Capítulo 70. SARAH.

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"-Tenemos que irnos.  Están en la azotea."

Supe el momento exacto en el que Alex volvió en sí: cerró los ojos con fuerza y apretó los puños.  Por un breve instante, casi a penas visible.  Inspiró rápidamente y se levantó. 

-De acuerdo. Sí- movió la cabeza, y supe que había hecho borrón y cuenta nueva. Así. Veloz y eficaz. Como él. Cuando salimos del salón me percaté de que había hecho especial cuidado en que sus ojos no volvieran a deslizarse hacia el cadáver. Vi en las sombras como los moretones en su cuello comenzaban a desaparecer-. Entonces tendremos que salir a la calle.  

Nos tensamos cuando escuchamos una ventana romperse dos pisos más arriba. Alex me cogió del brazo, listo para arrancar a correr y arrastrarme si fuera necesario. Nos miramos con los ojos bien abiertos, respirando con dificultad. 

¡Aquí no están! escuché que se decían por la Corriente.

-Están entrando por las ventanas para comprobar en qué piso estamos- susurré. Me los imaginé, cada uno sobrevolando  cerca la fachada del edificio, cada uno en una cara, destrozando los cristales con un simple toque de manos, atentos a la posibilidad de tenernos rodeados-. Ahora están en el apartamento de arriba. ¡Tenemos que irnos!

Nos precipitamos hacia la puerta; Alex recogió su espada por el camino. Corrimos por las escaleras, conscientes de que estábamos en un quinto piso y que aún nos quedaba mucho camino que recorrer. Lo peor es que sabíamos que una vez saliésemos a la calle, tardarían dos segundos como mucho en vernos desde arriba. 

Comencé a bajar los escalones de dos en dos. 

Rompieron de nuevo más ventanas.   Estaban en nuestro apartamento. 

De tres en tres.

La respiración se me fue de la boca.  Dios mío.   Estaban tan cerca. Tan cerca.   

-¡Marcus!- el rugido se escuchó en todo el edificio. 

Decidí saltar por la barandilla y aterricé en la planta baja. Alex me siguió, y nos dirigimos a la puerta metálica que nos llevaba al parking subterráneo. Me aparté, y Alex le propinó una patada a la puerta que casi la hizo salirse de los goznes. Corrimos dentro.  Todo estaba en la más absoluta oscuridad, y nuestros ojos desarrollados tardaron unos preciosos instantes en adaptarse.  

Los Iluminados estaban bajando las escaleras porque sus alas no cabían por su hueco.   Casi podía sentir su respiración en mi nuca. Miré a todas partes. Estaba bloqueada.

-¡Sarah!- susurró Alex.

-¡Sí, sí, sí!- dije nerviosa. 

Estudié todos los coches. Mierda, mierda, mierda. Me precipité hacia un BMW negro. Tal y como imaginaba, estaba abierto.  Por mis años de adolescente conflictiva sabía que muchos propietarios acababan olvidando cerrar el coche si lo guardaban en una cochera. Sobretodo si se trataba de un hombre joven, soltero y orgulloso. Y estaba claro que aquel flamante y lujoso BMW negro pertenecía a un joven ejecutivo seguro de sí mismo. 

-¡Sarah!- gritó Alex, fuera del coche. 

-¡Lo sé, joder, lo sé, lo sé!

Me lancé bajo el volante. Un puente era mucho más difícil de lo que la gente se creía.  Y yo a penas me acordaba de cómo hacerlo. Podía quemar la instalación del coche por error, y entonces sí que estaríamos jodidos. Localicé la cerradura y arranqué todo el plástico de alrededor. Del bombín salieron cuatro cables, que pelé arrancando el plástico con los dientes. 

Alex abrió la puerta del copiloto, y Sammy aprovechó para entrar en el coche.  Agarró mi ballesta y disparó por encima del coche. Escuché un grito ahogado y un cuerpo cayendo al suelo. 

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora