Dia 96

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Un mes había pasado desde que comencé a abrirme sobre mis sentimientos con Mike. El tiempo parecía volar mientras me adaptaba a la universidad y trataba de seguir adelante. Pero siempre había una parte de mí que anhelaba entender mejor lo que había sucedido en mi pasado. Al final, decidí que era hora de enfrentar mis demonios.

—¿Estás lista para esto?— preguntó Mike mientras ajustaba su chaqueta en el estacionamiento de la universidad. Su mirada era seria, pero en sus ojos había una mezcla de aliento y apoyo que me reconfortaba.

—No estoy segura— respondí, sintiendo que el nudo en mi estómago volvía. La idea de volver a ver a mi madre y enfrentar mi pasado me llenaba de ansiedad, pero también había una chispa de determinación. —He esperado mucho tiempo para hacer esto. Es hora de dejar de huir.

Subimos al auto y Mike puso su mano en mi rodilla, un gesto simple pero significativo. —Voy a estar contigo en cada paso del camino— prometió, y su confianza me dio un poco de fuerza. Iniciamos el viaje hacia Oregon, y mientras los paisajes cambiaban de la bulliciosa ciudad a los suaves campos y montañas, no podía evitar sentir que algo importante estaba a punto de suceder.

La conversación durante el viaje fue ligera, con música de fondo que ayudaba a aliviar la tensión que sentía. Mike hablaba sobre su familia y algunas anécdotas divertidas de su infancia. Intentaba distraerme, y en parte lo logró, pero mi mente seguía volviendo a la idea de lo que me esperaba al llegar.

Cuando finalmente llegamos a la casa de mi madre, la familiaridad del lugar me golpeó como un torrente de recuerdos. La fachada de la casa había cambiado un poco, pero la esencia seguía siendo la misma. Con cada paso que daba hacia la puerta, el corazón me latía con más fuerza. No sabía qué esperar.

—¿Estás lista?— preguntó Mike, notando mi inquietud.

—Listo o no, aquí vamos— respondí, respirando hondo antes de tocar el timbre.

La puerta se abrió casi de inmediato, y ahí estaba mi madre, con una expresión de sorpresa en su rostro. —¡Tarah!— exclamó, y su abrazo me hizo sentir como si hubiera vuelto a casa.

—Hola, mamá— respondí, sintiendo que el peso de los últimos meses comenzaba a desvanecerse un poco.

Después de un breve saludo y algunas palabras sobre el viaje, entramos a la casa. El aroma de la comida casera me envolvió, recordándome momentos de mi infancia. A medida que nos sentábamos a la mesa, la conversación fluyó con cierta naturalidad, aunque había un trasfondo de tensión que ambos estábamos tratando de ignorar.

—¿Cómo te va en la universidad?— preguntó mi madre, mostrando interés genuino.

—Es... diferente. Estoy conociendo gente nueva— dije, sintiendo la calidez de Mike a mi lado, su presencia me daba un poco de confianza. Pero al mismo tiempo, el pasado seguía acechando, y cada vez que mencionaba algo sobre mi vida, me preguntaba si mi madre realmente entendía lo que había dejado atrás.

Después de cenar, decidí que era el momento de hablar sobre lo que realmente me había traído de vuelta. —Mamá, hay algo de lo que quiero hablar contigo— comencé, sintiendo el nervio apoderarse de mí.

—Claro, cariño. ¿Qué pasa?— preguntó ella, notando la seriedad en mi tono.

Antes de que pudiera continuar, el timbre sonó nuevamente. Mi corazón se detuvo. ¿Podría ser? Miré a Mike, que parecía tan sorprendido como yo. Mi madre se levantó para abrir la puerta y, cuando lo hizo, ahí estaba Cameron. No podía creerlo.

—Cameron...— murmuré, sintiendo que el aire se me escapaba de los pulmones. Él también se veía sorprendido, pero su expresión rápidamente se endureció al encontrarme.

—No esperaba verte aquí— dijo, su tono era frío, casi despectivo. No podía evitar sentir cómo la tensión crecía en el ambiente.

Mike, que había estado observando en silencio, se inclinó hacia mí y murmuró: —¿Quieres que hable con él? No tienes que hacer esto sola.

—No, gracias— respondí. Sabía que debía enfrentar esto por mi cuenta. Cameron no iba a intimidarme, aunque la realidad era que todavía me afectaba.

—¿Qué haces aquí, Cameron?— pregunté, intentando mantener la calma.

—Vine a ver a tu madre— respondió, encogiéndose de hombros. —Siempre vengo a comer los viernes.

La revelación me sorprendió. —¿Mi madre te invitó?— inquirí, mirando hacia ella.

—Sí, cariño, es cierto— confirmó mi madre con una expresión nerviosa. —Siempre come con nosotros, pero no sabía que ibas a venir hoy. Lo siento.

La frustración se acumuló dentro de mí. —Esto es demasiado, mamá— le dije, sin poder contenerme. —No puedes simplemente invitarlo sin avisarme. Necesito espacio para lidiar con mis cosas.

Cameron parecía igual de incómodo. —No tengo que quedarme si no quieres que lo haga— dijo, su voz tensa.

—Tienes razón. No quiero que estés aquí— le dije con firmeza. —No tienes por qué estar en mi vida, especialmente ahora que estoy tratando de aclarar las cosas.

—Está bien, me voy— dijo Cameron, levantándose de la mesa. Su expresión era de resignación, y aunque parte de mí sentía que estaba tomando la decisión correcta, otra parte de mí estaba llena de dudas.

—Solo... cuídate, Tarah— agregó, antes de dar un paso atrás y salir de la casa. La puerta se cerró tras él, y en el silencio que siguió, el aire se sintió pesado.

—Lo siento, cariño— dijo mi madre, su voz suave y preocupada. —No sabía que esto pasaría.

—No se trata de ti, mamá— respondí, sintiendo que la frustración me consumía. —Solo necesito tiempo para entender lo que siento.

Mike me miró con comprensión, y aunque la situación era tensa, sabía que estaba ahí para apoyarme. Me senté de nuevo a la mesa, sintiendo que había tomado una decisión difícil pero necesaria. A veces, las decisiones más difíciles son las que realmente nos permiten seguir adelante.

El resto de la noche fue un intento de volver a la normalidad, pero las palabras no dichas y las emociones a flor de piel hacían que todo se sintiera diferente. Sabía que el camino hacia la sanación iba a ser complicado, pero estaba dispuesta a seguir adelante, un paso a la vez.

La apuesta de los 100 días (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora