Capítulo 19.

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CAIN.

Mis oídos iban a empezar a sangrar. El grito de Kayla perforaba mis tímpanos y hacía vibrar mi cráneo. Era primitivo y desgarrador; surgía directamente de sus entrañas y de las pocas fuerzas que le quedaban. Sin embargo, su piel se había vuelto pálida como la de un cadáver, y cada vez lo estaba más. Podía ver el mapa que trazaban las venas bajo ella, luminiscentes por el poder que estaba utilizando para poder soportar... aquello.

Cayó sobre el pavimento frío, sus manos intentando aferrarse a algo. Cuando no encontró nada, cogió su propio cabello y comenzó a estirar. Los capilares de sus ojos explotaron, y comenzó a sangrarle la nariz.

Pero no paró de gritar.

-¡Para! ¡Páralo! ¡Detente!- grité a mi vez. Intenté agarrarla de los hombros, para que supiera que estaba allí, pero las esposas de Akasha me lo impidieron. Rugí no tanto por el dolor como por la impotencia al sentir el metal abrasar mi piel.

Damian suspiró, apoyando el mentón con indolencia.

-Esto es lo que querías, Cain. Lo pedías a gritos- soltó una risita-. Bueno, al menos es Kayla quien grita ahora.

Me abalancé sobre él, estirando las cadenas de Akasha sobre mí utilizándolas como látigos, sin importar las marcas que producían en mi pálida piel. Su veneno estaba atravesando todo mi ser, y sentía cómo entraba en mí, extendiendo su amargo poder. Mis alas oscuras se abrieron para darme impulso, absorbiendo la luz del lugar para darme fuerzas.

Sentía que mis pies dejaban de tocar el suelo cuando los soldados que hacían guardia en la puerta se abalanzaron sobre mí, agarrando del metal de las esposas y tirando hacia atrás. Me debatí como un pájaro enjaulado, batiendo mis alas. Conseguí alcanzar la rodilla de uno de ellos, y las costillas de otro, rompiendo ambas bajo mi rabia. El tercero fue el único capaz de someterme; el único de los tres que aún conservaba sus alas, de un blanco reflectante.

Tiró de la cadena de mis esposas hacía él, haciéndome tropezar y estampar mi mentón contra el suelo. Ató con la misma cadena de Akasha de mis manos la base de mis alas para inmovilizarme.

No, no, no.

Mis alas no.

Me moví de un lado a otro, arrastrando al Iluminado Desterrado conmigo, pero no se rindió.

Me detuve en el momento en el que me percaté que había perdido. Moverme sólo aumentaría el contacto del metal conmigo, y jamás iba a poder romper la cadena.

Me quedé quieto en el suelo, inmóvil, mi aliento entrecortado formando un pequeño vaho sobre el mármol, que desaparecía y volvía a formarse según respiraba. No quería levantar la mirada. Estaba demasiado humillado.

Habían conseguido inmovilizarme desde el lugar donde residía el poder de todo ángel, parte de su alma; un lugar íntimo a la par que sobrecogedor. Y que había sido profanado con el Akasha.

Sabía que las quemaduras en mi piel se irían dentro de unos cuantos días, pero el de mis alas tardarían meses. Todos verían las marcas de mi sumisión cuando extendiese mis alas para someter a los demás.

Todos verían que había sido débil.

Mi respiración y la del guardia era lo único que se escuchaba.

Kayla había dejado de gritar.

Dejé de tomar aire en el momento en el que me di cuenta. Giré la cabeza lentamente hacia ella, sabiendo que todos estaban mirándome. Ella... no podía.

Ella no podía haber...

Cerré los ojos un instante antes de abrirlos de nuevo hacia ella.

No. Por suerte, no.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora