Capítulo 7.

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CAIN.

Lilith estaba sentada, balanceando los pies en el abismo. El viento le echaba el cabello negro hacia atrás, y hacía ondear su vestido oscuro y vaporoso. Arriba y abajo. Las joyas que colgaban de su tobillo captaban la luz del sol un instante antes de caer. Iba descalza, y el movimiento deslizaba la tela cada vez un poco más arriba en su muslo.

Era realmente delgada y esbelta como un junco. Su pelo bailoteaba sobre sus hombros y dejaba entrever su pálida nuca. De espaldas tenía la figura algo infantil de una adolescente, y me recordé a mí mismo que era más antigua que el universo.

Me postré, apoyando una rodilla contra el suelo, tan reluciente que cuando incliné mi cabeza pude distinguir vagamente mis rasgos en ella. Me contuve para no dar un respingo cuando sentí algo húmedo rozar mi codo. Su Qëlah, una enorme pantera negra, había aparecido por detrás trotando sigilosamente, y me estaba olisqueando. Continuó su camino hacia su ama, moviendo su cola con indolencia. Giró la cabeza hacia mí durante un instante, con las orejas erguidas y la boca entreabierta, con unos ojos azules que dudaba que fueran naturales en su especie.

Se acostó al lado de Lilith, mirando hacia el firmamento al igual que ella. No me vigilaba, como si no me considerara una verdadera amenaza.

Hacía un día extraño. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras, pero el sol había logrado salir entre ellas, por lo que la luz formaba exagerados contrastes. Nos encontrábamos en el ático, a cientos de metros sobre el suelo, y no había ninguna barandilla para frenar la caída. En El Hogar resultaba absurdo.

-Cain- su voz se deslizó en el aire como la luz cuando entra por las ventanas durante la mañana: despacio, con parsimonia, como la mantequilla fundida.

Yo me mantuve inmóvil. El miedo y el respeto inundaban mis venas, impulsados por los rápidos latidos de mi corazón.

Sentí que se giraba y clavaba sus ojos en mí. No podía verla porque seguía con la mirada fija en el suelo de granito negro, pero podía notarlos. Aquel era el poder de la mirada de uno de los Príncipes. Decían que relataba aquellas historias que las palabras jamás lograrían a explicar.

Se levantó con calma, como aquel que sabe que dispone de todo el tiempo del mundo y toda la atención de su acompañante. Sus pálidos pies se detuvieron enfrente mía, acompañados por el silencioso siseo de las largas plumas de sus alas arrastradas por el pavimento.

-Levántate- dijo. Y eso hice.

Noté cómo inundaba el ambiente de feromonas, y el terror y la alarma se disparó en mi cabeza. Mis fosas nasales se abrieron, pero en el último instante evité inhalar bruscamente, en contra de lo que me dictaba mi instinto. Respiré tranquilamente, de diafragma. No había liberado solo feromonas de atracción, sino también de miedo, para confundirme aún más.

Me debatía entre saltar sobre ella y alejarme corriendo, como un gato en celo que se siente atraído por un león.

Recordaba jóvenes Querubines de diecisiete que habían sufrido una erección y se habían echado a llorar en frente de ella. En frene de todos. El miedo y la humillación formaban una combinación un tanto explosiva.

Apreté la mandíbula. Me sudaban las manos.

Lilith me levantó el mentón para encarar mi rostro hacia ella. Obligué a mis ojos a seguir mirando hacia el suelo, a que no se desviasen, pero cada vez me costaba más. Lilith era una fuente inagotable y palpitante de éter y poder que emanaba por cada uno de sus poros.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora