Capítulo 78. SARAH.

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Salté al alféizar de la ventana que tenía al lado, antes de que el suelo desapareciera bajo mis pies. Toda la estructura metálica se quedó colgando, inmóvil, soltando crujidos.  Dos ladrillos cayeron y se destrozaron contra el asfalto. 

Ziz saltó al vacío y dio dos batidas de alas para alzarse al vuelo. Mierda, mierda, mierda.  No podía cogerme con sus garras, pero estaba claro que podía picotearme. Por no hablar de su habilidad para controlar el cielo.  Y por no hablar de lo que era capaz el Arcángel Miguel.  

El sonido del helicóptero era ensordecedor. 

Podía con esto.

Fuera lo que fuera que me hubiera hecho el Arcángel Miguel me había hecho fuerte. 

Indestructible, me dije a mí misma. 

Salté al vacío y me agarré a una tubería como si fuera un mono.  Apoyé mis pies en los ladrillos y mis manos se aferraron a ella. Comenzaba a soltarse, vale, mala idea. No tenía manera de escalar el edificio.  Dios, me estaba cagando en todo.  Salté de nuevo al alféizar de la ventana.  Mis manos, temblorosas, dudaron al agarrarse al marco y por un instante mi equilibrio -ya de por sí precario-, desapareció.  Mis brazos giraron como molinos de viento antes de que mis dedos se aferraran al cemento. 

Escuché un graznido que ensordeció mi oído antes de que el pico de Ziz desgarrara mi chaqueta por mi hombro derecho. Gruñí al sentir cómo mi piel también se desgarraba. 

Me quedé inmóvil.

Estaban detrás de mí. 

El viento se había calmado alrededor de nosotros, en una burbuja transparente, pero aún así notaba como sus alas se deslizaban silenciosas por las corrientes de aire.  Notaba sus ojos fijos en mi nuca.  La amenaza que se alzaba sobre mí, implícita.

-Sube- la voz de Miguel partió el aire en dos, como una serpiente que se desliza sobre la hierba. 

Su voz se parecía al silencio. Aquello que escuchas cuando nada más se oye.

Tenía ganas de llorar. Notaba la sangre ardiendo deslizándose por mi espalda. No me atrevía a girarme. 

-Sube, Serafina. 

No necesitaba amenazar porque sabía que él era la amenaza. 

El helicóptero seguía encima de nosotros. Me los imaginé mirándome, inmóviles, mientras las reservas de gasolina se agotaban en vano por culpa mía. Me pregunté cuánto tardarían antes de darse cuenta de que la opción más inteligente era la de dejarme allí. 

Su voz, en cierto modo, me atraía.  Había sentido la conexión entre nosotros cuando me había tocado, no era estúpida. Me preguntaba si sería así con todos los Arcángeles. Si sería así con mi padre. 

De pronto una imagen se coló en mi cabeza. Somewhere. Con ella también había tenido una conexión, mucho más potente que cualquiera que podría tener con cualquier Arcángel.  Ella había sido mi Qëlah.  Había sido parte de mí, de mi alma y de mi éter. Y Miguel no había dudado en aplastar su cráneo contra la carretera. 

La respiración se congeló en mis pulmones, dando paso a la rabia, que se filtró por todo mi cuerpo bombeado por la adrenalina. 

No pensaba irme con el Arcángel Miguel.  Ni de coña. Iba a salir de allí, irme con Alex, averiguar quién era yo y vengar la muerte de Somewhere.  Y la de mi madre. 

Prefería subirme en el autobús de camino al instituto que subirme a lomos de Ziz. 

Y la rabia dio su fruto: determinación. 

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora