KAYLA. Hace 202 años.
Fue algo torpe, por parte de ambos. No por inexperiencia, porque yo había pasado épocas bastante promiscuas, y era consciente de que el carácter aventurero y encantador de Jonathan le había guiado inevitablemente a varias muchachas.
Estábamos demasiado nerviosos.
-Malditos lazos- susurró en mi cuello.
Pero pronto cogió confianza, como era propio de él. De un tirón sacó las agujas de mi recogido, y mi pelo cayó en ondas sueltas. Se apartó para mirarme.
-Estás tan bonita cuando no has de fingir.
Su eterna sonrisa colgaba de sus labios, como si se resistiera a desprenderse del todo. Sus labios recorrieron mis hombros desnudos, haciéndome estremecer.
Me cogió en brazos de pronto y caí encima de él, soltando un grito. Notaba su vientre vibrar bajo mí mientras reía por lo bajo. Sus mano se deslizó por mi espalda, y respiré aliviada cuando estiró del lazo de mi corsé. Desabrochó mi falda y el cancán de bajo ella, y me contoneé para ayudarle a apartarlos. Me estremecí por el frío. Él dio de nuevo un rápido giro y se colocó encima de mí, resguardándome de la temperatura. Enrojecí cuando me observó desde arriba, consciente de las transparencias de mi camisa.
Sentí sus manos, sus besos y sus caricias por todo mi cuerpo.
Aquel no era un sentimiento forjado a fuego lento durante años, como el de Alejandro. Uno que había comenzado desde niños y había ido madurando según lo hacíamos nosotros. Tampoco platónico, como el de Cain, o trivial, como el resto que había mantenido esporádicamente para olvidar.
Tampoco proporcionaba en mí una sensación de apoyo y protección como había sido con Alejandro. Había aprendido a acarrear con mi peso yo misma durante siglos.
Le quité la camisa de un tirón y rocé con el dedo sus líneas marcadas y duras. Después lo hice con los labios. No era una figura especialmente viril y musculada, porque tenía una complexión demasiado esbelta para eso. Era casi infantil.
No me sentía protegida por él, pero sí que despertaba en mí un anhelo de protegerlo. De proteger algo que no estuviera contaminado con el ideal angélico. Que siguiera libre. De mantenerlo libre.
Todo comenzó a ir más mucho más rápido. No sé en qué momento desapareció mi enagua ni donde fueron a parar mis calzas cuando intenté desabrochar su pantalón.
Rodeé su cintura con mis piernas cuando ya no hubo más ropa que quitar. Nuestras respiraciones estaban entrecortadas y sentía la boca seca. Inspiré hondo por la emoción y la expectativa cuando me sentí a punto de explotar. Ambos estábamos ardiendo, y sentía su piel contra mi piel por todo mi cuerpo.
Sin embargo, Jonathan no se movió. Enterró su rostro en la curva de mi cuello, temblando por el esfuerzo de controlarse. Me detuve, inmóvil.
-No voy a hacerlo- jadeó contra mi piel, erizándola.
Se tendió junto a mí y me abrazó fuerte, por detrás. Su caliente respiración me hacía cosquillas en mi nuca. Mi pecho seguía y bajando con brusquedad, pero logré tranquilizarme.
-Hey- murmuré, depositando un pequeño beso en el brazo con el que me rodeaba-. No pasa nada. Todo está bien.
-No -a penas lo oí-. Sí que pasa. Lo siento, Kayla. Pero no puedo. No te deshonraré. Dios mío- me estrechó con más energía-. Lo siento tanto, Kayla. Te mereces algo más que esto.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...