Capítulo 81. ALEX.

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-¿Alex? 

El tono de voz a penas fue un susurro entrecortado y seco, pero bastó para despertarme. Fruncí el ceño interiormente.  Por los Arcángeles. Ni siquiera había sido capaz de mantenerme despierto. 

-Sarah- exclamé. Me levanté de la silla y me senté en el borde de la cama con cuidado. Tomé su mano entre las mías: era mucho más pequeña, pero en absoluto delicada; estaba llena de callos y diminutas cicatrices-. ¿Estás bien?-.  Parpadeó lentamente y se irguió en la cama, sentada apoyando la espalda contra la pared.  Se pasó la lengua por el paladar y me di cuenta de que debía tener la boca totalmente seca-. Ten-, dije precipitándome hacia la jarra de agua y el vaso que descansaban encima de la mesita de noche. 

La observé beber a pequeños tragos: las manos le temblaban visiblemente. Nunca la había visto tan débil e indefensa, ni siquiera cuando le habíamos hablado de la existencia de los Arcángeles y la relación con su padre. 

-¿Dónde estamos? 

Abrí la boca.  Lo cierto es que Travis y otro hombre, Elijah, me habían puesto al corriente de la historia de aquellas instalaciones. Demasiadas fechas y personajes humanos que no me interesaban lo más mínimo. 

-Travis nos ha traído aquí- atiné a decir-.  Es un refugio lleno de humanos. 

-Estamos a salvo pues- dijo. No lo dijo con tono interrogativo, sino con una certeza absoluta.  Me extrañó la seguridad de su afirmación. 

Observó la habitación.  Una sala aséptica, de techo, suelo y paredes blancas.  Incluso la luz -que emitía un irritante zumbido-, y las sábanas eran blancas. No había ninguna ventana, pero la estancia era demasiado espaciosa como para resultar claustrofóbica. Es más, era enorme.   Habían otras siete camas, aunque no todas tenían mesita de noche.  Todas bien arregladas, con la almohada bien acolchada y ninguna arruga en la colcha.  Era todo tan impersonal que no resultaba acogedor. 

-¿Estás bien?- repetí, inseguro. 

Ella parpadeó de nuevo.  Ni siquiera me miraba a la cara, y se movía lenta, titubeante. Parecía moverse automáticamente.  

-Sí, claro- respondió sin pensar. 

-Sarah. 

El tono grave de mi voz le llamó la atención. Miró hacia mí, aunque sin verme. Su mente parecía estar a kilómetros del refugio, a días atrás en el tiempo. De pronto, se le arrugó el ceño y comenzó a parpadear deprisa, y me di cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas. 

Me incliné sin dudarlo y la abracé.  Hasta aquel momento estaba seguro de no recordar cómo hacerlo.  Pareció que aquello la despertaba.  Me rodeó la espalda y ocultó el rostro contra mi hombro.  No hizo ningún sonido al llorar, ni me permitió verle la cara.  Era demasiado orgullosa.  Sin embargo, sí que sentía temblar su espalda, y apretaba con fuerza la tela de mi camisa. Parecía estar ahogándose. 

Sabiendo que estaba haciendo mal, inspiré contra su cuello. Olía a sudor y a sal y a metal, nada dulce o suave. Mis dedos comenzaron a estirar también la tela de su camisa, antes de que yo me diera cuenta.  Sarah intentaba decir algo, pero temblaba demasiado como para poder hablar. 

Deposité un pequeño beso en su piel, justo en la curva entre su cuello y hombro. Qué egoísta.  Dios, qué egoísta era. 

Sarah se detuvo, inmóvil. Volví a besarla un poco más arriba, y sus manos comenzaron a relajarse.  Contenía la respiración.

Al igual que yo. 

Llené su cuello de pequeños besos, que se entremezclaban unos con otros.  Sarah había dejado de temblar para estremecerse.  Mis labios viajaron del cuello hasta su mejilla sin romper el contacto en ningún momento, y me detuve un instante ante su boca. La respiración se nos había acelerado por la anticipación. Los dos nos habíamos contenido durante tanto tiempo que la expectativa resultaba abrumadora. 

Dudé.  No estaba haciendo lo correcto. 

-Sarah, yo...

Pegó sus labios contra los míos, calientes y húmedos por las lágrimas. Mis manos viajaron por todo su torso, bajando más allá de su columna y subiendo más allá del borde de su sujetador. Con un rápido movimiento, y sin dejar de besarnos con avidez, me coloqué en frente de ella. La sujeté por las piernas, y la levanté un segundo por el aire antes de sentarla en mi regazo a horcajadas. Soltó una exclamación, y a mí se me fue por un segundo el aliento al sentirla encima de mí. Hacía años que no había experimentado nada de todo esto.  No estaba acostumbrado. 

No estaba acostumbrado a ella. 

Le ayudé a quitarse la camiseta. Sus brazos temblaban, y no estaba seguro de si era por el cansancio o la emoción.  La cubrí a besos, por todas partes. Por todas partes.  Me detuve un momento, exultante. La suave curva de la cadera, su vientre plano. Los tres lunares que contrastaban con su piel pálida, más allá de su clavícula. Llevaba un sujetador deportivo que distaba mucho de ser seductor, pero no hacía falta. De alguna forma resaltaba su atractivo. 

Ella se apretó contra mí, entrelazando los tobillos a mi espalda, y yo inhalé bruscamente por el contacto. Me levantó la cabeza cogiendo mi rostro entre sus manos. 

-No... no me mires así-.  No supe qué decir.  Sus ojos me desconcertaban-.  Lleno de remordimiento. No es tu culpa.  ¿Lo  sabes, no?  

No sabía a qué se refería. Creo que a todo, en parte.  

Me quedé un instante inmóvil, mirándola a los ojos.  Habían cambiado desde la última vez que los había visto.  Ya no eran de un castaño muy claro, parecido al ámbar o a la miel.  Ahora eran dorados.   De un dorado animal, casi ancestral, con el brillo del éter vivo que sólo podías encontrar en los ojos de un Arcángel.  Unos ojos que comenzaban a hablar por si solos, una mirada que relataría historias.  Unos ojos de Arcángel, iguales a los que me acusarían en cuanto descubriesen qué había hecho. 

Esta vez oculté yo mi cara contra su hombro.

-Pensar en ti mismo de vez en cuando no te convierte en una mala persona- susurró Sarah-.  Tan sólo en alguien real. 

No le contesté, porque lo cierto es que se equivocaba.  Sólo pensaba en mí.  En encontrar mis alas, recuperar mi honor y volver al Hogar. Era un aprovechado y un interesado. Y a demás me estaba aprovechando de ella, de los días que se agotaban hasta que descubriera lo importante, poderosa y valiosa que era. 

Pero qué mas daba. Ya era demasiado tarde. 

Mi rostro bajó más allá de su hombro, y Sarah enmudeció. Pronto el sostén desapareció, al igual que mi camiseta.  

Sarah consiguió de alguna forma volver bellas mis cicatrices acariciándolas con sus labios. 

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Capítulo dedicado a @sahory22 . Espero que la historia te esté gustando:))))

[Océano.]




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