Capítulo 33.

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SARAH.

Le di un mordisco a mi tableta de chocolate. Había decidido saquear la despensa antes de que comenzaran a hablar, y, ¡sorpresa! La familia tenía todo un cargamento de chocolatinas –concretamente un pack ahorro de cinco tabletas Milka-, ...y sin caducar. Era un milagro, y casi le di gracias a Dios. Hasta que vi cómo el ángel me observaba.

"Pues no. Dios no se merece ni eso" pensé, mirándole.

Saboreé el chocolate con trocitos de caramelo en el paladar y resistí la tentación de poner los ojos en blanco y soltar un gemido. Era consciente que tendría que estar comiendo algo más nutritivo para recuperarme de... del especie de desmayo que había sufrido, pero llevaba ya cinco meses comiendo lo que lograba mendigar por ahí, y debía aprovechar la ocasión. Igual que el baño. En cuanto acabáramos todo esto, iba a irme derechita al baño.

Señalé a Marcus mientras me relamía el bigote.

-¿De qué lo conoces?

Oh, sí, desde luego que yo parecía del todo relajada, con el pijama que me habían puesto y disfrutando del chute de azúcar. Pero ni de broma lo estaba. No mi fiaba ni un pelo. No me gustaba todo esto nada de nada. De pronto era consciente de lo poco que conocía a Alex. ¿Y si esto era una trampa? Algo que en cualquier otra situación hubiera pensado que era imposible, teniendo en cuenta que ningún Quimérico hacía tratos con ángeles. Ambas razas eran como el perro y el gato. Jamás habían convivido en paz.

Y sin embargo... allí había un ángel, habitando con nosotros bajo el mismo techo.

Y era una idea que no me gustaba en absoluto. No me gustaba tener que escuchar explicaciones de un ángel. Ni tener que mostrarme indulgente, cuando su raza había casi erradicado la mía.

Cuando uno de los suyos había matado a mi madre, recordé.

Mastiqué el chocolate con fuerza. El envoltorio morado de Milka me miraba arrugado encima de la mesa, cómo preguntándose que pintaba él ahí.

Estábamos en la minúscula cocina: Alex y yo estábamos sentados en la mesa que había pegada a la pared –él en frente mía-, mientras Marcus se apoyaba en la encimera.

-Era mi mentor- respondió finalmente Alex.

-Tu mentor- repetí. Lo primero que pensé fue: Pero si parece más joven que tú.

Luego capté la incongruencia que representaba el hecho de que un ángel hubiera entrenado a un Quimérico.

-Sí- dijo él, apartando la mirada. No me gustó su expresión. Nada.

Decidí apartar el chocolate, porque presentía algo malo. Y el chocolate solo era para momentos felices.

Callé un segundo, evaluando todas las opciones. Las resumí en una frase.

-No tiene sentido.

Él tragó saliva, aún sin mirarme.

-Yo... Eh, no soy un Quimérico- hizo una pausa-. Soy un Desterrado, Sarah-. Me quedé mirando el vacío, sin sentir nada. Carraspeó cuando se dio cuenta de que no lo había entendido-. Un ángel caído.

Mi oído desconectó justo detrás de la palabra ángel.

-No- repliqué estúpidamente-. Eso no es cierto. No tienes alas. Me perdonaste la vida. Te vi luchando contra él.

Marcus se pasó una mano por el pelo, y lo miró de reojo. Claramente no tenían ni idea de cómo empezar.

-Será mejor que empecemos por el principio, Alejandro.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora