Capítulo 51.

2.4K 171 3
                                    

KAYLA. Hace 202 años.

Habían pasado horas, y hacía tiempo que la antorcha se había consumido dejándome en la negrura más absoluta. Me dolía la garganta por le esfuerzo de aguantar el sollozo que tenía estancado en la tráquea.

Estaba sentada en el suelo, mirando hacia el techo. Hacía ya tiempo que un par de ratas se habían acercado y acurrucado junto a mí. Los animales, al igual que los Quiméricos, eran capaces de percibir mi raza: sentían el poder del Creador en mí.

Temía más por Jonathan que por mí. Yo había pasado por cosas peores. Estba acostumbrada a la crudeza de esta realidad. No podía ni imaginarme por lo que él debía de estar pasando: su distorsionada percepción de la vida había sido derrumbada por un golpe drástico y contundente de las personas más íntimas.

La historia se repetía.

Una vocecilla en mi cabeza no dejaba de repetírmelo. La historia se repetía.

Había sido Coniunx de Alejandro y ahora lo era de Cain, y tan sólo quería serlo de Jonathan.

Había amado a un Iluminado y lo había traicionado. Un Oscuro me amaba y lo acababa de traicionar. Y ahora, que me encontraba enamorada de un humano, no sabía cuál iba a ser mi final.

Supongo que debería haber recibido un castigo desde hacía tiempo, y este era por fin el mío.

Qué irónico. A mí, que me habían hecho sentir Iluminada y después, proclamado la más Oscura por las mismas personas, tan sólo quería ser Desterrada. Perder las alas, cortar mi Conexión y dejar de utilizar mi éter: me convertiría en humana para estar con Jonathan.

Y esa certeza, tan abrumadora como cegadora, me invadió con la precisión más absoluta. Aquel iba a ser mi final, mi castigo y mi redención, y aunque fuera increíble, el final que deseaba: el único posible.

Algo dentro de mí se calmó.

Pasara lo que pasara no lo abandonaría. Un par de Quiméricos no conseguiría acabar conmigo, y si me descubrían los Oscuros, me Desterrarían. Y volvería a por él.

Estaba dispuesto a hacerlo. A pagar lo que fuera necesario.

Mi oído percibió unos pasos que se acercaban por la puerta contraria a la trampilla mucho antes de que llegaran a mi celda. Escuché los engranajes ponerse en funcionamiento cuando rodaron la llave, y la estancia se iluminó por fin gracias a las antorchas que portaban. Llegó una pequeña multitud: Kaitlyn, uno de sus jinetes y un anciano en silla de ruedas, empujado por Jonathan.

Me precipité contra los barrotes para llegar hasta él, y reboté hacia atrás cuando me quemaron las palmas de las manos como si fuera ácido. Notaba las miradas de desprecio como si fueran dardos, pero el único que no me miraba era el que quería que lo hiciera.

-¡Jonathan!- exclamé-. ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? Por los Infiernos, Jonathan, lo siento tanto... Debes creerme, yo...

-Cállate, demonio- Kaitlyn se acercó a mi celda y agarró los barrotes de Akasha en una insinuación de burla. Se acercó lo suficiente como para que su nariz pasara entre los barras, y me miró a penas unos centímetros de distancia, sus ojos negros convertidos en carbón candente por la luz del fuego.

Apreté la mandíbula con ira, imaginándome lo fácil que sería agarrarle de las manos y estirar hasta que su frente se estrellara contra el metal. Era demasiado confiada: sabía que no le ocurriría nada siempre que Jonathan estuviera delante.

Dolor estalló en mi pecho al ver la mezcla de vergüenza y temor que le causaba a este. Lamenté no habérselo dicho antes, y quise gritar lo que estaba dispuesta a hacer por él; lo que había decidido hacer. Pero no delante de los demás. Desvelaría demasiados secretos a los Quiméricos.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora