Capítulo 86. KAYLA.

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Estos dos últimos días habían sido un infierno. 

Después de que Cain cayera en frente de nosotras desangrándose, Alana había sacado una botella minúscula llena de ambrosía, un líquido dorado y espeso.  La ambrosía había sido desde siempre el alimento de los dioses, y por lo que respectaba a los ángeles, era el equivalente a un chute de éter.  Casi adictivo. Le ayudó a Cain a contrarrestar los efectos del éter y a comenzar a cicatrizar la herida. 

Esperamos un par de horas, oteando el cielo, antes de que Alana se atreviera a salir. Sobrevoló los alrededores, hasta encontrar un pequeño supermercado de mala muerte a un par de manzanas de allí. Forzó la entrada, y luego logró arrastrarnos hasta allí. 

Yo seguía con fiebre. Iba lenta, torpe, y a veces me disociaba de la realidad. Jamás creí que los efectos de la tortura alucinógena de Damian pudieran durar tanto. Había tratado de no odiarlo, de entender sus motivos, pero la rabia y el rencor me cegaban. 

Cain había llegado como una visita inesperada en la Guarida.  Yo, como una estúpida, había creído que era una ofrenda de paz por lo que había pasado hacía más de un siglo. Resultó que quería información de Alex; creía que yo sabía dónde estaba por la relación que habíamos mantenido. Yo no era estúpida; sospechaba que ocurría algo cuando vino a hablar con Damian. Pero no sabía nada, además de que si ese hubiera sido el caso, no se le hubiera dicho.  Era asunto de Damian, y no era tan estúpida como para traicionar aquella persona que dirigía el mayor refugio de Desterrados de la Tierra.  

Pero Damian nos descubrió hablando, y conocía nuestra antigua Conexión Coniunx. Una Desterrada conversando con un Oscuro. Por lo visto Damian sabía que Cain no buscaba a Alex, sino a la Serafina, y quería saber con exactitud por qué la quería Lilith.  Pero la paz con Lilith era precaria, y sabía que herir a uno de sus soldados personalmente hubiera sido una declaración de guerra. Además, Damian sufría la presión del resto de los Príncipes, que deseaban que se uniera a ellos con la excusa de la venganza por su Destierro.  Tener a un antiguo Arcángel y a gran parte de los Desterrados hubiera concedido un gran poder a los Oscuros que hubiera resultado decisivo en la situación actual. 

Pero Damian no quería involucrarse en la guerra.  Quería demostrar que seguía teniendo poder, que seguía siendo independiente.  Debía dar ejemplo con nosotros.  Creyendo que si Cain me veía sufrir confesaría, me torturó. 

A mí, que ya llevaba un siglo con ellos. Que no había dicho ni una palabra. 

Sí, no me llevaba bien con la mayoría de Desterrados.  Sí, había tenido un par de problemas cuando me había pasado con el uso de mis feromonas. Pero eso no hacía que me mereciera, ni mucho menos, la tortura a la que me condenó. 

Alana nos sacó del calabozo traicionando a Damian, y se unió a nosotros dos al día siguiente.  Aún no nos había hablado de cómo había salido de allí, o cómo había afectado al resto de Desterrados que la pareja de su líder los abandonara.

 Así que nos encontrábamos en un callejón mugriento, en busca de la Serafina. Cain para entregársela a Lilith. Alana para asegurarse de que Alex la llevara ante Damian a cambio de sus alas. Todo el mundo sabía que los Desterrados traficaban con Akasha, éter, ambrosía y plumas entre otros, por lo que probablemente Damian podía conseguir las alas de Alex sin demasiado esfuerzo.  A mí me daba igual la Serafina, pero me encontraba demasiado débil como para defenderme, y Cain y Alana eran los únicos que podían ayudarme.

Y yo era la única que podía contactar con Alex reabriendo nuestra Conexión Coniunx. 

Así que después del ataque de los Iluminados, Alana nos había conseguido llevar hasta un supermercado, donde nos había cuidado como había podido. Reabrir la Conexión había empeorado mi salud, y Cain por un momento se había balanceado sobre el precipicio de la muerte. Nos alimentamos, y limpió y cuidó la herida de Cain, que se curó en a penas un día. Dormimos en el suelo, y nos abrigamos con capas y capas de jerséis baratos que habían en oferta. 

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora