Alex me miró a los ojos, con la respiración contenida, con el calor de su mano quemándome la mejilla y su pulgar haciendo círculos en mi piel. Me miraba como si yo tuviera todas las respuestas. Como si yo pudiera acabar con su incertidumbre, cuando yo no tenía ni idea de lo que hacer con lo que teníamos allí mismo.
Me ahogaba. Su aliento entraba en mi boca como una burla de lo que podía tener si él quería. Estábamos tan inmóviles, y a la vez tan inquietos. Expectantes, aterrorizados, a punto de explotar por la colisión que estábamos a punto de provocar.
Se acercó. Sentí que temblaba, pero no supe por qué. Se acercó, poco a poco.
-¡Maldita sea, Sarah!-, apartándose tan bruscamente que di un salto-. No me hagas esto. ¡No puedo hacerte esto!
No me moví. Rocé mis labios con la mano, y después me acurruqué en mi sillón, alejándome de su sofá.
-No... no entiendo- conseguí decir.
-Esto es incorrecto, Sarah. Sabes lo que ocurre con las relaciones entre distintas razas. Es incorrecto. Es traición. Yo mismo intenté hacer público la relación de Gabriel porque...
Fruncí el ceño, incrédula.
-¿Que es traición?- repetí-. ¿Traición? ¿A quién, Alex? ¡No pertenecemos a nadie! ¡Es el resto de personas quienes nos han traicionado! ¡Estamos solos en esto! ¿Es que no lo puedes ver? Nadie va a darte una palmadita en la espalda por seguir vuestras leyes, Alex. Ya no eres un soldado. Ya no eres un Iluminado, y ni siquiera quieres ser un Desterrado. Estamos solos, tú y yo.
-Por eso. Estamos solos; ahora no podemos debilitarnos. Debemos mantenernos coherentes. Objetivos. Ahora mismo... ahora mismo estamos en un momento crucial de la guerra. No podemos permitirnos cegarnos por estos... impulsos.
-Impulsos- jadeé, irónica, pero me ignoró.
-Debemos continuar siguiendo unas reglas básicas. Seguir un orden. El orden lleva a la perfección- dijo, como si fuera una oración que recitara de memoria-. El orden lleva a la perfección. Orden, justicia, limpieza.
Resoplé, sin saber si aquello era un burdo intento de cambiar de conversación, o si aquellos principios estaban tan arraigados en Alex. Él tenía mente de soldado y una alma demasiado justa. Jamás cometía dos veces un mismo error. Juzgaba tanto a los Oscuros como a los de su propia raza. Era la perfecta balanza incorrupta.
-Es por esa tal...- me esforcé por recordar el nombre-. Esa tal Kayla, ¿verdad?
Alex abrió los ojos, empalideció, aferró la tela polvorienta del cojín del sofá. Había dado en el clavo. Cómo no.
-Increíble- susurré-. No es orden. Esto tan sólo es dolor, ¿no es así?
Un soldado herido de muerte.
-¿Qué sabes tú de Kayla? ¿Cómo la conoces?- me acusó, brusco.
Recordé las palabras punzantes que había dicho Marcus cuando me estaban explicando el origen de aquella guerra. Ahora sé que tú tenías razón y que tú y tu Oscurita Kayla podríais haber vivido juntos para toda la eternidad, y etcétera, etcétera. ¿Te sientes mejor ahora?
-Era una Oscura, ¿verdad? Te enamoraste de alguien de la otra raza.
-¡Olvídalo!- dijo, deduciendo que lo había escuchado de Marcus-. Ella no tiene nada que ver con todo esto. Ocurrió hace mucho tiempo. Cientos de años.
-¿Sabes lo mejor de haber visto ángeles donde nadie más los veía durante toda tu vida?- le pregunté con suavidad-. Que no confías en nadie. Ni en ti mismo. Acabas sabiendo quién miente y quién no. Ella... te traicionó.
No era una pregunta.
Alex se levantó del sofá y comenzó a caminar por el salón, inquieto. Me miraba mientras se pasaba la mano por el pelo. Jamás le había visto tan angustiado. Parecía que había abierto una compuerta que él creía haber atrancado. El monstruo de los recuerdos estaba a punto de salir.
Creedme, yo lo conocía muy bien.
Alex se detuvo en frente mía, carcomido por la angustia.
-Mira, ella...- se cayó abruptamente.
Todos sus músculos se tensaron de golpe, y cerró las manos en dos puños, como si no los pudiera controlar. Abrió tanto los ojos que parecieron salírsele de las cuencas. Su mandíbula era de piedra y su piel del color de la ceniza.
Me levanté de golpe y miré a todas partes, intentando saber qué ocurría. Alex miraba fijamente a la pared de mi espalda, y estaba comenzando a sudar. Gemía y balbuceaba por el esfuerzo, como si intentara hablar pero su boca no pudiera responderle.
-Alex. ¡Alex!- le grité. Intenté zarandearle cogiéndole de los brazos, pero estaba totalmente rígido-. ¿Alex, qué pasa? ¡Marcus! ¡Marcus, ven!
De pronto de desplomó en el suelo, temblando y convulsionándose como si sufriera un ataque epiléptico. Se golpeó la nuca repetidas veces contra la mesa sin detenerse, hasta que la aparté de una patada, frenética. Me senté encima suya intentando movilizarle. Llamé a Marcus, pero éste no respondía. ¿Qué estaba ocurriendo?
Un frío sudor me recorrió la espalda. Estaba ocurriendo algo malo. Algo muy malo.
Apreté la cintura de Alex entre mis muslos para inmovilizarlo, y atrapé uno de sus brazos para que evitara autolesionarse mientras que con el otro intentaba alcanzar un cojín para que no se mordiera la lengua.
Pero se detuvo. De golpe. Terminó tan violentamente como había empezado. Se destensó poco a poco, como una especie de títere macabro al que se le había acabado la obra. Se desplomó debajo de mí, inmóvil. Parecía... parecía sin vida.
Le palpé la cara, moviéndola de un lugar a otro, intentando encontrar el pulso en el cuello. Las manos me temblaban y estaba demasiado histérica como para concentrarme.
-Dios mío. Dios mío, Alex, despierta. Va, va, va.
Apoyé la frente en su pecho, intentando escuchar algo.
-¡Despierta, maldita sea!- aullé, abofoteándole la cara.
El cuerpo de Alex se sacudió de pronto, y abrió la boca cogiendo una gran bocanada de aire. Su espalda se arqueó hasta parecer romperse, y sus manos salieron disparadas a agarrarse al lugar más cercano, como si necesitara refuerzo. Un tenue brillo dorado comenzó a surgir debajo de él, cada vez más intenso.
Me aparté de un salto cuando Alex abrió los ojos de golpe, totalmente en blanco e inyectados en sangre. Movió los labios, sin hablarle a nadie, mirando ciegamente al vacío. Le contemplé horrorizada.
-Kayla- susurró.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...