Capítulo 32.

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SARAH.

Entreabrí los ojos. Pasé la lengua por mi paladar, totalmente seca y pastosa. Parpadeé. Lentamente.

-Hey- un tío guapísimo me sonrió a escasos centímetros de mi cara-. ¿Ya estás despierta, Bella Durmiente?

Oh, Dios mío. Estaba en el cielo.

-Nooo...- mi voz escoció contra mi garganta como si fuera papel de lija-. Creo que sigo muerta.

Cerré los ojos feliz y apreté más la almohada contra mi nariz, estirándome deliciosamente. Hummmm. Hacía tiempo que no me acostaba sobre nada blandito.

La carcajada que el chico soltó me envolvió como música. Wow, hoy estaba más cursi de lo normal. Me señaló con el pulgar a alguien que no entraba en mi campo de visión.

-¿Pero la has visto? Es como una pequeña gata.

Parpadeé.

-¿Perdona?- solté.

Me enderecé en el... ¿sofá? y me rasqué un ojo, aún medio atontada. Miré a mi alrededor: estaba claro que estábamos en una casa abandonada de una familia media. Estaba en el salón, justo delante de la televisión. La situación era tan familiar que me daban ganas de buscar el mando y apretar el botón. Mierda. Tenía ganas de llorar.

Estaba más sensible de lo normal. Conociéndome, probablemente me acaba de bajar la regla.

-Aparta- dijo Alex, dando un empujón al chico y sentándose delante de mí, encima de una pequeña mesa, donde la antigua (y ahora muerta) familia debían de reunirse todos juntos para cenar. En la mano llevaba un botiquín de emergencia-. ¿Estás bien?- me preguntó, preocupado. Luego frunció el ceño y se dirigió al chico-. Oye, ¿qué es eso de Bella Durmiente?

Me giré hacia él, también indagadora. Era un poco más delgado que Alex –algo, que ahora que pensaba, no era muy difícil de conseguir-, y de rostro algo aniñado. Tal vez no se debía tanto a sus facciones como a la expresión de estas: con las cejas ligeramente arqueadas, y la boca curvada hacia un lado, burlona. Se le formaba un hoyuelo, como si tuviera pereza de mostrar el otro. Tenía el pelo deshecho y de un reluciente castaño, al igual que la barba incipiente que le cubría la piel tostada (y suavecita como el culito de un bebé).

Pero qué os voy a decir. Alex seguía siendo más atractivo con ese ambiente enigmático que lo rodeaba.

Abrí los ojos. Oh, Dios mío. Tenía alas. Unas bien blancas y fuertes, e irónicamente unas de las más grandes que alguna vez había visto. No me había fijado en ellas porque eran semitransparentes, lo que significaba que intentaba ocultármelas utilizando el Espejo.

Me miré a mí misma disimuladamente, buscando desesperada mis armas. Maldita sea. Estaba descalza, por lo que no llevaba mis dagas de Akasha. Además, alguien me había desabrochado mi cinturón, y sustituido mis pantalones por unos shorts de pijama, por lo que tampoco tenía mi cuchillo de cocina.

Oooooohhh.

Mierda.

Mi mano salió disparada a uno de los bisturíes que había en el botiquín antes de que nadie pudiera detenerme. Salté hacia delante, esquivando a Alex, e hice un placaje al ángel que lo envió de espaldas al suelo. Me senté a ahorcajadas sobre él, estiré su cabeza hacia atrás, agarrándole del pelo y apoyé el bisturí sobre su garganta en un movimiento.

El bisturí en mi mano me dio una especie de dejà vu.

Contemplé con cierto grado de sorpresa que mi brazo había colocado la cuchilla justo encima de su yugular. Instintivamente precisa y letal.

-Créeme- le advertí-. Tal vez esto no sea de Akasha, pero no es la primera vez que mando a un ángel al Infierno utilizando un escalpelo.

El ángel parpadeó con sus ojos enormes, lentamente. No vi ni un atisbo de miedo. Sólo sorpresa y curiosidad. Maldita sea. No era justo que un ángel tuviera los ojos tan claros.

Casi inocentes.

Casi. No dejaba de recordarme a un niño.

-Tranquilízate- por el rabillo del ojo vi a Alex inmóvil con las manos en alto, como si fuera una chica de gatillo fácil. Bueno, lo cierto es que lo era.

-Que me tranquilice. Traidor de mierda. ¿Dónde está Somewhere?

-Descansando.

-¡Mentiroso!- grité sin percatarme-. Está muerta- acerqué mi rostro al ángel tanto como para ver los poros de su piel, de haber tenido-. Tú- recordé de pronto- Tú la mataste.

Fruncí el ceño cuando noté cómo el estómago comenzaba a vibrar bajo mis piernas. Estaba riendo. El puñetero ángel se estaba riendo de mí. Furiosa, apreté el escalpelo hasta que comenzó a brotar sangre a borbotones, pero no se inmutó.

-Tranquilízate, micifuz-. ¿Miciqué?-. Es cierto que está descansando.

El ángel silbó, y yo me quedé mirándolo incrédula. Somewhere apareció trotando por el pasillo, mansa y moviendo el rabo. Cojeaba apenas de una pierna trasera. El ángel aprovechó la sorpresa para enrollar sus piernas con las mías y coger impulso (malditas alas) y darnos la vuelta, de forma que él estuviera encima de mí. Chillé (¡auch!) cuando mi cabeza golpeó una de las patas de la mesa. Lo cierto es que estábamos tendidos en el hueco justo entre el sillón, el sofá y la mesa baja.

Me sujetó las muñecas por encima de la cabeza, y sonrió, ahora abiertamente, satisfecho. Con deliberada lentitud me arrancó el bisturí de entre los dedos.

Le escupí, manchándole la camisa.

-Vete al Infierno.

Él amplió la sonrisa, acercando su cara a la mía. Me estaba poniendo nerviosa.

-Micifuz. ¿No te das cuenta de que ya estamos todos en él?

Apreté la mandíbula, cabreada.

-¿Micifuz?

Él abrió la boca, dispuesto a contestarme con mucho gusto, per Alex le interrumpió. Estaba notablemente molesto.

-Marcus. Apártate.

-¿Eso es una orden? ¿Desde cuando eres tú quién me las da a mí?

Alex inspiró hondo, seguramente para prepararse para soltarle una de sus respuestas. Yo me limité a pegarle un rodillazo en la entrepierna, con todas mis fuerzas. El ángel –Marcus-, se puso rojo, y cayó redondo a mi izquierda, gruñendo. Se sujetaba la ingle con fuerza. Le aparté de un empujón, y chocó contra el sofá.

-No vuelvas a jugar conmigo, tío. Estoy a punto de ponerme a rajar gargantas.

Expulsó todo el aire que contenía por la nariz, y abriendo los ojos forzó otra sonrisa, aunque ahora algo tensa.

-Encantadora.

-No puedo evitarlo-. Después me giré hacia Alex, y le señalé con el bisturí. Por la forma en la que me miró deduje que no debía parecer muy cuerda-. Y tú. Me debes una explicación. ¿Por qué demonios estamos con un ángel en un salón y quién de los dos me ha cambiado la ropa?

Alex tragó saliva.

-Puedo explicarlo.

Marcus soltó una carcajada.

-Tranquilízate, Alejandro. Está claro que la chica sabe más de lo que parece. 

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora