Dia 93

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Regresé a la fiesta con el corazón agitado y la mente en caos. La música resonaba con fuerza, y las luces de colores iluminaban el ambiente, pero todo lo que podía sentir era un nudo en el estómago. Cada paso que daba me acercaba de nuevo a la multitud, y aunque quería perderme en la alegría, sabía que Cameron estaba allí, y eso lo cambiaba todo.

Cuando entré, el bullicio me envolvió de inmediato. La gente bailaba, reía y disfrutaba de la noche, pero en el fondo de mi mente, una sensación de incomodidad persistía. Anya estaba en la pista de baile, rodeada de un grupo de chicos, y me sonrió al verme. Esa sonrisa me dio un leve respiro, una señal de que aún había diversión en medio de mi tormenta interna.

Me dirigí a la mesa de bebidas, buscando algo para calmar mis nervios. Mientras servía un vaso de agua, vi a Cameron de nuevo. Estaba de pie al otro lado de la sala, hablando con sus amigos, su expresión era seria, casi hostil. Su mirada se encontró con la mía por un instante, y el aire se volvió pesado entre nosotros. Sentí cómo la culpa se acumulaba en mi pecho.

No podía seguir así. Mi cuerpo se movió casi por instinto hacia donde estaban los demás, en busca de una distracción. En la pista de baile, Mike estaba rodeado de amigos, y al verme, su rostro se iluminó con una sonrisa genuina.

—¡Ah, aquí estás! —gritó, acercándose—. ¡Vas a perderte lo mejor de la noche!

—¿Qué está pasando?—, pregunté, tratando de sumergirme en su entusiasmo.

—La canción está por empezar, ¡es una de mis favoritas! —dijo, extendiendo la mano hacia mí—. Vamos a bailar.

No pude evitar sonreír. Acepté su mano y lo seguí hacia el centro de la pista, donde la energía era palpable. La música sonaba fuerte, y pronto me dejé llevar, moviéndome al ritmo, riendo junto a Mike y sus amigos. Cada giro me alejaba más de la angustia que me había atormentado al ver a Cameron.

Mientras bailábamos, me sentía más viva que en los últimos días. Mike, aunque lo conocía hace unas horas sentía que él tenía una forma de hacerme olvidar mis preocupaciones. Sus movimientos eran seguros y su risa contagiosa, y por un momento, creí que quizás podría dejar atrás mi pasado.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que el destino decidiera recordarme lo que intentaba evitar. En medio de la multitud, vi a Cameron acercarse. Mi corazón se detuvo un segundo, y me congelé.

Su mirada se centró en mí, y aunque había risas a mi alrededor, sentí que el mundo se desvanecía. Mike notó mi cambio de actitud y giró la cabeza, viéndolo también.

—¿Todo bien?—, preguntó Mike, con una pizca de preocupación en su voz.

—Sí, solo...—, empecé, pero no pude terminar. Cameron estaba justo ahí, y cada parte de mí quería acercarme, pero la otra me decía que era un error.

Cameron intercambió palabras con sus amigos, pero su mirada se mantenía fija en mí. En ese instante, no había nada más que él y yo, y el peso de las palabras no dichas se volvió abrumador.

—¿Quieres salir un momento?—, preguntó Mike, intentando romper la tensión.

Asentí, y juntos nos dirigimos a la terraza exterior, donde el aire fresco de la noche me dio un respiro momentáneo. Miré hacia atrás, y vi a Cameron hablando con otro grupo. No me atreví a buscar su mirada de nuevo.

—¿Todo bien?—, preguntó Mike, apoyándose contra la barandilla.

—Sí, solo... es complicado—, respondí, sintiendo que las palabras se quedaban atascadas en mi garganta.

—A veces, lo complicado es lo que hace la vida interesante—, dijo, con una sonrisa despreocupada.

Mientras hablábamos, trataba de centrarme en Mike y en la conversación, pero mis pensamientos seguían regresando a Cameron. Recordé cómo me había mirado aquella última vez, la decepción reflejada en sus ojos. La culpa volvió a asomarse, como un fantasma al que no podía ignorar.

La apuesta de los 100 días (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora