Capítulo 38.

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CAIN.

Golpeo al ángel en el pecho, enviándolo pasillo abajo, y Alana y yo (yo con Kayla en brazos), cruzamos la esquina. Lo cierto es que escapar, es por suerte más fácil de lo que esperaba: la seguridad no es tan estricta como había creído yo a penas cinco minutos antes. En cierto modo, era lógico. En la Guarida se esforzaban para que no se colara ningún intruso, no para retener a nadie. Aquél era el sitio de muchos refugiados, y pocos tenían intenciones de salir de allí. Total, ¿qué les esperaba en el exterior? ¿Iluminados dándoles caza? ¿Oscuros avergonzados de ellos, por haberse permitido Desterrar? Por los Príncipes, si ni siquiera quedaban a penas humanos con los que relacionarse.

Por otro lado, igualmente era una suerte tener a Alana de nuestro lado. En aquellos momentos era la única que podía utilizar su éter, y a pesar de que yo aún podía defenderme, a penas podía luchar en condiciones. Kayla... Era harina de otro costal. La ambrosía le permitía mantenerse lúcida, pero sentía los temblores que le recorrían los dedos con los que se sujetaba a mi nuca.

Nos detuvimos un instante para que Alana comprobara si se acercaba alguien, y yo aproveché aquel efímero instante para cerrar los ojos con fuerza.

Cerrar los ojos con fuerza, y sentir en silencio el pelo de Kayla haciéndome cosquillas bajo la nariz. Sus uñas clavadas en mi piel. Los latidos de su corazón contra el mío. Por un instante, me imaginé que su pelo no estaba grasiento. Ni sus uñas cubiertas de sangre seca.

Por un instante, imaginé que su corazón latía rápido por mí, y no por el miedo. Imaginé que el mío no estaba roto.

-Bien, ahora tendréis que continuar vosotros solos, yo entretendré a los demás.

Pero el instante pasó.

-Solo tenéis que seguir todo recto y girar dos veces a la izquierda. La contraseña de hoy para la salida es éxodo. Recuerda: éx...

-Sí, sí: éxodo- la respuesta me salió más brusca de lo que esperaba, pero seguí adelante sin pensármelo dos veces.

Luego sentí remordimientos, y me giré para mirarla. Ella aún esperaba jadeante por la excitación en la esquina, ansiosa. Yo también escuchaba los pasos apresurados que se acercaban, pero se mostraba reacia a marcharse, observándonos con preocupación. Luego me percaté de que a quien miraba era a Kayla, con sus piernas colgando flácidas y su mirada vidriosa.

-Gracias, paliducha.

Alana sonrió, aunque percibí en sus labios una inquietud que se negaba a mostrar. Sospeché que sus decisiones iban a tener más repercusiones de lo había querido admitir.

-Iros ya, Cain. Encuentra a la Serafina y a Alejandro. Y... y cuídala.

Le dediqué una mirada escueta a Kayla, y asentí.

Por lo visto yo podía cuidarme solito. Gracias, Alana.

Me fui trotando hasta llegar a la esquina que llevaba a la puerta custodiada por dos ángeles, donde ralenticé el paso hasta convertirlo en uno seguro.

Eran inteligentes: habían colocado a dos Desterrados que aún conservaban las alas, por lo que eran más fuertes. Uno Oscuro y otro Iluminado para no causar ninguna polémica entre los Desterrados. Era extraña la especie de igualdad que había entre ellos.

Me revolvía el estómago. Oscuros conviviendo con nuestro enemigo.

Eran una vergüenza.

Me miraron de arriba a bajo recelosos, pero no preguntaron. No me extrañaba: barbilla alzada, hombros atrás, mirada firme. Era comandante en la guardia de Lilith; mi porte era el de tal, diseñado al milímetro para que nadie osara cuestionarme.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora