Capítulo 42.

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ALEX.

-Antes te dije que las relaciones entre Iluminados y Oscuros estaban sumamente prohibidas- el rostro de Kayla flotó un instante en mi cabeza, pero la envié al fondo de mi memoria-. La Oscuridad y la Luz son dos poderes que no deben mezclarse, digan lo que digan vuestros orientales zen con el Ying y el Yang. Y hay una razón para ello.

"Cuando dos ángeles de distinta raza tienen un descendiente... éste deja de ser un ángel. Se convierte en un Serafín. Es por su éter, ¿sabes? El alma. Totalmente diferente al de cualquier otro ser. El éter de los Iluminados es pura luz, el de los Oscuros es un agujero abismal de negrura. ¿Pero el de un Serafín? ¿Una mezcla de luz y oscuridad? Es... es antinatural. Se convierte en alguien marginado; alguien que no encaja en ningún lugar. Un paria.

"Ante el temor del castigo que se impone a los ángeles que mantienen ese tipo de relaciones –peor que el Destierro-, los propios padres suelen abandonar al Serafín en la Tierra, por lo que nadie conoce realmente su poder. Son... Bueno, reconozco que los Serafines son seres casi mitológicos para nosotros- comentó Marcus rascándose la nuca. Bajó la voz-: Hay algunas leyendas que hablan de poderes equiparables con los de los Arcángeles. Hay otras que... hablan del temor de los Príncipes hacia los Serafines.

"¡Pero es imposible!- dijo, riendo y dando una súbita palmada que nos hizo sobresaltar a Sarah y a mí, como si quisiera alejar la creciente tensión del ambiente-. El único más poderoso que los Arcángeles y los Príncipes es Dios. Y punto.

Me reconocí en esa típica mentalidad de soldado Iluminado –esa fe ciega-, había que reconocerlo.

Sarah frunció el ceño, pensativa, tomándose aquello con relativa calma.

-Entonces... mis padres son ángeles.

-Exactop.

-Pero no tengo alas.

-Sí, yo también me había fijado en ello- reconoció Marcus con tono despreocupado-. Yo creía que cuando los padres abandonaban a los Serafines en la Tierra éstos aprendían a ocultar sus alas con el Espejo. Pero ya veo que tú simplemente no tienes. ¿Tu madre no tendría algunas alas?- preguntó, dubitativo-. ¿Blancas o negras?

-¿Qué?- exclamó-. ¡Claro que no!

-¿Segura? Eras muy pequeña por entonces.

Sarah rebufó.

-Sí, estoy segura de que mi madre no tenía ningunas alas en la espalda. Mi madre era humana. Estoy segura de ello.

-¿Y eso por qué?- intervine yo.

Supuse que Sarah decidió tomarse aquello como algo persona por su expresión ofendida.

-Pues porque era la persona más corriente que he conocido. Era... era normal, ¿vale? Como cualquier otra mujer. Le gustaba el chocolate amargo y los gatos. Hacer fotos de flores, la mermelada de higo y las películas después de cenar.

Había algo más, estaba seguro de ello. Algo que la empujaba a creer que su madre era tan solo una humana inocente víctima de nosotros, los malvados ángeles vengativos. Fuera lo que fuera, seguro que estaba equivocada y era una estupidez.

-¿Y qué me dices de tu collar?- repliqué.

-¿Qué collar?- preguntó Marcus.

-Alex habla de uno normalito y corrientito que tengo- respondió Sarah, sacándoselo de debajo de la camiseta. La pluma plateada relució bajo la luz amarillenta-. Una baratija que compraría mi madre en algún mercadillo.

Se lo cogí de entre las manos antes de que pudiera evitarlo. La cadena era de plata, apostaba por ello: no se había oxidado ni un poco a lo largo de los años. Un colgante de plata no era algo que alguien se encontraría en un mercadillo. Además... la pluma relucía demasiado como para ser de un pájaro de la Tierra. Cada filamento era perfecto, liso y resistente, intacto y en su sitio a pesar de todos los golpes y aventuras que había vivido con Sarah.

Noté su respiración irregular y caliente revolviéndome los mechones de la frente y cosquilleándome en la piel. De pronto fui demasiado consciente de la poca distancia que nos separaba, algo en lo que sí que habían reparado Marcus y ella, supuse por su silencio. Tragué saliva abruptamente y me eché hacia atrás como si el metal ardiera.

O ella.

-Es una pluma de Querubín, Sarah. La de un ángel que aún no ha acabado la conversión: plateada. Si tan humana dices que era tu madre, ¿qué hacía con la pluma de un Querubín?

Sarah abrió la boca rápidamente para replicar, pero no pudo. Tartamudeó.

-E-eso n-no es cierto. No puede serlo. O sí. No lo sé. ¡Pero no tenía alas! ¡Yo tampoco tengo!- se serenó-. Lo que decís no tiene ningún sentido.

Marcus volvió a pasarse una mano por la frente, estresado.

-Y yo que creía que hoy todo iba a cobrar sentido- suspiró-. Bueno, ¿y qué ocurre con tu padre? Uno de tus padres ha de ser Iluminado, y el otro un Oscuro. ¿Qué pasa con él?

-Ni idea. No lo sé. Mi madre nunca hablaba de él- Sarah arrugó el entrecejo-. Seguro que él era el Oscuro, porque mi madre me dijo que nos abandonó antes de que yo naciera.

Contemplé su rostro, que parecía esculpido en piedra; no porque fuera perfecto, sino por su dureza, su determinación. Toda ella era de oro: su piel tostada, sus cabellos, sus ojos. No sólo exteriormente, sino por dentro: lo indicaban sus movimientos y gestos altivos y orgullosos, como lo era el metal.

La ignorancia no le afectaba como los demás. No la hacía torpe o inútil, sino determinada.

Inspiré hondo.

-Sarah, tu padre es el Arcángel Gabriel.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora