacia Jonathan, que se encontraba más pálido de lo usual.

Uno de los hombres le lanzó un saquito a la mujer, que tintineó cuando aterrizó en el suelo. Esta se lanzó precipitadamente sobre él, sin importarle el aspecto lamentable que nos mostraba.

-Márchate y no vuelvas- dijo el mismo hombre-. Recuerda que si oímos rumores en la ciudad sobre lo que ha pasado, sabemos donde encontrarte.

Tragué saliva. Aferré la muñeca de Jonathan por debajo del mantel hasta clavarle las uñas.

-Pase lo que pase tienes que confiar en mí- le susurré frenética.

Mi carabina retrocedió, tropezándose con sus propios pies.

-Sí, señor.

Ningún jinete se giró para comprobar como se marchaba.

-¿Qué? Yo... ¿Qué está pasando, Kayla?- dijo en cambio, tartamudeando.

Tiré de su muñeca con fuerza. Mi respiración se había vuelto superficial.

-Prométemelo- le urgí con angustia. El tiempo que nos quedaba se esfumaba de entre nuestros dedos, como si se tratara de la arena de nuestro reloj a quien alguien le hubiera dado la vuelta.

-Cállate, demonio infernal- me cortó su hermana antes de que pudiera responderme.

-¡Kaitlyn!- exclamó Jonathan, furioso-. ¡Cómo te atreves!

La mujer descabalgó sin ayuda de nadie, en un elegante movimiento que echó hacia atrás su brillante falda. Llevaba un regio vestido morado, que alternaba el oscuro y el claro en líneas verticales separadas por a penas un toque de dorado. Se desató de un tirón el sombrero a juego, deshaciendo el recogido de su pelo oscuro. En una de sus muñecas cubiertas de un guante corto y negro, llevaba atado un rosario.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora