Capítulo 25.

3K 230 17
                                    

CAIN.

-¿Vas a liberarnos?- solté incrédulo.

La boca de Alana formó una "O" perfecta.

-¿Tú qué crees?- exclamó con ironía.

La miré. Lo cierto es que bromear en el momento en el que estás traicionando a los tuyos era más de mi estilo que del suyo.

Introdujo la llave en las esposas, y las abrió tras un breve forcejeo. El efecto fue inmediato: un intenso alivio recorrió todo mi cuerpo como si se tratara de una brisa tras una calurosa tarde de verano, sólo que con un resultado mil veces más potente. Me sentía como si me hubieran envuelto en menta. Aún seguía muy débil -al fin y al cabo estaba en una celda llena de Akasha-, pero la ausencia de contacto me hacía sentir mucho mejor.

-Arriba- me ordenó la antigua Iluminada.

La miré con rencor; lo había dicho como si fuera tan fácil después de horas y horas de tortura de Damian. De su novio. Novio. Desde luego no era un adjetivo que le pegara a un Arcángel Desterrado. Pero me apresuré a intentarlo. No quería estar presente en el momento en el que Alana se diera cuenta del garrafal error que estaba cometiendo.

Gemí, e inspiré hondo entre los dientes mientras descargaba poco a poco mi peso sobre mis piernas temblorosas. Me apoyé jadeante contra la pared, preguntándome como demonios saldría de la Guarida si apenas podía caminar. Observé en silencio cómo liberaba a Kayla.

-Aún no me has dicho por qué estás haciendo esto por mí.

-Eso es porque no lo estoy haciendo por ti. Puedes podrirte en el infierno tranquilamente- replicó, pasándose un brazo de Kayla por encima de sus hombros para ayudarla a levantarse.

-Haces maravillas con mi autoestima.

-Tienes de sobra.

Observé cómo le susurraba si podía mantenerse de pie de espaldas a mí, como si yo estuviera planeando empujarla escaleras abajo.

Es decir. Por favor.

Cuando Kayla asintió débilmente con la cabeza, Alana se giró hacia mí. Era todo un espectáculo ver a una Iluminada ayudando a una Oscura -lo cierto es que ya era bastante increíble que aquella Oscura en particular necesitara ayuda-, y no sabía si era porque ambas eran Desterradas o si era la singular parte de Iluminada que de vez en cuando dejaba mostrar Alana, la que actuaba ahora.

-Lo hago por ella. Alguien debía sacarla de aquí antes de que Damian acabara vuestro interrogatorio. No hubiese tenido piedad con ella- rebuscó en su bolsillo mientras continuaba hablando-. Y también por Alejandro.

Mostré una sonrisa de suficiencia.

-Ah, el increíble, perfecto y melancólico Alejandro.

Alzó la cabeza para mirarme con sus ojos de un imposible lapislázuli.

-Es más de lo que se puede decir de ti.

-No entiendo- admití-. ¿Qué quieres que haga con él?

-Le estás buscando porque sabes que él ya está rastreando a la Serafina. Sabes que él es el mejor cazador y crees que te guiará hasta ella. Él... necesita saber que los Oscuros también van a por ella. Tú le avisarás.

-No sé si te habrás fijado, pero yo soy uno de los Oscuros que van a por ella- Alana se limitó a mirarme, con aquella irritante paciencia disciplinada típica de los Iluminados-. Ah, ya veo. Crees que no seré capaz de acercarme a él sin que me perciba él primero- solté una carcajada seca-. ¡Crees que cuando me enfrente a él ganará! ¡Pero si él es un Desterrado!

-Sí, bueno- se encogió de hombros de forma escueta-. Cosas más raras se han visto.

La estudié, reticente. Había algo que no encajaba en lo que decía.

-No sé si podré localizarlo antes de que lo hagan otros enviados por Lilith. Debe saber ya que algo ha pasado conmigo.

Y maldita sea, debía reconocer que Alejandro era muy difícil de encontrar cuando no quería ser encontrado.

Ambos nos sobresaltamos cuando Kayla tosió, con una voz ronca y seca. Intentó enderezarse, pero Alana se apresuró a servirla de apoyo.

-Hey, tómatelo con calma, amiga.

Kayla tosió de nuevo, carraspeando. Su garganta debía estar al rojo vivo después de horas gritando de dolor. Negó una y otra vez; quería decir algo.

Me crucé de brazos y la observé frío entre mis pestañas entrecerradas. Intenté parecer duro, pero lo cierto es que me sentía algo mareado.

-Yo...- tragó saliva en un intento de rehumedecerse la boca-. Yo... creo que... sí.

Alana la interrumpió antes de que pudiera continuar.

-Espera. Tomad esto.

Sacó de su bolsillo aquello que había estado rebuscando antes: dos pequeños frascos rellenos de un líquido espeso y dorado reluciente.

Abrí los ojos.

-¿Icor?

No tenía ni idea de que se pudiera conseguir fuera de El Hogar. Tomé el frasco con avidez antes de darle dos tragos que acabaron con su contenido rápidamente. Era dulzón, pero estaba ardiendo. Sentías cómo te abrasaba la garganta hasta llegar al estómago, acompañado de una energía revitalizante que te hacía... resucitar.

Sacudí la cabeza, parpadeando. Uau. Menudo chute. El ardor fue rápidamente sustituido por una sensación refrescante, parecida a la menta. Cerré y abrí los ojos varias veces, moviendo el cuello de un lado para otro. Reprimí las ganas de pedirle más a Alana; sabía que el icor era adictivo.

También hizo efecto en Kayla: parecía que respiraba mejor, y que era capaz de conservarse del todo consciente. Su tez recobró algo de color, y consiguió mantener la mirada enfocada.

Inspiró hondo antes de hablar.

-Creo que yo sí... que yo sí que puedo encontrar a Alejandro.

Alcé las cejas con escepticismo. Separé las piernas.

-Yo no lo creo.

Ella alzó la cabeza. Me miró. Sus ojos navegaron por mi rostro y me mantuvieron la mirada por unos instantes, aunque no pareció percatarse de ello. No lograba adivinar en qué estaba pensando.

-Él y yo... éramos Coniunx. Estábamos conectados.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora