Capítulo 76. SARAH.

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Pude ver cómo el Arcángel abría los ojos, no sorprendido, sino prestando atención. Sus pupilas se desviaron un par de milímetros hacia donde estaban ellos, y supe que conocía mis intenciones de distraerle. Frunció el ceño por un segundo, valorando las opciones.

Y se abalanzó a por mí. 

Ziz  comenzó a galopar hacia mí, derrapando sus garras contra el asfalto. Movía el cuello hacia adelante y batía las alas para coger impulso.  Una de sus alas colisionó contra un coche, y lo envió por los aires, lo suficientemente alto como para que el vendaval que se batía sobre nuestras cabezas lo desviara hacia adelante. Aceleré el paso, lo justo como para que el coche aterrizara a unos metros de mí. Apreté los dientes sorprendida por el estruendo, y sintiendo cómo un par de cristales acababan disparados contra mi espalda, hundiéndose en mi piel. 

Cada vez corría más rápido.  Mis piernas se movían con una rapidez anormal, disparadas por una adrenalina que desconocía tener. Mis pies apenas tocaban el suelo, pero lo destruían a su paso por la presión.  El pelo se volvía tirante contra mis sienes, batiéndose como una bandera furiosa detrás mía. Mi piel parecía a carne viva por su repentina sensibilidad, y el mundo parecía haberse vuelto de pronto más nítido, a pesar de que los contornos a mi alrededor se habían vuelto borrosos a causa de la velocidad. 

Derrapé cuando mi olfato detectó un repentino olor a ozono, y siguiendo mis instintos, me lancé a un lado. Me encogí cuando un rayo cayó justo en el sitio donde había estado yo un instante atrás. El fogonazo me cegó por un instante, pero me levanté derrapando a pesar de seguir escuchando un leve chisporroteo. 

Me sentía abrumada.  El corazón me iba a mil, y extrañamente tenía ganas de llorar.  Me había alejado mucho de Travis y Alex, y cada vez avanzaba más lento por culpa del viento.  Me pregunté por qué tardaban tanto en venir a por mí. En cualquier momento, Ziz se levantaría del suelo y me atraparía entre sus garras, cuando estuviera lo suficientemente quieta. Y no tardaría, porque la ventisca era  demasiado agresiva. 

Volví a derrapar cuando me di cuenta de que ya no podía avanzar más.  Iba directa hacia el tornado.  Mierda, mierda, mierda. Había tocado el suelo, y comenzaba a coger velocidad. Una moto se despegó del suelo y fue absorbida por el colosal cono. 

Me recordó absurdamente al momento en el que yo tiraba de la cadena del wáter. 

Parpadeé, y me dirigí corriendo a la puerta de uno de los edificios buscando refugio, atravesando perpendicularmente la gran avenida.   

Ziz también se dirigía hacia allí, decidido a cortarme el paso. Me detuve, y comencé a caminar hacia atrás, lentamente. Sentía que me ahogaba por dentro, pero estaba demasiada tensa como para poder jadear. No aparté la mirada de la bestia, e intenté mantenerme inmóvil, a pesar de que debía flexionar las piernas e inclinarme hacia adelante para no dejarme arrastrar por el viento. Si Ziz aún no me había alcanzado era por sus patas delanteras de ave, que limitaban sus movimientos y resbalaban contra el asfalto por sus enormes garras. Pero ahora me había detenido. Con dos batidas de alas me tendría debajo de mí. Me tambaleé hacia adelante. 

Los pájaros habían desaparecido, y lo único que se escuchaba eran los jadeos de Sammy a mi lado. La notable presencia del Arcángel me desconcentraba.  Notaba su silencio más que cualquier otro barullo posible.  No habló, a pesar de que su voz hubiera resonado contra todas las fachadas. El Arcángel Miguel no necesitaba hablar para dejar claro lo que quería. 

Al final no fui yo quién decidió moverse. Fue mi interior, aquello que me estrujaba el estómago en busca de más tensión, movimiento, peligro. Aquella energía que necesitaba quemar. 

Eché a correr hacia la bestia y su amo, o más bien hacia el coche que había aparcado enfrente de la entrada, demasiado cerca como para que el monstruo tuviera espacio como para coger impulso para abalanzarse.  Mis pies despegaron del suelo con un salto y subí al capó, y de allí al techo.  Sin detenerme para no disminuir la velocidad, salté al vacío y hacia arriba, extendiendo las manos por delante de mí. 

El metal se hundió bajo las suelas de mis zapatos, aboyándose y chirriando. Pero mis rodillas... estaban llenas de potencia. Volé -literalmente, volé- los tres metros de diferencia que debían haber entre el coche y el autobús de doble piso que había delante de él. Pero lo único que alcanzó el techo del autobús de flamante rojo fueron mis antebrazos, que comenzaban a resbalarse hacia fuera.

Pateé en el vacío, con los ojos totalmente abiertos del terror, sin emitir ningún ruido. Mis deportivas alcanzaron el relieve de la ventana trasera, y me pareció que me rompía los dedos de los pies para coger el suficiente impulso como para lanzarme hacia adelante. En ese instante mis manos viajaron por toda la superficie del techo, intentando aferrarse algo, hasta que en el viaje de caída de vuelta tropezaron con las rejillas de ventilación. Mis bíceps me lanzaron hacia delante, y caí rodando por el techo, jadeando por la impresión.  

Me puse de rodillas, preguntándome alarmada por qué Ziz no había aprovechado para subirse encima del coche de un salto e ir a por mí. Amo y bestia estaban inmóviles, observándome.  No entendía qué estaba pasando.  Me caí al suelo por el viento, y fue entonces cuando  mi mirada se dirigió a las garras del monstruo.   A los gemidos que provenían de ella. 

Somewhere estaba atrapada debajo de una de sus zarpas.  Su cabeza estaba debajo de ella, mientras que el resto del cuerpo, aterrado, no paraba de moverse  y zarandearse, intentando liberarse.  La fiera Somewhere movía el rabo y gemía, sin saber qué hacer, como un pez que se sacudía desesperado entre las garras de un halcón. 

Y Dios, si antes no podía respirar, juro que entonces la respiración se escapó de mis pulmones. Y que si la voz del Arcángel era capaz de oírse aunque el tornado estuviera ya casi encima de nosotros, y arrancara árboles, y edificios y coches, juro que los gemidos atormentados de Sammy eran mil veces más atronadores. 

Podía sentir lo fácil que le resultaba a Ziz desplazar el peso de una pata a otra, ligeramente, sólo para que una de sus toneladas prensara el frágil cráneo de Somewhere. Mi mirada viajó hasta el rostro del Arcángel, que seguía mostrándose totalmente inexpresivo con sus alas desplegadas; estático pero totalmente rígido. 

Y su mirada, que lo decía todo, no hablaba de amenaza.  

Hablaba de determinación.

Siguiendo la promesa que dictaban las pupilas de su amo, Ziz aplastó la cabeza de Somewhere, salpicando la acera con litros de sangre. 

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Este ha sido, definitivamente, uno de los capítulos más difíciles. 

Me encantan vuestros comentarios, y (jajajaja) juro que los leo! Este capítulo se lo dedico a @imyourdreams. Gracias por vuestro apoyo, el mejor motivo por el que sigo aquí.

[Oceáno.]

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora