Capítulo 20.

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SARAH. Hace 5 años.

Me removí incómoda en la silla bajo la mirada escrutadora de la tía Maddie. Ya llevaba yendo a su terapia más de dos meses, y a penas habíamos rozado el tema de los ángeles, irónicamente el más importante. Cuando la tía Maddie se percató de que le iba a costar mucho más de lo que creía sonsacarme algo de ese asunto, decidió ahondar más en otros aspectos de mi vida antes de comenzar con aquel. Pero no era tonta, ni ingenua.

Frunció el ceño.

-Sarah. Dímelo. ¿Has vuelto a ver algún ángel desde que mat... saliste del hospital?

-No- le dije.

Tía Maddie suspiró con paciencia, mirando el techo. Casi sonrió.

-Querida, de joven estudié con profundidad el lenguaje corporal que se expresa de forma inconsciente. Y llevamos hablando más de un mes. Sé cuando estás mintiendo.

La miré con los ojos entrecerrados.

-Creo que prefiero la época en la que aún no nos tuteábamos.

La anciana soltó una risita que sonó muy juvenil.

-Yo no, la verdad. Resultas muy interesante. Después de tantas décadas viendo a niños abusados sexualmente, delincuentes y marginados sociales, resulta muy refrescante atender a algún esquizofrénico.

-¡Dijiste que creías que no estaba loca!- me quejé.

-Ay, Sarah. Sólo estaba intentando quitarle un poco de hierro al asunto. No sé que os ocurre a los jóvenes, tanta tecnología os está amargando la vida.

-Desde luego- le di la razón-. Sólo hay que mirar a tu hija Joyce.

Odiaba tanto a esa harpía.

-¡Sarah!- me reprendió la tía Maddie, sin poder aguantarse la risa-. Aunque tengo que reconocer que a veces la veo con cara de estreñida. Pero es culpa suya, nunca me hace caso cuando le digo que tome mis pastillas para la digestión.

Oh, tío. Demasiada información, muchas gracias.

-Bueno- carraspeó, poniéndose seria y atusándose el pelo-. Al tema. ¿Has vuelto a ver algún ángel? Contéstame, por favor.

Me tensé.

-¿Para qué? ¿Para enviarme a algún psiquiátrico?

-Nop. Ya sabes que estoy totalmente en contra de sus métodos.

-Ah, te refieres a las camisas de fuerza y a las paredes acolchadas.

-Y a las inyecciones tranquilizantes, por supuesto. A sus agujas largas y afiladas atravesando tu piel cada mañana, inyectándote a saber que potaje hecho en algún laboratorio clandestino de la mafia que ahora son las farmacias, que te cobran un ojo de la cara por cada pastillita de colores. Por no hablar de su comida, probablemente una masa pardusca con tropezones no identificables, un poquito más espesa los lunes y más líquida los jueves...

-Vale. Sí. Captado, lo pillo.

Se quitó las gafas para mirarme sin reflejos que me taparan la cara.

-Lo hago en serio cuando digo que quiero ayudarte, Sarah.

Inspiré hondo.

-Sí. Vi a uno dos semanas después de trasladarme aquí.

Asintió.

-¿Y eso es normal?

La miré, irritada.

-Pues no, me parece que la gente no suele ver a ángeles paseando por la calle, ahora que lo pienso.

La tía Maddie suspiró, con toda su paciencia infinita.

-Me refería a si sueles verlos por aquí, o tan a menudo.

-Yo...- tragué saliva al recordar la primera vez que vi a uno-. Cuando era pequeña veía muy pocos, uno, dos cada año si tenía suerte, pero no solían fijarse en mí. Ahora veo a alguno casi todos los meses, y... y siempre me ven. Me miran. El último que vi estaba en la calle, apoyado en la verja- tragué aire-, y miraba directamente hacia mi ventana. Fue totalmente siniestro.

La tía Maddie asintió, como si todo aquello fuera lo que se esperaba.

-Descríbemelos.

-¿Que te los des...?- parpadeé-. Bueno, pues todos son muy altos, y están en buena forma. Y son muy atractivos. Sus alas son de plumas, sean blancas o negras, aunque las negras muchas veces tienen aros o cadenas a modo de... ¿Piercings? Creo que la gente puede ver la persona en sí, pero no puede ver las alas, porque son semitr...

-Semitransparentes, sí- acabó ella, mirando distraídamente algún punto indefinido a mis espaldas, dándose golpecitos en el mentón.

-¿Cómo que sí?- la miré recelosa-. ¿Y tú qué sabes?

-¿Y tu colgante?- saltó de pronto.

-¿Mi colgante?

-Ajá. Te lo regaló tu madre, me dijiste, ¿no? Esa pluma, crees que es de...

-¿De algún ángel?- nunca lo había dicho en voz alta, pero sí, siempre lo había creído-. Sí.

-Pero es gris. No es ni blanca ni negra.

La miré fijamente, en plan ¿y qué quieres que te diga?

Tía Maddie asintió con decisión, como si todo aquello confirmara cualquier cosa que había creído. Se levantó con la energía de una veinteañera y agarró el abrigo que descansaba sobre el respaldo de su asiento.

-Nos vamos.

-¿Nos vamos?

Me levanté despacio de la silla, aún perpleja.

-A ver a la tía Anette.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora