ALEX. Hace un mes.
La música del local hacía palpitar mis oídos. Estaba sentado en la barra, con un vaso de vodka en la mano. Llevaba horas haciendo girar el líquido por el interior, y aún no me había decidido probarlo. Lo olisqueé de nuevo. No lo entendía. Los ángeles éramos inmunes al alcohol. Debíamos ingerir la cantidad aproximada para producir un coma etílico a u humano para que comenzáramos a notar su efecto. ¿Habían concentrado el alcohol o eran las desesperadas ganas de pertenecer a este mundo de humanos? Los Desterrados ya no tenían ningún lugar a dónde ir. Era lógico que intentaran adaptarse a éste.
Había llegado a escuchar de Desterrados que se iban por su cuenta, y aprendían a convivir con los humanos. Que incluso formaban una familia.
Sin embargo, rebajarse tanto... Qué vergüenza.
Miré de nuevo el líquido morado. Lo olisqueé. Tanto el color y el olor era tan absurdamente intenso que me desagradaba. Todo en aquel local. La música retumbante, las luces de colores y los focos que daban vueltas sumergiéndonos en un juego de destellos y sombras. Desde luego los Desterrados que en su momento habían sido Oscuros debían sentirse como en casa.
Echaba de menos las tardes despejadas en mi terraza, observando las estrellas y con una copa de vino mezclada con algo de ambrosía. Echaba de menos El Hogar, y no tener que estar en esta pocilga.
Di un par de vueltas en mi taburete, intentando avistar a Alana. La sala estaba atestada de gente, repartidos entre sofás y sillones de cuero, admirando a las camareras que se paseaban con escasa ropa. Curiosa silla humana, el taburete, desde luego.
Unas mesas más allá me di cuenta de que dos Desterrados me observaban disimulando. Al ver que los había visto, uno se levantó con violencia, pero el otro lo sujetó del brazo, intentando hacer que entrara en razón. Fantástico. Increíble. Me habían reconocido, aún con la capucha puesta y sin alas.
Más razón por no probar lo que me habían servido. Estaba rodeado de Desterrados que probablemente querían colgar mi cabeza en su dormitorio.
Miré al barman con suspicacia, que se movía delante de mí mezclando el sospechoso contenido de botellas de líquidos multicolores. Tal vez él era uno de ellos.
-Hola, Alejandro- susurró una voz a mi lado.
Apreté los dientes, controlándome para no mostrar ningún sobresalto. No la había visto venir, y eso jamás me hubiera ocurrido con anterioridad. Era evidente que cuanto más tiempo pasaba sin mis alas, más humano parecía convertirme.
Sólo había que ver el tipo de gente con la que parecía mezclarme ahora.
-Kayla- respondí resignado-. No creí haber quedado contigo.
La Desterrada sonrió.
-No hacía falta que lo hicieras para que supiese que querías hacerlo, Alejandro- mi nombre en su boca sonaba mucho peor.
La miré de reojo, y tal como comprobé, seguía igual que la última vez que me encontré con ella, hacía unos 50 años. La ropa había cambiado, desde luego: antes le cubría bastante más. Pero ella era la misma: con su pelo del color de las nubes, largo y liso hasta la cintura, a juego con su tez clara. Nariz puntiaguda y pómulos marcados, junto con unos labios finos que formaban una permanente sonrisa sugerente.
Sus ojos plateados parecían el reflejo de la luna en un charco.
Pero aquello no tenía relevancia. Lo más hermoso de un ángel eran sus alas, y ella hacía tiempo que no tenía.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...