Capítulo 84. SARAH.

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No les conté que había sido en el hospital donde había escuchado por primera vez a un ángel hablar por la Corriente. 

Lo recordaba perfectamente:

"'La tengo a mi alcance, Señor. ¿Procedo?'

'¿Lleva la pluma plateada?' Respondió otra voz.

'Sí, Señor.'

'Bien. Entonces siga adelante.'

'Vamos a eliminar toda esta escoria del mundo, Señor' prometió el ángel a la voz. 'Ésta será la última de la historia, porque antes de que surja el siguiente acabaremos con todos los Desterrados y los traidores.'

'Proceda, Joshua' contestó la voz, cortante."

Tampoco les hablé de la relación de Qeläh que mantenía con Somewhere.

Ni del hecho de que nunca me había costado superar a Travis en nuestras peleas, a pesar de que fuera un chico, y dos años mayor. Tampoco mi facilidad para entender el latín, o para manejar las armas. Tampoco les dije que yo sí que era vulnerable al Akasha, como los ángeles, aunque en teoría debía ser inmune como el resto de humanos. Tampoco -¡Dios me salve!- de la velocidad y fuerzas adquiridas. O del rayo de luz que había surgido de mis manos.

Aunque esos dos últimos, por desgracia, ya lo sabía Travis.

Yo para ellos era una Nefilim, y lo único que diferenciaba a un Nefilim del resto de humanos era su capacidad de visión. 

Pero yo era una Serafina. Y algo me decía que no debía decírselo a nadie. Al igual que nadie debía descubrir que Alex en realidad era un Desterrado. 

Me sorbí los mocos e hipé un poco. La sensación de soledad crecía y crecía y crecía. Ya no podía confiar ni en mi propia gente. ¿Pero quién lo era? ¿Los Arcángeles, por la especie de vínculo que había parecido saltar entre el Arcángel Miguel y yo; o por mi padre, el Arcángel Gabriel? ¿Alex, un Desterrado, que parecía no tener claro lo que sentía por mí? ¿Los Nefilim, a pesar de no ser uno de ellos? 

Porque los humanos estaba claro que no. Jamás había sido uno de ellos, aunque me cabreara su casi exterminio a manos de los ángeles. 

Travis me tendió un vaso de agua, que bebí a sorbos irregulares.  El agua fresca cayó en mi estómago vacío, que soltó un ruidito. Me puse la camisa, porque me sentía desprotegida.  Seguro que debía tener un aspecto horrible, con la cara hinchada y enrojecida .  Estaba agotada, a pesar de haberme pasado (por lo visto) dos días durmiendo, y aunque no había comido a penas durante ese tiempo, a penas tenía hambre por el disgusto. 

Por un instante  me imaginé que Somewhere apoyaba la cabeza en mi rodilla, jadeando, intentando animarme como siempre. Parpadeé. 

Travis se pasó el peso de un lugar a otro, sin duda sin saber qué decir.  Abrió la boca, y por un instante pareció que iba a pedir perdón.  Sin duda creyó que habría sonado demasiado falso, porque la cerró de golpe.

-La Tía Annette está aquí- dijo en cambio. 

-Menuda mujer- murmuró el padre Elijah.

Hasta entonces me había estado observando con la cabeza ladeada, ambas manos apoyadas en el bastón y las piernas abiertas.  Tenía una complexión atlética y sana muy poco frecuente para su edad y profesión.   Me pregunté de nuevo cuál debía ser su papel.

-Aquí- repetí-.  ¿Y dónde se supone que estamos?- mi voz sonaba algo oxidada. 

-En el Fuerte Winston- exclamó Travis con voz alegre-. En honor al búnker original de Winston Churchill en plena Seguna Guerra Mundial, actualmente un museo. Como acabaremos nosotros, de hecho. Nuestros huesos acabarán en un puto museo arqueológico para ángeles. 

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora