Capítulo 80. SARAH.

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No podía respirar. No podía. 

Me estaba asfixiando. 

Me arañé las mejillas con mis propias manos, y me estiré el pelo hasta arrancármelo mechón a mechón.  Necesitaba sujetarme en algo, pero estaba sola. Ahogándome. No había nadie que me salvara de aquel agujero negro que succionaba hacia dentro.  

Hacia dentro de mí misma. 

Tenía un abismo tan profundo en mi pecho que iba a caer por él y nadie iba a volver a verme jamás. Dolía, joder, claro que dolía, y ni siquiera era por la falta de oxígeno. Dolía más allá de mi alma. Era un dolor que navegaba en mi riego sanguíneo, en la saliva que tragaba, inscrutrado en mi ADN.

Era un dolor que formaba parte de mí, puesto que eso es lo que pasa cuando sufres de un dolor incurable. O te desgastas luchando.

O te rindes ante él. 

Las imágenes de la muerte de Sammy se repetían en un bucle incesante, recordatorio eterno de todo lo que perdí intentando salvarme. 

______________

ALEX. 

Podría haber dicho que su cabello descansaba sobre la almohada como un manto dorado, o que mantenía su piel pálida e impoluta y nívea, pero no era así.  Sarah tenía la melena hecha un desastre lleno de nudos por culpa de la ventisca, y la piel enrojecida y cubierta de sudor.  Además de que tenía algunos granos, propios de los humanos a su edad. 

Movió la cara de un lado a otro, murmurando algo con fervor que no llegué a entender. Su pulso iba acelerado y la respiración no se le quedaba atrás. Estaba sufriendo. Llevaba más de quince minutos estirando las sábanas con puños tan prietos que parecía que sus nudillos iban a atravesar su piel. 

Suspiré, pasándome una mano por la cara.  No había sensación más frustrante que la de sentirse impotente e inútil.  No podía hacer nada, salvo esperar a que despertara. Y no sabía cuando eso iba a ocurrir. 

Estiré la mano, sin saber exactamente qué iba a hacer. Mi mano permaneció inmóvil sobre ella unos instantes, dudosa, antes de que volviera la cara bruscamente y yo la retirara a la velocidad de la luz. Quería aliviar su dolor, pero no sabía cómo. 

Ni siquiera me atrevía a tocarla. La volví a mirar como había estado mirándola toda la noche.  No era perfecta ni pura ni pulcra como lo eran el resto de mujeres con las que había estado. Recuerdos esporádicos de noches en solitario en los que había buscado consuelo.  Relaciones intermitentes que se marchaban dejándome con las sábanas y la respiración revuelta, pero sin ningún cambio en mi interior. 

Sin embargo, ella era real. Ella sudaba, y se manchaba, y se cansaba, y peleaba y amaba por igual. Sus defectos hacían sus virtudes mucho más valiosas, de forma que la balanza oscilaba tan bruscamente que el verdadero reto se volvía mantener el equilibrio. Estar con ella era caerte por precipicios y subir montañas y tambalearte en el abismo guiándote por su mirada. 

Era tan real que yo a su lado me sentía fantasma. Tan real que parecía sacada de un sueño. Tan real que me hacía consciente de que todo mi pasado -las batallas, pérdidas y victorias-, era en realidad un simulacro.

Ella era el verdadero incendio. 

Después de golpear a Ziz y al Arcángel Miguel, estos habían caído. La ventisca había amainado de pronto, y el ciclón que nos arrastraba hacia el ojo de la tormenta, se había deshecho en jirones de viento.  Travis y su amiga Neysa nos llevaron hasta su refugio, no sin antes pasar por la avenida donde Travis nos había salvado la vida -gracias a sus balas de Akasha-, para comprobar si su compañero -Giles- seguía vivo. No era así.  

Travis y él habían rodeado a los Iluminados con sus armas, pero era Giles el que había continuado hasta que se le acabaron las balas.  Sarah, Travis y yo nos fuimos corriendo, confiando en que conseguiría seguirnos. Pero una flecha le había alcanzado el pecho. Aún así, nos había salvado la vida. 

Yo estaba acostumbrado a las muertes que se cobraban en las batallas, pero el resto de la gente no. Y salvándonos a mí y a Sarah se habían producido dos, la de Somewhere y la de Giles, y ese hecho iba a pesar sobre nuestras consciencias durante mucho tiempo. 

Más tarde, Sarah se había sacrificado para distraer al Arcángel Miguel, y darnos tiempo para alcanzar el avión. Dos humanos habían puesto su vida en peligro por mí. Por mí, que tenía mucha más edad que el primero de sus antepasados y mas experiencia que toda su generación. 

Me daba vergüenza. 

Y además, no podía controlar los sentimientos hacia Sarah -:una Serafina, mi superior-. Estaba pecando de soberbia, el mismo pecado por el que habían Desterrado a Alana al mantener una relación con el Arcángel Uriel.  Si volvía a convertirme en un Iluminado -algo que iba a conseguir aunque me costara la vida-, no me lo iban a perdonar. 

Sarah se merecía algo mucho mejor que un Desterrado sin alas, y yo me estaba aprovechando de su inconsciencia.  Me estaba volviendo cada vez más egoísta y humano. 

Y ahora nos encontrábamos en un refugio subterráneo, lleno de humanos que odiaban mi especie. Por mi culpa, puesto que había confiado en Marcus -mi amigo-, que nos había acabado traicionando. Este era el lugar de Sarah. ¿Pero el mío? Ni de broma. Recibiría un balazo en el pecho en el momento en el que vieran mis cicatrices en la espalda. O en el momento en el que mis tatuajes de Akasha se iluminaran cuando Kayla tratara de Conectarse de nuevo conmigo.  

Había pasado de empuñar una espada a tener otra sobre mi cuello pendida de un hilo.  

Miré de nuevo a Sarah, y me mordí el puño, lleno de impotencia. 

Y es que me equivocaba.  El sentimiento más frustrante no era el de sentirse inútil. Sino el de desear algo que nunca sería del todo mío.  

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Es así de feliz y preciosa como en el gif como Alex se imagina a Sarah. 

Capítulo dedicado a mar_ramos16.  Muchísimas gracias, amor. Es una de las personas que más me han apoyado, sobretodo con la creación de Ómicron.  Tú Mar Mediterráneo y yo Océano de tinta. 

Os recomiendo visitar su novela Alaya, porque es genial.

[Océano.]

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora