Capítulo 10.

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ALEX.

Ningún ángel se había cruzado con nosotros en todo el día. Me estaba comenzando impacientar, aunque era una estupidez, porque no era algo que dependiera de nosotros. Luego me percaté horrorizado de que realmente quería la humana acabara con algunos para poder conseguir Akasha. Que acabara con alguno de mis hermanos.

No entendía por qué Damian quería conseguirla. Era una Quimérica. Ella misma me lo había confirmado, y los ángeles jamás habían hecho tratos con los Quiméricos. Siempre habían estado en guerra.

Me pregunté por qué su perra no había resultado ser inmune al Akasha. A diferencia de lo que creía la humana, los animales no eran invulnerables a ella. Entendía que pudiera creerlo, teniendo en cuenta que el único punto de referencia fuera su mascota y ésta fuera una excepción.

Una excepción que yo hubiera considerado imposible.

"La chica", había dicho Damian. No había mencionado a ningún animal.

-¿Cómo se llama tu perra?

Ella me miró arqueando las cejas.

-¿Cómo sabes que no es un perro?

Sarah hablaba demasiado. Siempre contestaba con preguntas a mis preguntas.

-He observado su modo de comportamiento.

Vi por el rabillo del ojo cómo Sarah se detenía y me estudiaba. Luego se echó a reír a carcajadas.

Fruncí el ceño, era demasiado temeraria; hacía mucho ruido. Alcé la vista al cielo, vigilando atento ante cualquier punto que se acercada en nuestra dirección. Desde que no estaba en contacto con mi Corriente estaba paranoico.

-Ah, te refieres a su modo de mear- replicó, riendo entre dientes-. Se llama Somewhere. Sammy para los amigos.

Somewhere. Un nombre peculiar elegido por una chica peculiar.

-Hola, Sammy.

Sammy gruñó.

Volví a parpadear.

Sarah me miró, sin pizca de vergüenza. Esquivé sus ojos.

-No he dicho que seamos amigos-, golpeó con rabia un escombro abandonado en su camino. Me asombraba el aplomo con el que caminaba por la calles descubiertas, como si no le importara que la localizara un escuadrón de ángeles. Como si quisiera que lo hicieran. "Estoy aquí", parecía gritar toda ella, cuando su pelo se agitaba como una bandera dorada agitada al viento, indicando el lugar.

Me gustaba que a pesar de su seguridad, recelara de mí. Que a pesar del estruendo que causara al hablar con su voz orgullosa, se tensara ante cualquier ruido a nuestras espaldas, siempre atenta. Me gustaba que desconfiara de nuestro pacto no escrito.

La hacía mucho más inteligente. Y peligrosa.

-Llevamos caminando más de un día- dejé caer.

Ella arqueó una ceja, y se recolocó el asa de su mochila.

-¿Son quejas lo que estoy escuchando?

-No. Pero me gustaría saber hacia dónde.

Me había costado toda la tarde preguntar, porque me molestaba tener que mostrar interés.

-Eres un Sherlock- no tenía ni idea de lo que era eso, así que seguí callado-. Un auténtico maestro de la deducción, así que podrás deducir eso también.

Por el tono de voz, parecía que me estuviera retando por puro aburrimiento, pero algo me decía que no. Comencé a sospechar que lo que quería averiguar era qué sabía yo en realidad.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora