Capítulo 56. CAIN. Hace 137 años.

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Aterrizamos silenciosamente en frente de la mansión, guiándonos por la Corriente Coniunx que me une a Kayla. La casa de los Etherdeath, me imagino.

Caleb echa a andar en dirección a la puerta, pero pronto descubro que esa no es la dirección correcta.  La sensación es muy ligera, casi quebradiza: hay que estar muy atento para poder seguirla, y no dejarse llevar por la furia que en aquellos momentos estaba intentando dejar a lado. Era como un hilo invisible: si dejabas de seguir la dirección correcta y te guiabas por tus propias intenciones (en sentido  opuesto), éste se rompía.

Algo tintineó en mi pecho; parecía que la otra punta del hilo estaba atada a una campanilla que sonaba cada vez que se tensaba. No íbamos en buen camino.

-No- corté a los demás en seco-. Es por aquí.

Nos adentramos en el vasto jardín que se escampaba a los pies de la casa, cuyo límites se fundían con los del bosque. Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos adentrándonos en un laberinto de caminos bien cuidados y recortados entre los arbustos, sin duda uno de los pasatiempos favoritos de los humanos en aquella época.  Cerré los ojos con fuerza, frustrado por lo absurdo.  Tuve que  detenerme varias veces para poder seguir acallar el torbellino que tenía dentro de mí y concentrarme.

La presencia de Caleb a mi lado era un recordatorio constante de que no estaba solo.. 

Pronto llegamos hasta el cobertizo del jardinero, donde había un anciano sentado a sus puertas sobre un taburete toscamente tallado, como autoproclamándose guardián del lugar. Se levantó de un salto al vernos todos allí con una agilidad impropia para su edad humana.

Llegué hasta él antes de que nadie lograra detenerme y mi mano saltó directa hacia su garganta de papel. Se cerró entorno a ella como un hierro que por fin ha encontrado su imán.  Lo levanté varios palmos del suelo y lo estampé contra la pared. Su piel era de pergamino, y podía sentir su nuez inmovilizada contra mi palma, raspándome con su incipiente barba descuidada.  No me inmuté cuando varias patadas desesperadas me alcanzaron la espinilla: yo era el de hierro.

-Kayla- le dije, casi un gruñido.

El anciano abrió la boca varias veces, soltando una lluvia de saliva de entre sus dientes carcomidos hasta que me di cuenta de que se estaba asfixiando. El rojo se estaba poniendo morado. Mis dedos se separaron a penas dos milímetros. 

-Le soy...- se atragantó con su propia lengua; su tráquea era endeble como un pajarillo-. Le soy... fiel... a mi señor- jadeó, con los ojos desorbitados.

Su señor. Robin Etherdeath.

Lo lancé al suelo al comprender que era un Nefilim y que tenía los años suficientes como para que su mente ya estuviera totalmente corrompida por sus descabelladas creencias. Su cuello chocó contra el taburete -era irónico que él mismo fabricara el instrumente que acabaría con su vida-, y se rompió con un sonoro crack.

Endeble como un pajarillo.

Estudié el cobertizo con los ojos entrecerrados. Era imposible que Kayla estuviera allí dentro prisionera: las cuatro paredes de madera podrida a penas podían sostenerse por sí solas. Entré pasando por el cuerpo inmóvil del jardinero. Cerré los ojos un instante para ver hacia dónde me guiaba la Conexión.  El hilo tironeaba hacia abajo.

Aquello no tenía sentido. 

Pisoteé el suelo con insistencia hasta encontrar una pequeña zona donde los golpes se volvían más sonoros, revelando el vacío que había bajo el entablado.  Una trampilla. Estiré de la moqueta, y Caleb reaccionó con rapidez a pesar de que era evidente de que no necesitaba ayuda.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora