Capítulo 64. KAYLA.

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El aire se desvaneció de mis pulmones en un golpe seco. Abrí la boca, boqueando, y mi espalda se arqueó hacia delante. Mis manos se convirtieron en puños, ansiando agarrar algo con el que sujetarme.

-¡Kayla! ¡Kayla!

La voz de Alana era tan sólo un eco lejano. Lo ignoré.

Era él.  Era él.

Quería contactar conmigo.

No podía creérmelo. ¿Alejandro? ¿Por qué querría hacerlo por propia voluntad? ¿Qué le había convencido?

No podía ser que él aún sintiera...

No. Jamás. Imposible. Casi me reí por mi ingenuidad. Alejandro jamás cometía dos veces el mismo error.

Entonces... Debía estar en peligro. No podía ser de otra manera. Mierda. Mierda. Mierda. Debería haberme esforzado más. Debería haber sido más fuerte.

Siempre era mi culpa.

Clavé mis uñas en mis muslos, tanteando en mi mente si era cierto que la Conexión de Alejandro estaba allí. Sí...

Allí estaba.

Me di cuenta de que su agarre se estaba debilitando, y me forcé a salir de mi estupor para agarrar el hilo frágil de su esencia que poco a poco se iba desvaneciendo. Parpadeé rápida y repetidamente para despertarme, diciéndome que esta era la única oportunidad para averiguar dónde se encontraba Alejandro.

Me corregí. La Serafina.

Cerré los ojos con fuerza hasta que me aparecieron lucecitas tras los párpados; algo consciente de la mano de Alana sobre la mía ofreciéndome apoyo. Me aferré al extremo del hilo en aquella oscuridad insondable.

Antes nuestra Conexión Coniunx estaba llena de luz y calor. Ahora tan sólo había frío. Vacío.  Era una nueva dimensión llena de... Nada.

Llamé a Alejandro en aquel abismo infinito, pero tan sólo tuve por respuesta un silencio desgarrador. Seguí llamándole hasta que sentí que mi garganta se quedaba desnuda. Sentí que una brisa helada me recorría la nuca. Maldita sea. Estaba allí. Él estaba conmigo.

Intenté seguir el hilo que me dejaba su éter, tan lejos que tan sólo quedaba una hebra, casi invisible. Escavé en años de oscuridad. Me sumergí en capas y capas que habíamos interpuesto entre nosotros, alimentadas por rencor y dolor. Atravesé recuerdos de traición. Pensamientos airados. Sentimientos  de remordimiento.

Y entreví algo de luz. Algo de la antigua esperanza que habíamos compartido entre los dos.

Una capa de sudor cubrió mi piel pálida.

Casi podía verlo. Casi podía sentirlo.

Alcé mi mano temblorosa, poco a poco. Casi creí que mis dedos acariciarían su piel tostada y callosa por su duro trabajo. Casi creí que su mano agarraba la mía y me llevaba junto a él. Casi...

Casi...

"Alejandro", susurré.

__________

CAIN.

Mis alas batían el aire con ira. Cruzaban la noche con ademanes rápidos y furiosos. Mi pecho se movía abajo y arriba, abajo y arriba en un violento contratiempo.

La tristeza mezclada con el dolor siempre se convertía en ira. No había otra opción.

Maldita sea. ¿Por qué me costaba siempre pensar con claridad? Pensé en Alejandro, quien siempre conocía sus preferencias.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora