Capítulo 61. ALEX.

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La voz de Kayla retumbaba en mi cabeza. Tan sólo veía negro. Abría los ojos, y tan sólo navegaba a la deriva en una oscuridad interminable que me absorbía como si se tratara de un agujero negro.

Aquello era lo que ocurría cuando volvía Kayla. Oscuridad. Porque ella estaba hecha de noche y tinieblas.

Negué con la cabeza, una y otra vez.

No, no, no, no.

No quería volverla a ver. No quería despertar mi Conexión Coniunx. Ella no tenía ningún derecho.

Y sin embargo, estaba ocurriendo. Notaba cómo la tinta en mi espalda comenzaba a desperezarse sobre mi piel, estirándose, pellizcando mi músculo y filtrándose en él. Dolía. Dolía como mil demonios bailando en el Infierno.

-Alex. Alex.

No, no, no.

-Alex. ¡Alex!- la voz se instaló en mi mente haciéndome añicos.

-¡Alex!

Un dolor explotó en mi rostro, y de pronto me encontré abriendo los ojos, jadeando. Parpadeé por el dolor que me causaba la luz en la pupila sensible. Mi pecho parecía explotar de las ansias que tenía de respirar aire de nuevo.

Tragué saliva cuando me di cuenta de que Sarah se encontraba encima de mi a horcajadas, con la mano en alto.

-Dios mío. Alex- murmuró.

Su mano cayó como una hoja de otoño que no sabe si desprenderse del árbol. Lentamente. Dubitativamente. Apoyó la frente sobre mi pecho y respiró profunda y temblorosamente. No supe si estaba sollozando; su pelo rubio ocultaba su cara y yo me encontraba demasiado exhausto y confundido.

Levantó la mirada hasta clavarla en la mía. Me estudió, temerosa.

-¿Qué ha ocurrido?- me preguntó.

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KAYLA.

-¿Qué ha ocurrido?- me preguntó.

Miré a Cain agotada. A penas me quedaban fuerzas para mantener los ojos abiertos. Eché hacia atrás la cabeza hasta apoyarla en la pared de detrás. Mi nuez subía y bajaba con dificultad.

-Alejandro...- tosí-. Alejandro ha conseguido cortar la Conexión.

-¿Qué? Maldita sea. Tienes que volver a intentarlo. Vuelve a intentarlo.

-Estoy demasiado débil- murmuré, mirando al cielo oscuro. Lo cierto es que cinco meses sin los humanos habían hecho maravillas. La contaminación lumínica se había acabado para siempre, y ahora casi se podían ver tantas estrellas como en el Hogar. Casi.

Lo echaba de menos.

Cain se sentó de cuclillas frente a mí.

-Kayla, eres nuestra última baza- apoyó una mano sobre mi hombro-. Sé que estás cansada, pero esta es la única forma de averiguar dónde están la Serafina y Alejandro. Por favor, vuelve a intentarlo.

El hombro me ardía. Odiaba su tono de voz suave, dulce e hipócrita. Un río de aguas tranquilas que ocultaba un lecho de afiladas piedras.

Bajé la mirada del cielo hasta situarla en su rostro, donde la noche jugaba con las sombras.

-Aparta tu mano- mascullé, airada.

Cain suspiró irritado. Se levantó poniendo los ojos en blanco.

-Me parece que no entiendes la gravedad de la situación. Podrás descansar todo lo que quieras cuando acaba todo esto. Pero primero tienes que contactar con Alejandro. Ya está, ¿entiendes? Tampoco es tan difícil.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora