JONATHAN. Hace 202 años.
-No me puedo creer que decidiera hacer esgrima antes de la cena- dijo Luke-. En serio. Algún día yo no estaré aquí, y no habrá nadie para ayudarle a quitarse todo esto en menos de cinco minutos y prepararle la ducha, y...
-Tienes 13 años.
Luke me miró con las cejas arqueadas.
-Ya lo sé. Me refería cuando me hiciera rico y me fuera a vivir a alguna mansión, y desde luego, en un futuro próximo, señor Etherdeath.
Lo miré divertido.
-Desde luego.
Estábamos en mi cuarto. Luke avanzaba de un lugar para otro, intentando dejarlo todo en su sitio: el uniforme, la máscara, la camiseta que había dejado tirada por ahí. Los enormes ventanales que llegaban casi hasta el techo inundaban la estancia con una luz suave que se filtraba por las cortinas, acompañada por la enorme lámpara de araña que había colgando. Uno de mis mayores temores, a parte de entrar en coma de aburrimiento en alguno de mis deberes sociales, era que aquella lámpara cayera de pronto. Zas. Encima mía.
Aunque teniendo en cuenta lo enorme que era la habitación, que me encontrara en el sitio exacto era improbable. Me dejé caer en la cama, y solté una maldición cuando mi coronilla chocó contra uno de los ornamentos del cabecero, pintado con pan de oro. Suspiré. Estaba cansado, y las expectativas de aquella velada no levantaban precisamente mi ánimo.
La habitación era enorme, sí, alta y espaciosa, pero la excesiva decoración siempre me había parecido algo asfixiante. Realmente no entendía por qué todo debía de relucir tanto. Me levanté para apartar las cortinas y abrir la puerta del balcón, tras varios tirones. El metal estaba oxidado.
Una fría brisa se coló y me puso la piel de gallina. Asomé la cabeza a fuera, preguntándome si alguien podía verme.
-No se ofenda, pero no nos consideran a todos los hombres de la ciudad el soltero de oro de Londres, a diferencia de usted. Es decir, por el amor de Dios, señor. Tampoco es tan difícil decidirse entre la señorita Fox y la señorita Weaver.
Suspiré, restregándome un mano por la cara.
-No empieces tú también, Luke.
Luke tiró de mi bota con excesiva fuerza, y ésta cayó en la mullida moqueta azul con un golpe apagado.
-¿Que no empiece yo también? Oh, discúlpeme ante mi ingenuidad a la hora de comprender cómo el señorito Etherdeath no sabe si elegir entre el bonito culo de la señora Weaver o la desbordante delantera de Fox.
Le miré de reojo. Algún día aquella lengua le condenaría.
-¿No eres un poco joven para...?
-A mí no me engaña con ese aire de bonachón que tiene, señor Etherdeath. Sé que de niño se escondía bajo la mesa en las reuniones de su madre para mirar bajo las faldas.
-¿Qué...? ¿Quién te ha contado eso? ¡No es cierto! Sólo fue una vez, y porque había perdido mi juego de canicas.
Luke me miró frunciendo su nariz llena de pecas.
-Por favor. Ni siquiera yo sigo jugando con las canicas.
Se dirigió al baño para comprobar si el agua de mi bañera seguía caliente.
-Dios, es que me crié con Charlotte. Es prácticamente mi hermana- dije, intentando hacerme oír por encima del alboroto que estaba causando.
Luke asomó la cabeza.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...