Dia 100

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TARAH

Cuando mis ojos finalmente se abren, todo a mi alrededor es una confusión de luces y sombras. Mi cabeza late como si alguien estuviera golpeándola desde dentro, y el sonido de las máquinas a mi alrededor es ensordecedor. Me siento débil, como si cada músculo de mi cuerpo hubiera olvidado cómo moverse, pero estoy despierta. Estoy aquí.

Parpadeo, tratando de enfocar la vista, y lo primero que veo es a Cameron. Está sentado a mi lado, inclinado hacia mí, sus ojos llenos de algo que no logro descifrar del todo. ¿Es preocupación? ¿Culpa? ¿Amor? No sé cuánto tiempo ha pasado desde el accidente, pero ver su rostro me trae de vuelta fragmentos de lo que sucedió: la llamada, el choque, su voz cargada de palabras duras. Intento hablar, pero mi garganta está seca, y apenas puedo susurrar.

—Cameron... —es lo único que consigo decir.

Sus ojos se llenan de lágrimas, algo que nunca creí ver en él. Se inclina más hacia mí, tomando mi mano con una delicadeza que me rompe el corazón. Es como si temiera que pudiera romperme con el más mínimo contacto.

—Lo siento, Tarah... —Su voz tiembla, casi inaudible—. Lo siento tanto. Nunca quise que esto pasara. Fue mi culpa... Yo... —se traga las palabras, como si el dolor lo asfixiara—. Fui un idiota.

Quiero decirle que no fue su culpa, que no todo fue por él, pero antes de que pueda pronunciar otra palabra, la puerta de la habitación se abre de golpe. Es mi madre.

En cuanto entra, su rostro se transforma. Su mirada se posa en Cameron y se endurece como nunca la había visto. Sé lo que va a hacer antes de que siquiera abra la boca, y siento una ola de pánico recorrerme. No. No, mamá, por favor, no hagas esto.

—¡Tú! —su voz suena como un trueno—. ¡Lárgate de aquí, ahora mismo! —Su rostro está rojo de furia, y puedo ver la ira acumulada durante semanas saliendo a borbotones—. ¡No quiero volverte a ver cerca de mi hija! ¡Esto es culpa tuya! ¡Si no la hubieras llamado, ella no estaría aquí!

Cameron se pone de pie de inmediato, dando un paso hacia atrás. Su rostro palidece, y veo el dolor en sus ojos. Quiere defenderse, explicarse, pero sé que cualquier palabra que diga solo empeorará las cosas.

—Mamá, por favor... —Mi voz apenas sale, ronca y débil—. No fue solo su culpa. Déjalo...

—¡No! —interrumpe mi madre, firme—. No voy a permitir que este chico vuelva a hacerte daño. Mira lo que te ha pasado. ¡Mira dónde estás por su culpa!

Mis ojos se llenan de lágrimas, no por el dolor físico, sino por lo que está pasando. Cameron me mira una última vez, con una expresión que me rompe por dentro, como si estuviera resignado a perderme.

—Tarah... —susurra, dando un paso hacia la puerta, como si supiera que no hay más que decir.

No puedo dejar que se vaya así. No después de todo lo que hemos pasado, no después de lo que ha estado aquí conmigo todo este tiempo. Reúno todas mis fuerzas y me vuelvo hacia mi madre.

—Mamá, por favor —le digo con la voz quebrada—. Déjame despedirme de él. Solo un momento, por favor.

Mi madre duda, sus labios apretados en una fina línea. Puedo ver que no quiere ceder, pero al final asiente, aunque su mirada sigue llena de advertencia.

Cameron se acerca lentamente, como si cada paso doliera. Se sienta otra vez junto a mí, y por un momento, todo lo que puedo hacer es mirarlo. Hay tantas cosas que quiero decirle, tantas preguntas, pero no tengo la fuerza para eso ahora.

—Cameron —susurro, mientras nuestras manos se encuentran una vez más—. No sé qué va a pasar. No sé si alguna vez podremos... volver a ser lo que éramos. Pero lo que sí sé es que, si el destino lo quiere... nos volveremos a encontrar.

Él baja la cabeza, y puedo ver las lágrimas rodando por su rostro. No dice nada, solo aprieta mi mano una última vez antes de soltarla, con una suavidad que me deja vacía.

—Adiós, Tarah —murmura—. Te esperaré.

Y con eso, se levanta y se va, sin mirar atrás. Me quedo sentada en aquella camilla de hospital viendo como se marcha y aún cuando se fue observando como si en algún momento él fuera a regresar, regresar a mi lado, tomarme de la mano y decirme que juntos superaremos todo. Pero la realidad es otra y es momento de aceptar que en un futuro cercano no pasará y que si el destino lo quiere nos reencontraremos.

La apuesta de los 100 días (Sin Editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora