SARAH.
-Así que...- tanteé el terreno-. ¿A qué te dedicabas antes de la Bajada?
Pausa. Respiración. Exhalación.
-Estaba en el ejército.
-Hmmm... ajá.
Llevábamos todo el día juntos, y ya me había dado cuenta que no íbamos a tener conversaciones más profundas. Me pregunté si le caía mal o tenía alguna especie de fobia social.
Suspiré, y seguí silbando. Sammy iba diez metros más adelante, con la cola arriba y abajo, jadeando y marcando su territorio con absoluta felicidad. Su cojera no parecía frenarla.
Se lo había preguntado para que él me preguntara a mí –aunque fuera con interés fingido o por un vago vestigio de su educación de la infancia-, y así pudiera yo hablarle de mi experiencia en los reformatorios. Y no sé, teniendo en cuenta lo correcto que debía de ser –me imaginaba a todos los soldados así-, también esperaba que me soltara alguna perorata sobre la ética y de mi posibilidad de tener un futuro brillante y esa historia. Para matar el tiempo un poco.
No me preguntó eso, pero sí que afirmó algo. Y mucho más interesante.
-Me imagino que eres una Quimérica.
Mi canción se detuvo al instante, y su palabra quedó pendida del silencio.
Hablé con cautela. Si sabía lo que era un Quimérico no valía la pena negarlo.
-¿Cómo lo sabes?
No movió ni un músculo de la cara. A veces me preguntaba si se había hecho un lifting facial. Aunque era demasiado atractivo para eso.
-Tu agilidad. Tu resistencia. La familiaridad con la que llevas la situación.
-Han pasado más de cinco meses. Es normal que me haya mentalizado y seguido adelante.
-Por supuesto. Pero te habrías limitado a buscar refugio. Supervivientes, comida. No hubieras cogido una ballesta y empezado a matar ángeles. Eso indica que sabes sobre armas, y que estás acostumbrada a pelear. Eres demasiado joven para haberte alistado en el ejército, además de que es algo impropio entre mujeres. Así que debes de ser una Quimérica.
Me giré, y me quedé mirándolo, esperando a que tomara una bocanada de aire por todo el tiempo que había estado hablando.
-Supongo que tú también lo eres.
Pausa. Respiración. Exhalación. Parpadeo. Parpadeo.
-Sí.
Me pareció algo extraña su dubitación, pero me encogí de hombros. Guay. Era el tercer Quimérico que conocía. Volví a girar la cabeza para mirarle, tapándome el sol con la mano. No pude evitar sonreír, porque saber que era Quimérico me producía una sensación de camaradería.
Ahora en pleno día sí que podía verlo bien. Caminaba a mi lado, y podía apreciar el perfil bien proporcionado que tenía. Una frente despejada, que se hundía bruscamente para formar el puente de su nariz, que era recta, larga y con un ligero bulto. Labios carnosos, barbilla partida y pronunciada, que se alargaba hasta marcar su mandíbula. Observé su pronunciada nuez de Adán, la causante de su tan grave voz.
Había insistido en pasar por una tienda para cogerle otra chaqueta, aunque él no quisiera. Porque el modelo que había acabado llevando –uno sin mangas, una especie de alusión a los Village People-, era horrible. Además, que no era verano y hacía fresquito. Él había acabado esperando en la puerta mientras yo le mangaba otra chaqueta exactamente igual, pero más ancha y en azul marino.
Aunque eso no ocultaba su piel morena y curtida, nada propia de Reino Unido.
Lo cierto es que me recordaba demasiado a un ángel, pero las facciones de su rostro eran demasiado duras: cinceladas a piedra, hasta convertir las suaves curvas en ángulos y las rectas en cicatrices.
Demasiado duras como para resultar muy guapo, o bonito.
La gente que yo conocía antes de la Bajada asociaba la hermosura con la felicidad. En serio. Inconscientemente. Cuando veían a alguien guapo, suponían inmediatamente que tenía muchos amigos, que era simpático, o tenía pasta. Todo en uno. Un día vi en la tele que aquello se llamaba "efecto halo". (En la tele, porque estaba claro que en un libro no.)
Pues no, lo cierto es que no.
Yo sí, he sido guapa. Los chicos me han silbado desde sus coches, y me han hecho descuentos en el cine. Me he aprovechado de ello, aunque fuera consciente de que ser guapa no tenía ningún mérito. Ni me lo gané, ni trabajé por ello. Serlo jamás me evitó acabar en un juzgado, o que me propinaran palizas después de clase, o que yo dejara de mirar con envidia cómo el resto de niños "mediocres" se iban a casa con sus padres.
Nunca me han gustado las personas guapas.
Siempre me he fijado en las atractivas.
Aquellas personas que tenían la nariz demasiado larga, o la barbilla demasiado afilada, u ojos algo tristones. Pero personas que sí irradiaban elegancia al caminar, decisión en sus gestos o autoestima en su manera de sonreír. Porque ser atractivo no es cuestión de suerte, sino de carácter, y eso sí que tiene mérito.
Así que sí, desde luego que Alex era guapo. Pero no perfecto.
Sólo... atractivo.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...