La temperatura descendió de golpe casi una decena de grados. Se levantó un viento tan intenso que tuve que agarrarme a un retrovisor para no salir disparado, mientras algunos mechones revoloteaban golpeando mis cejas. Levanté la vista hacia el horizonte.
Las nubes oscuras comenzaban a arremolinarse y a descender, girando con rapidez. Descendieron, formando un cono que viraba a una velocidad vertiginosa, arrancando todo a su paso. Un tornado se dirigía hacia nosotros.
-¡Travis!- grité-. ¡Tenemos que llegar al helicóptero antes de que nos alcance!
Me pareció que su piel se volvía aún más pálida cuando entendió a qué me refería.
Otro rayo cayó cerca de nosotros, y Sarah chilló por la sorpresa, y se tambaleó a causa de la fuerza del viento. La sujeté por la cintura. Somewhere comenzó a ladrar. Me percaté de que nos habíamos detenido a causa del shock, pero debíamos seguir adelante.
-¡Va, va, va!- les insté.
Tiré de Sarah y empujé al humano hacia delante. Nos cegamos cuando otro rayo aterrizó e iluminó toda la calle oscura. El aire pareció vibrar, y nos tiramos al suelo con la manos en la cabeza para cubrirnos de los escombros que llovían del cielo.
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SARAH.
Alex se lanzó encima de mí sin pensárselo dos veces, y mis costillas se aplastaron contra el asfalto. Tosí cuando el ambiente se llenó de polvo, y el pelo se me llenó de las últimas piedrecitas que aterrizaban tardías. Me sentía mal. Jodidamente mal. Sentía calor en el pecho por el gesto de Alex por protegerme, y admiración por aquella personalidad de líder que nos obligaba a no detenernos.
Dios, él era jodidamente increíble, pero realmente necesitaba que se apartara. Iba a vomitar. Iba a vomitar y la endemoniada bestia del Apocalipsis nos iba a comer a todos porque no era capaz de aguantarme las náuseas. No entendía qué me había hecho el Arcángel Miguel.
Sentía algo vibrando en mi estómago, moviéndose dentro de él, filtrándose en mis venas, envenenándome. Algo se estaba despertando en mí, y no sabía cómo deshacerme de ello. Quería vomitar, pero sabía que no lo iba a lograr. No iba a poder librarme de ello devolviendo. No podía liberarlo de esa manera.
Porque esa era la palabra. Liberarlo.
Era un puñetero monstruo. Toda mi vida lo había sido.
Ziz aterrizó delante de nosotros, en un paso de cebra, sacudiendo la cabeza, hinchando el cuello. Se había vuelto mucho más terrorífica: se había vuelto enorme, y no paraba de rascar el asfalto con sus garras, y moverse inquieta; sin duda el Arcángel Miguel la estaba conteniendo para que no se abalanzara sobre nosotros. Podía percibir sus ojos fríos en mí, sólo en mí. El mensaje estaba claro. Si aún no me había matado era porque quería que me fuera con él.
Con mi padre.
Sin embargo, yo había estado presente el día en el que un Iluminado asesinó a mi madre. ¡Un Iluminado! No recordaba su rostro, pero sí podía recordar perfectamente sus alas de inmaculada blancura. Había sido mi padre quién había enviado un soldado a acabar con mi madre. Había sido él quien no había cesado de enviar hordas persiguiéndonos para cazarnos.
Debía averiguar cuál era mi papel en aquella guerra antes de entregarme a él. No podía irme con el Arcángel Miguel.
Primero, visitaría al Arcángel Uriel para que me ayudara a recobrar mi memoria y recordar el rostro del asesino de mi madre. Después lo encontraría, y lo interrogaría hasta averiguar por qué le habían enviado a matarla. Y cuando supiera todo eso, entonces sabría qué hacer. Si acudir a mi padre o no. Unirme a los Iluminados o huir de ellos.
Algo se retorció dentro de mí con determinación, tan fuerte que creí que me causaría dolor. Inspiré hondo. Me sentía mejor. No normal, pero mejor.
Le di un ligero codazo, indicando a Alex que se apartara. Me levanté, sacudiendo la cabeza y enviando al viento el polvo acumulado. Travis y él se incorporaron, mirándome inquisitivos. Todos estábamos quietos. El viento aumentaba, más y más, y el tornado se acercaba por instantes. Nos quedaban a penas unos minutos antes de que la tormenta nos impidiera volar con el helicóptero.
Me volví hacia Ziz y su jinete; mi piel se volvía escarcha allá donde se posaba su mirada. Tragué saliva. No sabía que había ocurrido cuando me había tocado, pero por la expresión del Arcángel, sabía que él tampoco tenía ni idea. Era valiosa. Me quería con él.
Me quería a mí.
No aparté la mirada del Arcángel. De alguna manera, podía sentir cómo su frialdad te envolvía con sus pupilas, y te entumecía y atontaba, como una especie de hipotermia absurda.
-Voy a distraerle- murmuré, sin girar la cabeza.
-¿Qué? No-, respondió abruptamente Alex.
Sin embargo, él no sabía lo bien que comenzaba a sentirme. La energía se expandía dentro de mí, circulando por mis brazos y mis piernas: se había infiltrado en mi corazón y ahora era una plaga. No podía detenerlo. Era una droga, era adrenalina. Somewhere también se movía inquieta, y gemía y aullaba. Ella también lo sentía. Ella también quería liberarlo.
-Le distraeré, y vosotros cogeréis el helicóptero y volveréis a por mí.
Ladeé la cabeza, fijándome en el Arcángel y en sus bestia. No podía escuchar ya a Alex. Las alas se movían al unísono, unidos por algo más allá de lo comprensible en nuestro mundo mortal. Tenía fijo mi objetivo. Mis rodillas se flexionaron, y sentí como mis pies se enterraban en el asfalto por mi presión, provocando grietas que se extendieron como telarañas.
Travis cogió aire al verme.
Oh, sí. Me sentía muy, muy bien.
-Sarah...
-¡Ahora!- grité.
Y eché a correr. Hacia el Arcángel y su bestia.
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Dedicado a @SandyLizama94 . ¡Gracias por vuestra paciencia!
[Océano.]
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...