Capítulo 37.

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SARAH.

Inspiré hondo bajo el chorro humeante de la ducha, y me apoyé en la pared fría, jadeando suavemente. Me sentía débil y algo mareada, a pesar de haber comido. Me había lavado el pelo dos veces, e incluso me había puesto acondicionador. Había rebuscado por todos los cajones antes de entrar en la ducha hasta encontrar un par de cuchillas y me había depilado las axilas y las piernas. Llevaba más de una hora en la ducha, y las energías comenzaban a abandonarme, sustituidas por un delirio dulce que me embargaba por dentro.

Porque en cierto modo me sentía bien. Estaba agotada, pero me sentía renovada. Limpia. Nueva. Mi histeria había desaparecido gracias a las palabras de Alex, quien las había reemplazado por esperanza y algo parecido a la expectativa: la expectativa de un futuro.

Salí del baño tambaleándome, y caí en la cama, aún con el albornoz puesto, sin molestarme en cambiarme. Somewhere saltó silenciosamente y se acurrucó junto a mí. La abracé, y tardé menos de medio minuto en dormirme.

Me desperté cuando del sol solo se veían los primeros rayos asomándose con timidez por el horizonte derruido, como si les diera vergüenza iluminar semejante caos. Me levanté, apartando las cortinas. Estábamos en un tercer piso, por lo que no tenía demasiadas vistas. Pero era suficiente para ver el desastre que causaban cuatro manzanas totalmente arrasadas un par de calles más allá. Sentí la familiar indignación hervir dentro de mí, pero también la sorpresa, y el miedo. En los cinco meses después de la Bajada -ya casi seis-, jamás había visto tanta destrucción junta.

Después reconocí el lugar. Era el sitio donde nos habíamos encontrado con la patrulla de Marcus. Recordé que antes de desmayarme el lugar estaba intacto, y que solo quedaban Marcus y Alex en pie, peleando. Me estremecí, pensando qué clase de fuerza tendrían si podían destruir ocho edificios enteros y salir ilesos.

Qué tipo de poder tendría Alex.

Quién era Alex.

-Tendrás que apartarte de la ventana sino quieres que ningún ángel te vea-. Di un respingo, y me encontré con él apoyado en el marco de la puerta-. Siguen patrullando cerca.

Cerré las cortinas de un tirón tan fuerte que me sobresalté yo misma. Me había vuelto a acostumbrar al ruido, y el silencio que volvía a reinar en el piso me estaba poniendo nerviosa. Me recordaba a mis primeros días después de la Bajada. Sola. En peligro.

-¿Dónde está Marcus?- mi voz sonó estridente.

Me percaté de que estaba medio sonriendo, percibiendo mi incomodidad. Seguía en albornoz. Me sudaban las manos.

-En el cuarto del hijo, roncando. A penas cabe en la cama.

Sentí remordimientos al darme cuenta de que yo había acabado en la habitación matrimonial. Pasé mi peso a un pie al otro, descalzos, mientras jugueteaba con el cordón.

-Me recuerda a Peter Pan- me miró sin comprender-. Marcus, digo. Me recuerda a Peter Pan.

Por su actitud excesivamente cómica y alegre en estos momentos. Casi infantil. Y sin embargo, era alguien muy importante en el ejército, y mayor que Alex, si debía haberle entrenado. No acababa de entender su personalidad.

-No sé quién es Peter Pan- parecía no saber si sentirse culpable o no.

¿Qué clase de infancia podría haber tenido como para no saber quién era Peter Pan? La de un Desterrado, me dijo la vocecita antes de que pudiera evitarlo.

La de un Desterrado. La infancia de un ángel. Me forcé a olvidarlo.

Primero respuestas, después juzgaría, me repetí varias veces.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora