Capítulo 21.

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SARAH.

Mi flecha solitaria surcó el cielo, directo hacia el pecho del ángel a la izquierda. Estaba muy lejos, pero sabía que iba a acertar. Lo sabía, lo sabía, lo...

Los tres ángeles hicieron una rápida maniobra, esquivando la flecha y cayeron en picado hacia aquí. Maldije mi estupidez. Al tener que cubrir más distancia, los ángeles habían tenido tiempo de reaccionar. Inspiré hondo, dejando caer la ballesta. En el suelo era del todo inútil.

Vale, eran tres. Podía con tres.

Podíamos con tres. Somewhere siempre ayudaba, y suponía que Alex no debía ser del todo inútil.

Los tres ángeles aterrizaron con una fuerza que resquebrajó el suelo y creó una ventisca que hiciera que tuviera que flexionar las rodillas para no caer de espaldas.

Escuché a mis espaldas el siseo metálico de la espada de Akasha de Alex al desenvainarla. Somewhere vino hasta mí trotando. Se detuvo con los dientes al descubierto. Yo por mi parte saqué mis dos dagas de Akasha. La ballesta descansaba a mis pies, recordatorio de mi estupidez.

Maldita sea.

Les estudié, como nos estudiaban. Sus alas eran de un blanco inmaculado, como la nieve recién caída. Llevaban corazas y hombreras de cuero de aspecto antiguo encima de su ropa, que parecía absurdamente humana.

Uno de ellos, de piel caramelo y de aspecto oriental, dio un paso adelante. Parecía un samurái... Hasta que la luz incidió entre sus pestañas tupidas y relevó sus iris de un verde ácido, con pupilas alargadas. Ladeó la cabeza lentamente, sin apartar sus ojos de nosotros.

Por Dios. Solo le faltaba sacar su lengua bífida.

-Desssterradosss- sonrió. Su voz era apenas un siseo amenazante-. Cada vez os creéis mejores, ¿cierto? Caminando al dessscubierto a plena luz del día. Esssta ya no es vuessstra tierra, caídosss.

Parpadeé, cambiando mi peso de un pie a otro, ansiosa. Escuché a Alex inspirar hondo y abrir la boca. Me adelanté.

-¿Desterrados? Los desterrados sois vosotros que caísteis del cielo como bolas de navidad. Esto es la Tierra, tíos. Es nuestra tierra.

El juego de palabras me había quedado francamente genial, aunque ninguno pareciera haberlo pillado.

La boca de uno de los ángeles se torció hacia un lado. Su piel de color ébano parecía aún más oscura bajo sus alas blancas, y su cabeza rapada dejaba al descubierto una piel totalmente tatuada, decorada con líneas finas y elegantes, el motivo decorativo propio de los ángeles. Era inmenso, corpulento, como un oso salvaje.

-Por los Arcángeles. Si resulta que es una humana- hizo un ruido extraño, entre una tos y una carcajada ahogada-. Dos humanos y un chucho caminado por una carretera. La idiotez de esta raza cada vez me sorprende más.

-Hilarión- le advirtió el tercero-. Mira sus armas.

La víbora entrecerró los ojos.

-Akassshha- susurró.

El tal Hilarión –era un nombre horrible, pero sonaba a centurión, a hombretón, así que le pegaba-, se acercó.

-No puede ser. Tú debes de ser la humana que causa estragos por toda Londres.

-Oh, si resulta que tengo una reputación y todo- esbocé una rápida sonrisa que desapareció.

De pronto el tercero se movió bruscamente. Parecía joven, extrañamente humano. Alguien que podría haber conocido en la Universidad. De haber planeado ir.

-¿Alejandro?– negó con la cabeza, y la comisura de su labio tembló, como si no supiera si sonreír o no-. Alejandro- repitió, pasmado-. No puede ser.

Mi cabeza rebotó hacia m izquierda, donde Alex observaba al ángel entrecerrando los ojos. Estaba totalmente en tensión e inmóvil. Tenía la extraña sensación de que había dejado de respirar.

-¿Qué?- atiné a mascullar.

-El Defensssor de Ángelesss y Hombresss...

La víbora parecía disfrutar con el sentimiento a traición que se respiraba en el aire. Aunque no sabía quién lo destilaba más, si Alex, el ángel, o yo.

-Es una larga historia.

-¿Qué haces con ella, Alejandro?- dijo el último ángel.

-¿Qué haces en una patrulla de vigilancia, Marcus?

Marcus me señaló con la cabeza.

-La quieren. Viva o muerta.

Alex caminó hasta situarse delante de mí. Me sentí extraña con aquel gesto de protección.

-Yo la prefiero viva, Marcus.

-Ha matado a demasiados. Tienes suerte de que no esté muerta ya. Gabriel debe sentir curiosidad.

Alex gruñó.

-No me hables de Gabriel.

-Alejandro...- Marcus pareció tragar saliva. Fruncí el ceño. Ningún ángel trataba así a un humano- ...dánosla. Aún no es demasiado tarde.

Alex soltó una carcajada.

-¿Que no es demasiado tarde? Antes mentías mejor. Diría que os apartarais de nuestro camino y nos dejarais en paz, pero sé que no va a ser así. Así que, ¿cuál es el plan?

Hilarión hizo de nuevo aquel ruido extraño, a tos sofocada. La situación era del todo absurda.

Marcus le dedicó una mirada de advertencia, y luego la dirigió a Alex. Digo, a Alejandro.

-Tenemos lo que quieres, Alex. Vuelve con ella, dejaremos que te hagas el héroe y las recuperarás- Hilarión le miró con cara de mala leche, pero Marcus le ignoró-. No reacciones sin pensar.

-No.

-¿No?

-He hablado con Damian- Marcus soltó un taco por lo bajo-. Sí, hermano. Antes mentías mucho, mucho mejor. No las tenéis.

-Podemos conseguirlas.

-¿Qué?- repetí.

Alejandro se encogió de hombros.

-Pero Damian tarda menos en hacerlo.

Hilarión giró su hombro, sopesando su enorme hacha en su enorme mano, y la víbora desenrolló sus látigos. Marcus desenganchó los dos martillos que llevaba en la espalda.

Suspiró, y pareció que quedaba vacío por dentro.

-Lo siento tanto.

Alex le miró, sereno, frío, como el oro viejo de sus ojos.

-Yo no.

Cuando alzó la espada, el filo capturó el sol por un instante. Antes de entrar en batalla.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora