Capítulo 72. ALEX.

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Inspiré hondo, intentando pensar con claridad. Sus órdenes o la muerte. Con el Arcángel Miguel no había ninguna otra opción: o justicia o muerte. O el bien o la muerte. Ya se encargarían Remiel y Uriel del juicio a las puertas del cielo.

Sí, sabía quién era. Cualquier ángel que hubiera entrado en batalla lo conocía. Cualquier soldado de cualquier batallón lo había visto. Peleando. Matando. Masacrando. Y es que mirar sus ojos era contemplar tu muerte, y admirar su rostro era conocer el destino que te aguardaba. El que iba a impartirte.

Dios mío. Dios mío. Que nos dejara vivir.

Contemplé la bestia en la que había llegado. A ella también la conocía por leyendas antiguas, palabras susurradas y cuentos de niños. Ziz. Una de las tres bestias del Apocalipsis: Levitan, el que dominaba los océanos; Behemoth, quien controlaba la tierra, y Ziz, el rey del cielo. Padre de todas las aves. Los judíos creían que la carne de Ziz sería el manjar que Yahvé daría a probar a los supervivientes puros después del Apocalipsis. Ingenuos. Zip sería el único superviviente después del Apocalipsis.

-Me envía tu padre, Serafina- la voz retumbó contra los edificios, y Sarah encogió los hombros, sobrecogida.

Un Iluminado nos golpeó las rodillas por detrás, y caímos postrados. Alguien debió golpear a Somewhere, porque soltó un aullido. Sarah se levantó de un salto y volvió a apuntar al soldado con su ballesta, lo cual fue una estupidez, porque otro Iluminado la asaltó por detrás, pasando una cadena por su cuello y empujando hacia abajo. Sarah se resistió, pero propinaron una patada a la ballesta que hizo que se alejara rodando, y le golpearon la mandíbula, enviándola al suelo. Su rostro se estampó contra el asfalto y supe que su piel había quedado totalmente destrozada. Me miró desde abajo con odio, sin comprender por qué no hacía nada.

Atrás, Somewhere volvía a ladrar, y atacó de nuevo a otro de los soldados. Observé que uno de los Iluminados bajaba su arco y cogía una flecha, con la mirada fija en Sammy.

Solté la espada, y hablé con las manos en alto y la mirada fija en el suelo.

-Es el Qëlah de la Serafina, señor- murmuré, pero supe que había sido suficiente.

Noté sus ojos fijos en mí. Podía sentir, literalmente, el frío sobre mí. Sólo los Arcángeles y Sarah comprendían lo qué era tener un Qëlah. Eran tan poderosos que cuando tenían que materializarse para habitar en la Tierra, su cuerpo físico no les dejaba albergar todo su éter. Por eso parte de él se separaba e iba destinado a otro cuerpo: el Qëlah. El de Sarah era Somewhere, estaba seguro. El del Arcángel Miguel, si las habladurías eran ciertas, era un oso blanco llamado Zeldar.

No conocía las consecuencias de que esa flecha alcanzara el corazón de Somewhere, pero de seguro que no debían ser pocas.

-Soltadlo. Es inofensivo si no amenazamos a su ama. Y tú no harás nada que nos lleve a amenazarte de nuevo, ¿verdad, Serafina?

El Arcángel Miguel no desmontó Ziz; salió disparado hacia el cielo con sólo batir las alas una vez, tan alto que adelantó al Sol, que comenzaba a subir. Su figura estaba a oscuras a contraluz, y la luz provocaba un halo dorado a su alrededor, demasiado cálido para su presencia. No me atreví a desafiar la hoja de Akasha que se encontraba a centímetros de mi yugular, y por lo que no levanté la cabeza cuando el Arcángel desapareció de mi visión.

Aterrizó a tan sólo un metro de nosotros, con tanta precisión que nuestro pelo se meció. El suelo tembló, y varias grietas aparecieron bajo sus pies. Una piedrecita vino rodando hasta los míos, solitaria. Escuché a Sarah tragar saliva , y supe que estaba haciendo un esfuerzo para no echarse hacia atrás. Estaba de rodillas, con la cabeza gacha y el pelo ocultándole el rostro, pero su pecho subía y bajaba con rapidez.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora