-¿Entonces me estás diciendo que una Oscura intentó contactar contigo?
Alex negó con la cabeza, casi con pesar.
-No. Hace más de 100 años que es una Desterrada.
Algo no encajaba.
-¿La Desterraron? ¡Pero si espió para ellos! ¡Si según tú, pudieron capturar a muchos Iluminados gracias a ella! ¿Por qué la Desterrarían? ¿Por qué ella haría algo que pudiera Desterrarla?
-Creéme- dijo, con amargura y enfado en su voz-, ella no duda dos veces en morder la mano que le da de comer. Eso es lo que ocurre cuando trabajas con un traidor: corres el riesgo de que te traicione a ti. Damian debería saberlo- casi escupió, mordaz.
Pero la expresión le cambió en cuanto se percató de cómo se me iluminaba la cara.
-¿Damian? ¿Trabaja para Damian? ¿El Arcángel Uriel? ¡Es perfecto! ¡Tienes que contactar con ella!- exclamé, sin pensar.
No podía creerme que Alex no se hubiera dado cuenta de lo increíble que era la situación. Kayla podía ser un enlace perfecto para llevarnos hasta Damian ahorrándonos un montón de dificultades.
Le miré de reojo. Se había apoyado cuidadosamente sobre un reposabrazos para que la espalda no le rozara el respaldo. Lucía pálido y cansado, y miraba a sus pies. Contemplé sus cicatrices, la única marca visible que le había dejado su antiguo pasado.
Lo único que nos diferenciaba.
Sin ellas, era como yo.
O eso creía.
Me pregunté cuántas otras heridas le había dejado Kayla por dentro. Y dudaba mucho que hubieran cicatrizado ya.
Dios, cómo la odiaba ahora. Odiaba todo lo que le había hecho a Alex, y odiaba todo lo que había hecho para condenar a aquellos que la habían apoyado. Odiaba que ahora la necesitáramos tanto. No. En realidad sólo la necesitaba yo. Alex tan sólo me estaba ayudando.
Me daba la sensación de que estábamos cayendo en una trampa. Kayla estaba reconstruyendo puentes que ella misma se había encargado de quemar, y estaba claro que era por algo. Si ella era como Alex decía, nos dejaría cruzar el río a cambio de algo de dinero, y luego cortaría las cuerdas que sujetaran el puente... Con nosotros encima.
Le miré arrepentida, y me dije que Alex debía conocerla mejor que yo.
-Bueno. Lo siento. Tal vez no sea muy buena idea- me corregí, pensando además en cómo le había afectado que Kayla reactivara su Conexión Coniunx.
Los ángeles eran muy difíciles de ser heridos, y ella había conseguido que uno se desmayara y comenzara a sangrar como un loco. A distancia.
Alex se pasó una mano por el rostro, intentando relajar la tensión en su expresión.
-Yo...- suspiró, apartando las manos de su cara y echando la cabeza hacia atrás- eh... supongo que no perdemos nada por saber qué quiere de nosotros.
Jamás lo había visto tan cansado de todo. Derrotado. Sentí los remordimientos carcomiéndome. Esto lo estaba haciendo por mí.
Una oleada de cariño y simpatía me abordó de golpe, incluso sorprendiéndone. Aquello iba más de la atracción física que sentía por él. Me gustaba. Me gustaba tanto su forma de ser. Era tan diferente a mí que me mantenía en un eterno estado de sorpresa.
Era tan correcto. Tan generoso. ¿Había alguna puñetera vez que pensara en él mismo? Dios, y yo era tan egoísta. Tan sólo quería saber qué había ocurrido con mi madre y largarme.
Él en cambio... Siempre pensaba en los Iluminados. En el bien de todos. Y nadie se lo había agradecido. Y lo habían arrastrado y golpeado hasta hacerle caer en este negro agujero lleno de mierda. Y aún así era tan fuerte y poderoso. No podía siquiera imaginarme cómo debía haber sido antes de ser Desterrado. Podría haber tenido el mundo a sus pies.
Y yo, creedme. En aquel momento no quería hacer nada más que agradecérselo. ¿Pero cómo podía agradecérselo en la forma en la que quería si no dejaba de apartarme? Maldita sea. Era tan correcto que creía que era superior por ser una Serafina, un papel que aún sentía totalmente ajeno a mí.
De pronto, pensé en cómo debía haber sido Kayla para poderle haberle arrastrado a la rebeldía contra los Iluminados. ¿Qué clase de mujer era que había conseguido arroyar tanto a Alex? Jamás lo había visto tan abatido hasta ahora.
Mierda. Debía ser jodidamente guapa.
Sacudí la cabeza, como si así fueran a desaparecer esas ideas. Apoyé una mano en su hombro desnudo, e intenté hacer parecer que no me afectaba en absoluto su contacto. Que no pensaba en absoluto en lo que ocurrió la última vez que le quité la camiseta.
Mierda. Es que estaba jodidamente bueno.
Sonreí despreocupada.
-¡Lo peor que puede pasar es que vuelva a darte un ataque epiléptico!- dije riéndome.
Alex forzó una sonrisa.
-Al menos ya sabemos lo buena que eres repartiendo bofetadas, por si acaso- replicó, refiriéndose a la forma en la que había intentado devolverle la consciencia.
-Vete a la mierda- solté, dándole un pequeño puñetazo en el brazo-. Estaba desesperada.
Alex soltó una carcajada abrupta y corta, pero realmente me alegré. Se pasó una mano por el pelo, intentando volvérselo a peinar. Consideré que aquel gesto indicaba que ya se estaba preparando para volver a la realidad.
-¿Crees que deberíamos hacerlo ahora?
Parpadeé. No estaba acostumbrada a que considerara mi opinión.
-Bueno, supongo que lo mejor sería que no perdiéramos tiempo, porque no sabemos qué está ocurriendo, y tal vez la situación cambie dentro de poco-. Después le miré, intentando que mi mirada no fuera más abajo que de sus hombros-. Pero no sé si deberíamos. Estás muy débil, Alex. Jamás había visto algo que te afectara tanto.
En el momento en que lo dije, supe que no habían sido las palabras adecuadas. Su mandíbula se marcó, sus ojos se entrecerraron, su nuez subió y bajó con dos movimientos decididos y rápidos.
-Quiero acabar con esto cuanto antes- dijo-. Puedo hacerlo.
Me sentí estúpida por los celos que había sentido de Kayla. Todo aquello parecía tan insulso en comparación a lo que había sufrido él.
-Alex, en serio, yo...- comencé.
Quería darle las gracias.
Pero Alex asintió, seco, y supe que su mente estaba a años de mí. Apartó mi mano de un movimiento brusco, e irguió su espalda, despertándose con el dolor de sus heridas. Intenté que el dolor no se reflejara en mi expresión. Casi me sentí irritada conmigo misma. Con todo lo que estaba haciendo por mí.
Tenía que madurar más. Y rápido.
-Estoy preparado- me aseguró, y cerró los ojos.
Cuando las cicatrices ensangrentadas de su espalda comenzaron a relucir, supe que si todo iba bien, dentro de unos días conoceríamos a Damian.
Y con él, la identidad del asesino de mi madre.
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Ángeles en el infierno
ParanormalCuando cayeron del cielo, parecían bolas de fuego. Meteoritos; tal vez estrellas fugaces. Hasta que alguien se percató de que tenían forma humana. Y alas. En la víspera de noche buena, los ángeles han recibido un mensaje de Dios, si es que a...