SARAH.
Extendí la manta en el suelo, y coloqué mi mochila llena de bultos bajo mi cabeza, siguiendo mi ritual de cada noche.
Alex estaba en al otra pared del callejón, sentado con la espalda en la pared, con su serenidad habitual. Se sacó los zapatos con parsimonia y comenzó a masajearse los pies, lenta y metódicamente. Por sus movimientos automáticos, era evidente que era algo que hacía cada día. Me pregunté cómo alguien tan fuerte y en forma no aguantaba un día de caminata.
-¿Por qué crees que yo te puedo ayudar a conseguir Akasha?- pregunté de pronto. Como siempre, dormía abrazada a Somewhere, y le observaba por encima de su pelaje. Sammy era una excelente manera de mantener el calor corporal.
Alex alzó la mirada y me miró, aproximadamente por 0'05 segundos.
Estuvo un rato en silencio, simplemente fregándose los pies o pensando.
-El ángel que interrogué me habló de ti. Te conocen; estás causando revuelo- no pude evitar sonreír por la satisfacción, y agradecí que Somewhere me ocultara el rostro-. Me imaginé que serías un buen método para conseguir Akasha.
Me pregunté qué debía haber preguntado para que el ángel le hablara de mí. No lo hice; no quería parecer narcisista.
-¿Y para qué quieres el Akasha?- volví a intentar sonsacarle, por si colaba.
-Es una buena moneda de cambio- respondió escuetamente. Dejó el pie derecho en suelo y comenzó a masajearse el izquierdo. Suspiró, cansado, y apoyó la cabeza en la pared, mirando el cielo.
Yo también suspiré por la frustración. No había manera de que aquel tío se fuera de la lengua. Mi estómago rugió. A penas habíamos comido una lata de judías cada uno; las que me quedaban en la mochila. Lo bueno es que ahora iba mucho más ligera; lo malo es que mañana no tendríamos nada para desayunar hasta que no encontráramos algo.
-No me extraña que no hables. Alguien debió de decirte lo guapo que estás con la boca cerrada- se me escapó, frustrada-. Alex no respondió, pero entreví en la oscuridad cómo sus labios se curvaban hacia arriba, solo por un lado-. Te ha hecho gracia.
-¿Qué? No es cierto.
-Claro que sí- atraje más cerca a Somewhere y sonreí contra su espalda-. Reconócelo, ha sido muy bueno.
-No. Sólo me ha hecho gracia que te molestaras por no responderte, cuando tú no quieres contarme por qué quieres ir a la Calesa. Ambos tenemos vida privada. No pasa nada si respetamos la del otro.
Vaya. Aquello sí que me había cortado el rollo.
Me había enterado de la existencia de la Calesa dos meses después de la Bajada; aunque era evidente que el enorme rayo de luz que surgía del Parlamento Británico no era algo usual. Teniendo en cuenta que había decidido hacía un mes dirigirme allí, y que el reformatorio St Louis estaba a las fueras de Edimburgo, no estaba mal. Hacía una media de 20 kilómetros al día sin demasiados problemas, gracias al entrenamiento que había tenido durante casi seis años.
Había dejado atrás la única familia que había tenido tras la muerte de mi madre, y no había sido nada fácil. Pero el rencor, la rabia y las incontenibles ganas de venganza seguían carcomiéndome por dentro. Aumentaron tras la Bajada, cuando vi que los ángeles iban a seguir fastidiándome la vida y que ahora tenía la oportunidad de devolvérsela. Y vaya, lo estaba haciendo, aunque nunca me parecía lo suficiente.
Era como ver un amigo tuyo convertirse en vegetariano, sabiendo la poca mejora que iba a conseguir en el mundo e imaginándote lo frustrado que debía sentirse. Ahora conocía la sensación.
En todo mi camino no me había cruzado con nadie que plantara cara a los ángeles, y sabía muy bien que yo arriesgaba mi vida para tan sólo conseguir el mismo efecto que el de un alfiler. Mentira. Dudaba incluso que notaran el pinchazo.
Por no hablar de que seguía buscando al asesino de mi madre. Era ridículo. Era casi imposible, por no decir del todo. Pero no podía abandonar ahora. Había sido el combustible que me había mantenido a flote durante años, y ahora mismo no podía permitirme hundirme. No podía echarme hacia atrás. Había dejado a la gente que me importaba sin dar ninguna explicación, y ya ni siquiera sabía si seguían con vida. Y si así era, me negaba a volver con los brazos vacíos.
Me negaba a vivir sin justicia. Sin saber que el que me había destrozado la vida y acabado con la de mi madre no había pagado con la suya. Me negaba vivir sin saber quién lo había hecho, y aún menos con la probabilidad de que se encontrara a unos kilómetros de distancia. Simplemente no podía.
Teniendo en cuenta que no conseguía averiguar nada –ningún ángel sabía quién era Eve Schwartz-, decidí dirigirme a la Calesa. Más concentración de ángeles, más posibilidades. Probablemente sí, era un suicidio. Pero no tenía nada que perder. No me habían dejado nada que perder.
-Mañana podríamos repetir esto de charlar- dije en cambio-. Hablas más por la noche.
-Tú no.
-¿Qué...? Ah, ya lo pillo. Hablo tanto por el día que por la noche. Ja, ja, qué gracioso. Hablas siempre tan serio que cuesta saber cuando es una broma. Las tuyas son muy sutiles.
Jamás lo diría en voz alta, pero aquel hecho le daba mucha más clase. A parte del hecho de que nunca bromeaba.
-No estaba bromeando.
-Oh, ya lo creo que sí- era yo, ¿o esa sombra sobre su mejilla era casi un hoyuelo?-. Que te conozco, bacalao.
Me sentí infantil nada más decirlo. Madura un poco, Sarah.
Alex frunció el ceño. Dio media vuelta, colocándose cara a la pared y de espaldas a mí.
-Nos conocimos ayer, Sarah- me estremecí al oír por primera vez mi nombre con su voz grave-. No me conoces en absoluto.
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Ángeles en el infierno
FantastiqueCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...