ALEX.
-¿Crees que yo no tengo derecho a estar enfadado?- gritó Marcus-. ¡He estado enfadado todo este tiempo contigo, Alejandro! Cuando traicionaste toda la legión, también me traicionaste a mí- el suelo tembló-. Sé que es algo en lo que no pensaste, pero duele saber que cuando decidiste dejarlo atrás todo no pensaste en mí.
Abrí la boca, para contestar, pero dejé la furia hablar por mí. Con una mano, rápidamente dirigí una suave brisa que elevó los cuerpos de Somewhere y Sarah, y los alejó, flotando.
Con la otra, comencé a formar un tornado rabioso, que arrasaba todo lo que encontraba a su paso. Arrancó el tejado de una casa, que se deshizo en tejas que salían disparadas. Engulló parte de la fachada. Destrozó el asfalto. Hizo desaparecer varios coches.
Y se dirigía a Marcus, muy, muy rápido.
Éste extendió las alas, batiéndolas con ímpetu para luchar contra la ventisca. Se elevaba unos cuantos metros, para luego estamparse una y otra vez contra el suelo.
El tornado se acercaba más, y tuvo que agarrarse al tronco de un árbol, uno de los únicos que lograba mantenerse firme, para sobrevivir. Era extraño, pues la tempestad a penas me afectaba a mí. Sacudía mi pelo, y me hacía perder el equilibrio, pero lograba mantener los pies en el suelo con facilidad.
Marcus gritó, frustrado. Agarré mi espada, listo para dar el golpe final.
Hasta que alcé la vista, más allá de las viviendas de aquella calle, y divisé algo extraño. Los edificios más lejanos comenzaban a volverse más altos. No... No era así exactamente. Se elevaban unos metros más antes de reducirse a polvo, formando una especie de ondulación, pues los edificios que crecían cada vez estaban más cerca.
Abrí los ojos al comprender lo que ocurría y eché a correr lejos de allí.
Marcus estaba creando un tsunami de tierra.
Tuve tiempo de tragar una rápida bocanada de aire antes de que el suelo bajo mis pies saliera disparado hacia arriba como un latigazo, haciéndome colisionar contra la pared de cristal de un edificio. La superficie estalló en miles de pedazos centelleantes que atravesaron mi piel cuando aterricé al otro lado. Gemí de dolor.
Marcus no tardó en aparecer en el alféizar, batiendo sus alas, poderoso. Miré a mi alrededor, y descubrí que mi espada no estaba conmigo.
Mierda. Mierda, mierda, mierda. No podía estar indefenso ante Marcus.
El cristal crujió bajo la bota que Marcus posó en el edificio.
-Alejandro. Alejandro, Alejandro- me levanté de un salto antes de que llegara hasta mí-. Deberías haber recordado la primera lección que te enseñé. Jamás- alzó la mirada, y me golpeó con su mirada lapislázuli-, jamás te rebeles contra tu maestro.
Parpadeé confuso cuando lo vi saltar por la ventana y alejarse volando. Fue entonces cuando el edificio comenzó a venirse abajo, a doblarse sobre sí mismo cuando llegó el golpe del tsunami de tierra. Me tambaleé, tanto por el desequilibrio como por el súbito terror de percatarme que el tornado venía ahora hacia aquí, incontrolable. Arrancó el techo. Cuando comenzó a volatilizar las paredes, invoqué el aire para que me sacara de allí.
Casi lloré de alivio cuando me sacó de aquel infierno, y por el placer de no sentir el suelo bajo mis pies desde hacía meses. Fui alejándome cada vez más del suelo.
La vista se me nubló en el momento en que mis hombros se destensaron. La adrenalina se esfumó. Las manos comenzaron a temblarme cuando vi un puntito gris que se acercaba hacia mí a toda velocidad, un puntito gris que se tambaleaba a derecha e izquierda a la merced de la ventisca, pero que se acercaba a mí con decisión inquebrantable.
Insté al viento a llevarme más arriba, dónde el oxígeno comenzaba a escasear; a ser más potente y luchar con más ímpetu contra Marcus.
Pero a penas sirvió. Yo mismo había succionado mi propio éter por mi furia descontrolada.
Cuando Marcus se encontraba tan cerca que podía ver las motitas oscuras que bailaban en sus ojos o rozarme con sus dedos, comencé a caer.
Había perdido. Lo sabía. Marcus era demasiado poderoso, y había resistido todo lo que mis fuerzas me habían permitido.
Moriría con honor. Después de haber perdido mis alas, arrastrarme por el suelo, traicionar a mi raza, relacionarme con Desterrados y proteger una Serafina, moriría con honor, al menos.
Cerré con fuerza mis ojos. Fingí que el aire que chocaba contra mi espalda eran el fantasma de mis alas, que me sujetaban instantes antes de morir.
Vi cómo Marcus se precipitaba hacia mí, y sentí como su mano áspera agarraba. Pero no fue suficiente. Mi caída era demasiado veloz para las alas de Marcus, quien solo se quedó con unos jirones de tela entre sus dedos.
Irónicamente, la tierra me reclamaba.
Cerré los ojos con fuerza y me pecho de estremeció de terror instantes antes de colisionar contra el suelo. En aquella milésima de segundo, lamenté lo que había hecho, y ansié por un efímero momento algo mejor.
Pero no hubo tiempo.
El dolor de mi columna vertebral al fragmentarse en cuatro segmentos afilados vino acompañado del estruendo que se produjo cuando mi cuerpo, puro músculo de acero se estrelló contra el pavimento. Un cráter se formó a mi alrededor, alzándose tan ancho y alto que ocultó lo que me rodeaba. Los oídos me pitaban. Sentía que mi piel había reventado, dejando al descubierto la cáscara vacía que era yo ahora. Sólo podía ver el cielo ahora, irónicamente.
Quería morir.
Por favor.
Que me dejara morir.
La silueta de Marcus me tapó la luz del sol que iluminaba la calle deshecha tras haberse esfumado la tormenta.
Una lágrima se me escapó por el rabillo del ojo al ver la compasión con la que me miraba Marcus.
Tal vez él era la única persona que me había visto alzarme de entre los trozos que me había convertido Kayla tras su marcha, convertirme en oro y contemplar mi caída. Mi Destierro.
Primero la muerte de mi alma, hacía unos meses.
Ahora la de mi cuerpo humano.
Era un deshecho.
-Alejandro- murmuró. Su voz parecía luz, hecha de compasión y bondad-. Hijo de Helena, nuestra Luz, y descendiente de Josafat el Justo. Solado del escuadrón de nuestro Arcángel Gabriel. Defensor de Hombres y Ángeles- colocó su mano sobre mi frente-. Héroe. Amigo. Traidor. Amante. Salvador. Enemigo. ¿Quién eres, Alejandro?- susurró, dolido-. ¿En quién te has convertido?
Un sollozo escapó de entre mis costillas rotas.
-No lo sé.
La mirada de Marcus se endureció.
-Averigüémoslo, pues. ¿Por qué nos traicionaste?- intenté apartar la mirada, pero no podía, así que cerré los ojos-. Dímelo.
Miré en el interior de sus ojos azules, que me perdonaban y reclamaban mi perdón. Así éramos los Iluminados: seres hechos para resguardar y luchar por y para la bondad y la pureza.
Así había sido yo.
-Sarah, la Serafina. Es hija del Arcángel Gabriel- susurré.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...